15.1.05

Fragmentos Suspensivos

A mi casera

Salí de casa con la sonrisa puesta y me crucé con la portera. Me entretuvo más de la cuenta por lo que no pude alcanzar a coger el mismo autobús que todos las mañanas. Decidí ir andando al trabajo. Cuando cruzaba una calle un coche estuvo a punto de atropellarme. María se llamaba su conductora. Me obligó a tomar café con ella. Ya tenía la excusa perfecta para llegar tarde al trabajo, así que no me importó acompañarla, además su compañía era agradable. Conversamos largo y tendido y quedamos en vernos allí al día siguiente...

Había dejado el coche en el taller la noche anterior. Iría a mi cita a pie. Igual él había decidido no ir. De camino a la cafetería me encontré con Miguel, un viejo amigo. Me contó que había vuelto a la ciudad y estaba trabajando en una academia de danza en el centro. Además colaboraba con un grupo de teatro. Le pedí su número de teléfono pues me interesó lo del grupo de teatro. Cuando me quise dar cuenta era demasiado tarde para llegar a mi cita y me fui directa al restaurante...

Después de la clase de danza contemporanea le hablé a Julián de María, creí que él también la había conocido en sus tiempos mozos pero estaba equivocado, a veces soy incapaz de ordenar mis recuerdos. Le dije, de todas formas, que estuviera atento por si llamaba, pues como siempre, le había dado mi teléfono pero había olvidado pedirle el suyo...

A las nueve llegó Ernesto. En seguida le comenté que detestaba cuando Miguel me hablaba de otras mujeres. Cenamos lo que con esmero había estado cocinando durante toda la tarde. Serví un par de coñacs y entonces me dijo que debía quitarme a Miguel de la cabeza, que lo que había pasado con él había sido fruto de los excesos de una noche, a Miguel no iban a dejar de gustarle las mujeres de la noche a la mañana. Me dijo que abriera los ojos, que el amor lo encontraría donde menos lo esperara. Luego me besó...

Llegué tarde a la guardería. Me quedé dormido. Julián podría haberme despertado. Se había ido a la academia y me había dejado durmiendo en su casa. A mediodía, Rosa, la directora, me citó en su despacho. Me preguntó por mi retraso injustificado. Le dije que no volvería a pasar. Me dijo que en eso estaba de acuerdo conmigo, me dijo que estaba completamente segura de que no volvería a pasar...

Antonio llegó a la cita puntual, acompañado de su abogada y yo que sé qué más. Yo estaba algo nerviosa aunque soprendida de lo poco que me había temblado el pulso al despedir a Ernesto aquella mañana. Me había dicho a mí misma que si llegaba a cinco lo despediría y fuí firme en mi decisión. Antonio me dijo no se qué de la casa y el coche, yo le dije que no pretendiera quedarse con nada de lo que mi padre nos había regalado porque en ese caso, haría que el que hasta entonces había sido su suegro lo hundiera en la miseria. ¿Y si Jordi no hubiera muerto? Y si...

Le dije a la camarera que me sirviera otro ron. Así lo hizo. No podía dejar de pensar en Jordi. Hacía ya más de tres años desde su desaparición, pero no podía dejar de pensar en él. ¿Y si un día aparecía? Otro ron. Mi matrimonio había sido siempre una mentira. Otro ron. Siempre había estado a la sombra de Rosa por ser hija de quien es. Otro ron. ¿Qué me quedaba ahora? Ella siempre lo tendría todo. Otro ron. Todo no, no tendría a nuestro chico. Otro ron...

Después de servir el último ron a un cliente que no quería abandonar el bar volví a casa. Allí me esperaba David. Lo besé. Nos desnudamos. Hicimos el amor hasta el amanecer. Desperté de repente. Respiraba con dificultad. David sostenía una almohada con fuerza sobre mi cabeza. Me había engañado a mí misma otra vez. Conseguí retirar la almohada de mi rostro a la vez que él me golpeaba con el mando a distancia. Mi ceja comenzó a sangrar. Intenté escapar hacia el pasillo pero antes de que pudiera atravesar la puerta alcanzó a agarrarme de los pies y caí hacia adelante golpeándome contra el marco de ésta. Cuando se acercó a mí le golpeé con todas mis fuerzas en la entrepierna y cayó al suelo. Cogí un paraguas y se lo clavé repetidamente en el torso. No volvería a pasar...

Cociné una paella y la disfrutamos José, yo y los niños, los que quedaban, pues de David hacía un par de años que no sabíamos nada. Rubén había comenzado a estudiar historia del arte y Leonor compaginaba la agencia de viajes con sus clases de idiomas. Después de comer ambos compartieron la sobremesa con su madre mientras José fregaba los platos. Me hacían sentir bien...

