El abuelo, el camello, el nieto y el perro
Así lo ven Fuente Abejuna, Chukustako y Dr. Plim
¡Me cago en la madre que me parió! Esto se acabó. Nunca imaginé que sería así. Por lo menos no tendré que sufrir las desgracias de una tercera Gran Guerra. No creo que encuentren los restos de mi cuerpo entre tanta mierda. La ambulancia en la que viajaba mi nieto y el otro vehículo han colisionado conmigo en medio. Probablemente trozos de mi cuerpo están desperdigados por la calzada. Probablemente estoy ardiendo. Todo ha sido culpa mía. Todo ha sido siempre culpa mía.
Nací hace sesenta y dos años. Mi padre murió minutos depués de yo nacer. El cabrón me dejó huérfano de padre. Fue siempre un cobarde. Mi madre había temido durante los nueve meses de embarazo que la abandonara y, finalmente, lo hizo. Mi madre se casó entonces con la bebida, lo que la convirtió en lesbiana. Todos los recuerdos que tengo de ella son con un vaso de ginebra en su mano izquierda. Ella era diestra. Bebía siempre con la mano izquierda, de esa manera le quedaba libre la mano derecha para castigar mis pecados que desde niño, fueron muchos. Mi madre nunca estaba en casa, por no faltarle al respeto me voy a ahorrar mencionar a que se dedicaba. Me crió mi abuelo. El muy hijodeputa sigue vivo, tiene hoy ciento tres años y no hay manera de que se muera. Tiene un hermano mucho menor que él con el que no se habla. Cuando cumplí dieciocho años huí de él y de sus ideas revolucionarias. No me gusta recordar. Recuerdo que una vez me encerró en un sótano húmedo y maloliente durante una semana. Una garrafa de cinco litros de agua y un queso caducado. Me había enrollado en sus narices con una amiga negra del vecindario. Todos los días venía a recordarme mi error con su cinturón. Nunca fui capaz de alzar mi voz contra su autoridad. Hasta hoy he seguido quedando con él de vez en cuando, mi odio hacia él no me permite dejar de hacerlo.
Con diez años comencé a esnifar pegamento. A los doce fumaba tabaco y a los catorce me hice amigo de la hija de unos hippies que me proporcionaba marihuana semanalmente a cambio de sexo oral. Con dieciséis años esnifé mi primera ralla de coca, fue en una fiesta a la que nunca debí ser invitado. A partir de ahí, imagínense. Acabé convertido en yonqui. Cabalgué hasta los veinticinco. Estuve a punto de morir pero no sólo no lo hice, sino que cuando desperté de un coma de seis meses una puta que había conocido durante diecisiete minutos me recibió con un pan debajo del brazo. Conseguí un trabajo decente limpiando el pozo negro de esta ciudad maldita de la que nunca he conseguido escapar. Me casé, pero a los dos mesos la muy guarra se largó con un taxista y se llevó a mi hija con ella. Desde entonces me coloco menos a menudo y he conocido a alguna gente. Así me hice distribuidor, camello. Si usted es de aquí, tiene menos de veinte años y ha consumido cocaína, heroína o marihuana, muy probablemente el treinta por ciento de su inversión fue a parar a mis manos. A veces basta con caerle bien a un pez gordo y eso fue lo que cambió mi suerte.
Hace veinte años mi hija volvió, casada y con un hijo. Se instalaron en casa del padre de Víctor, su marido, donde mi nieto se crió junto a su primo, con el que nunca se llevó muy bien. A pesar de sus padres, pasaba mucho tiempo con el niño. Intenté mantenerlo siempre al margen de mi realidad pero uno no puede luchar contra el destino. El cabroncete descubrió mi secreto y comenzó a distribuir mercancía que me robaba en su instituto. Yo me di cuenta desde el principio, pero nunca le dije nada. Para su dieciocho cumpleaños le pagué un par de putitas de lujo con las que gozó durante una noche entera. Por desgracia se enamoró de una de ellas, una que ya me había enamorado a mí antes. Sus padres hacía tiempo que ya no me venían a ver. La gente no se metía conmigo y yo no me metía con la gente. En una ocasión un gilipollas intentó hacerme chantaje. ¿Recuerdan al pez gordo? Se lo comenté y nunca volví a ver al gilipollas. Cuando se coloca, mi nieto me llama a mí. Está cometiendo los mismos errores que yo y él me culpa de ello. Me odia pero a la vez me admira. Si me hubiera marchado a tiempo nada de esto habría sucedido. Hace tiempo que dejé de hablar con sus padres. Nadie me quiere. Quiero a mi nieto. Odio a mi abuelo. Hace un mes dejé el negocio, lo que le costó algunas palizas al chaval, que ya no tenía de donde sacar el material. Hace una semana le dije que sería mejor que no nos viéramos más, que siempre había sido una mala influencia para él, la abstinencia lo estaba matando. Hace un día me sorprendió con la cabeza de la putita de la que se había enamorado entre mis piernas. Hace una hora había saltado por la ventana.
En el barrio siempre me han llamado el perro. ¿Por qué? Buena pregunta. Supongo que porque nunca he hecho nada por mí mismo, me he dedicado a obedecer, a acatar. Siempre he necesitado un dueño. Mi abuelo, el pez gordo, mi nieto, ellos han dirigido mi vida, y cuando no han estado ahí, me he dedicado a vagar sin rumbo como un vulgar perro callejero...
Es curioso que mientras muero, un abuelo, un camello, un nieto y un perro observan la escena. He matado a mi nieto, lo he salvado de la tercera Gran Guerra, al mundo le quedan pocos días pero eso lo sé yo, ellos no...