Hoy estuve de nuevo con ese chico, nunca pensé que podría enamorarme de alguien a través de internet. Bueno, de hecho no estuve con él físicamente, nunca lo hemos estado, pero me siento más cerca de él que de nadie. No quiere decirme su verdadero nombre, pero no me importa, es sincero conmigo en todo lo demás. Se hace llamar Schrodinger, es científico y trabaja en el extranjero. Quizás algún día pueda ir a verle...

He estado escribiendo este cuento para que tú lo leas. Ahora me voy a dormir. Buenas noches...

13.1.05

La Lechera

- Un último esfuerzo...

El dolor es tanto que ya no lo siento.

- ¡Una niña!


La felicidad me embriaga y quiero abrir los ojos pero no puedo. Las palabras de la doctora resuenan en mi cabeza. Sonrío pese a ser incapaz de mover un solo músculo. Mis ojos cerrados me mantienen a oscuras. Será genial verla crecer. Probablemente aprenda a andar antes que su hermano, el chico resultó algo patoso al principio. Irá a la misma guardería, por suerte es una de esas guarderías mixtas. Ingresará después en el colegio al que inscribimos a la fiera el verano pasado, espero que ella no nos de tantos dolores de cabeza a su padre y a mí. Aprenderá inglés desde jovencita. ¡Y piano! Será una brillante estudiante desde el principio. Se rodeará de grandes amigos en la escuela, amigos que nunca la abandonarán. Después llegará el instituto. El primer beso. El primer cigarro a escondidas. Aunque no fumará, sólo temporalmente durante su adolescencia, hasta que se de cuenta de lo inútil que es. Querrá estudiar historia del arte. Acabará lo que su madre nunca pudo. Nos contaremos siempre todo. Seremos amigas además de madre e hija. Comenzará a salir con un químico. ¡Sí, químico! Un buen chico. Se casarán y tendrán dos hijos, como yo, mis nietos. Vendrán a casa de los abuelos todos los fines de semana pues ambos trabajaran en la ciudad y buscarán durante su descanso el refugio y la tranquilidad de la sierra. Un buen día moriré. Moriré pero con la satisfacción del trabajo bien hecho. Mi hija siempre me habrá querido. La luz no me deja ver cuando abro de nuevo los ojos.

a) ¿Un niño? Pero había oído claramente lo contrario... ¿Había oído quizás lo que deseaba oir? Una sonrisa agridulce en mi cara. Mi hijito llora por primera vez...

b) Miro a la doctora a los ojos, no puede ocultarmelo. Aún no he oído llorar a mi niña. No me muevo. Mis ojos se llenan de lágrimas...

6.1.05

El Ombligo I

A un yogi portugués

En cierta ocasión comencé a ir al gimnasio. No porque realmente lo necesitara, siempre he gozado de un excelente estado físico, sino porque qué mejor lugar que un gimnasio para relacionarse con el mundo. Esto sucedió poco antes de darme cuenta de mi verdadera naturaleza.

Mido un metro y ochenta y cinco centímetros, soy pelirrojo y mis ojos son verdes. No me gusta describirme, piénsenlo, es algo lógico cuando uno se sabe perfecto. Iba al gimnasio todas las mañanas, muy temprano, durante una hora y media más o menos. Apenas interaccionaba con nadie. Nunca he sido una persona muy comunicativa, lo cuál mis conocidos siempre han achacado a mi propia personalidad, aunque yo, por aquel entonces, ya presumía que ese no era el único motivo. Siempre he sido un gran observador, sobre todo de lo ajeno. Conocía las caras de todos y cada uno de los que compartían conmigo su sesión matutina de ejercicio físico. Conocía sus rutinas, sus horarios, sus límites, ... Bastaba con observar.

Una de ellas medía aproximadamente un metro setenta, la otra cerca de metro ochenta. La una era castaña, la otra rubia; la una tenía los ojos verdes, la otra azules; la una se parecía a Nicole Kidman, la otra a Sharon Stone. Nunca hablé con ellas, nunca las sorprendí mirándome, nunca supe de ellas más allá de cuanto deducía. Día tras día ansiaba despertar de mi sueño nocturno para compartir mi espacio con ellas, para ser partícipe de sus vidas durante una escasa hora y media, mientras sudaba, antes de ducharme y afrontar un nuevo día alejado del oasis en el que se había convertido el gimnasio. Siempre pensé que mi presencia allí pasó totalmente desapercibida.