¡Me cago en la madre que me parió! Esto se acabó. Nunca imaginé que sería así. Por lo menos no tendré que sufrir las desgracias de una tercera Gran Guerra. No creo que encuentren los restos de mi cuerpo entre tanta mierda. La ambulancia en la que viajaba mi nieto y el otro vehículo han colisionado conmigo en medio. Probablemente trozos de mi cuerpo están desperdigados por la calzada. Probablemente estoy ardiendo. Todo ha sido culpa mía. Todo ha sido siempre culpa mía.
Nací hace sesenta y dos años. Mi padre murió minutos depués de yo nacer. El cabrón me dejó huérfano de padre. Fue siempre un cobarde. Mi madre había temido durante los nueve meses de embarazo que la abandonara y, finalmente, lo hizo. Mi madre se casó entonces con la bebida, lo que la convirtió en lesbiana. Todos los recuerdos que tengo de ella son con un vaso de ginebra en su mano izquierda. Ella era diestra. Bebía siempre con la mano izquierda, de esa manera le quedaba libre la mano derecha para castigar mis pecados que desde niño, fueron muchos. Mi madre nunca estaba en casa, por no faltarle al respeto me voy a ahorrar mencionar a que se dedicaba. Me crió mi abuelo. El muy hijodeputa sigue vivo, tiene hoy ciento tres años y no hay manera de que se muera. Tiene un hermano mucho menor que él con el que no se habla. Cuando cumplí dieciocho años huí de él y de sus ideas revolucionarias. No me gusta recordar. Recuerdo que una vez me encerró en un sótano húmedo y maloliente durante una semana. Una garrafa de cinco litros de agua y un queso caducado. Me había enrollado en sus narices con una amiga negra del vecindario. Todos los días venía a recordarme mi error con su cinturón. Nunca fui capaz de alzar mi voz contra su autoridad. Hasta hoy he seguido quedando con él de vez en cuando, mi odio hacia él no me permite dejar de hacerlo.
Con diez años comencé a esnifar pegamento. A los doce fumaba tabaco y a los catorce me hice amigo de la hija de unos hippies que me proporcionaba marihuana semanalmente a cambio de sexo oral. Con dieciséis años esnifé mi primera ralla de coca, fue en una fiesta a la que nunca debí ser invitado. A partir de ahí, imagínense. Acabé convertido en yonqui. Cabalgué hasta los veinticinco. Estuve a punto de morir pero no sólo no lo hice, sino que cuando desperté de un coma de seis meses una puta que había conocido durante diecisiete minutos me recibió con un pan debajo del brazo. Conseguí un trabajo decente limpiando el pozo negro de esta ciudad maldita de la que nunca he conseguido escapar. Me casé, pero a los dos mesos la muy guarra se largó con un taxista y se llevó a mi hija con ella. Desde entonces me coloco menos a menudo y he conocido a alguna gente. Así me hice distribuidor, camello. Si usted es de aquí, tiene menos de veinte años y ha consumido cocaína, heroína o marihuana, muy probablemente el treinta por ciento de su inversión fue a parar a mis manos. A veces basta con caerle bien a un pez gordo y eso fue lo que cambió mi suerte.
Hace veinte años mi hija volvió, casada y con un hijo. Se instalaron en casa del padre de Víctor, su marido, donde mi nieto se crió junto a su primo, con el que nunca se llevó muy bien. A pesar de sus padres, pasaba mucho tiempo con el niño. Intenté mantenerlo siempre al margen de mi realidad pero uno no puede luchar contra el destino. El cabroncete descubrió mi secreto y comenzó a distribuir mercancía que me robaba en su instituto. Yo me di cuenta desde el principio, pero nunca le dije nada. Para su dieciocho cumpleaños le pagué un par de putitas de lujo con las que gozó durante una noche entera. Por desgracia se enamoró de una de ellas, una que ya me había enamorado a mí antes. Sus padres hacía tiempo que ya no me venían a ver. La gente no se metía conmigo y yo no me metía con la gente. En una ocasión un gilipollas intentó hacerme chantaje. ¿Recuerdan al pez gordo? Se lo comenté y nunca volví a ver al gilipollas. Cuando se coloca, mi nieto me llama a mí. Está cometiendo los mismos errores que yo y él me culpa de ello. Me odia pero a la vez me admira. Si me hubiera marchado a tiempo nada de esto habría sucedido. Hace tiempo que dejé de hablar con sus padres. Nadie me quiere. Quiero a mi nieto. Odio a mi abuelo. Hace un mes dejé el negocio, lo que le costó algunas palizas al chaval, que ya no tenía de donde sacar el material. Hace una semana le dije que sería mejor que no nos viéramos más, que siempre había sido una mala influencia para él, la abstinencia lo estaba matando. Hace un día me sorprendió con la cabeza de la putita de la que se había enamorado entre mis piernas. Hace una hora había saltado por la ventana.
En el barrio siempre me han llamado el perro. ¿Por qué? Buena pregunta. Supongo que porque nunca he hecho nada por mí mismo, me he dedicado a obedecer, a acatar. Siempre he necesitado un dueño. Mi abuelo, el pez gordo, mi nieto, ellos han dirigido mi vida, y cuando no han estado ahí, me he dedicado a vagar sin rumbo como un vulgar perro callejero...
Es curioso que mientras muero, un abuelo, un camello, un nieto y un perro observan la escena. He matado a mi nieto, lo he salvado de la tercera Gran Guerra, al mundo le quedan pocos días pero eso lo sé yo, ellos no...