Nicole Kidman, australiana aunque nacida en Honolulu, es mi actriz favorita. He visto casi todas sus películas. La primera que vi fue, si no recuerdo malamente, y no acostumbro a hacerlo, Far and Away, segunda película junto a Tom Cruise, quién sería su esposo durante 11 años, después de Days of Thunder. De esta primera etapa en Hollywood sus mejores obras son Dead Calm, con la que debutó en el cine americano después de haberse hecho a sí misma como actriz en el cine australiano, y Malice en la que bajo las órdenes de Gus Van Sant me sedujo definitivamente. Fue en 2001 cuando, tras separarse, amigablemente, del padre de sus dos hijos adoptivos, Isabella y Conner, y dejar de ser Mrs. Cruise, explotó. Espectacular en Moulin Rouge, inquietante en The Others, sobria en The Hours, humana en Dogville. Seguramente deben estarse preguntando qué tiene que ver esto con la historia que les estaba contando, mas allá del parecido razonable de una de las jóvenes con la actriz. Pues nada, de momento, pero como estas son mis memorias, me permito el lujo de aderezarlas con todo aquello que a mí me resulte oportuno. ¿Por dónde iba? Mi película favorita de Nicole Kidman es, a pesar de la presencia de su ex, Eyes Wide Shut. Lo siento, soy un admirador confeso de la obra de Stanley Kubrick.

De Sharon Stone no tengo mucha información. Recuerdo que aparecía en Basic Instinct aunque me consta que las mejores escenas de esa película fueron rodadas por una doble de cuerpo de la actriz americana. Su papel en Casino es convincente, pero son tantos sus desprópositos, véanse Sliver o The Specialist, que uno no va a perder el tiempo hablando de ella.

Mi vida discurrió sin mayor novedad hasta que un día me percaté de la falta de Nicole, perdón, Alice. ¿Habría enfermado, quizás? Un par de semanas después mi primera hipótesis ya no sería tan convincente. ¿Se habría ido de la ciudad, quizás? Lo habría notado, se habría despedido de alguien el último día. Quizás...

Hoy, por fin, sé, con toda seguridad, lo que sucedió. Hoy, por fin, he sido capaz de unir todas las piezas del rompecabezas. Hoy, por fin, lo veo todo de forma diferente, bastaba con hacer caso a lo que mi todopoderosa mente me decía...

Ginger se enamoró perdidamente de mí el primer día que me vio. Algo parecido me sucedió a mi con Alice. En un principio ambas dos cautivaron mi atención, pero poco a poco e inconscientemente fui decantándome por Alice. Aun así, nunca le dije nada a ninguna de las dos. Ginger fue poco a poco, a medida que su atracción por mí aumentaba, alimentando su rechazo hacia Alice, pues ella no había pasado por alto mi creciente interés por la joven de ojos verdes. El placer de compartir conmigo, aunque en la distancia, las mañanas fue transformándose paulatinamente en el sufrimiento de tener que ver como era otra la que captaba mi atención. Su ira fue in crescendo hasta convertirse en odio.

Era miércoles. Era todavía muy temprano y no había mucha gente fuera de sus casas. Alice se disponía a cruzar la calle. Cuando su pie se posó sobre el asfalto, Ginger pisó a fondo el acelerador. Alice se sorprendió del estruendo originado por los neumáticos derrapando sobre el piso, se volteó y pudo ver por un segundo los ojos de su verdugo antes de ser envestida. Su cuerpo salió disparado. Ginger detuvo el coche y salio de éste y pidió auxilio sin ánimo de encontrarlo y recogió el cuerpo con vida pero inconsciente de Alice y la acomodó en el asiento trasero del coche y le dijo a un testigo que la llevaría a un hospital y se sentó nuevamente en el asiento del conductor y puso el coche en marcha...

Alice estuvo encerrada en una oscura y sucia habitación en el sótano de la casa de Ginger durante dos meses. Para aquel entonces su presencia allí había comenzado a ser molesta por lo que Ginger acabo con su vida.

Poco después Ginger se fue de la ciudad por motivos profesionales, nadie la ha relacionado nunca con la desaparición de Alice. Nunca conseguiría olvidarme aunque la eliminación de Alice en ningún momento favoreció nuestro acercamiento.

En una ocasión un buen amigo me dijo haber visto a Alice por el campus, en la piscina. Eso, evidentemente, era imposible...

1.1.05

En Futuro

De aquí a treinta años, una tarde cualquiera, como todos los días, iré a tomar un chocolate caliente con nata a uno de esos cafés abarrotados de sillones del centro de la ciudad. La mejor manera de poner punto y final a una larga y dura jornada de trabajo en la universidad aderezada con las súplicas de mis alumnos y las presiones de mis colegas. Seguiré sin beber café y cumpliendo con mi tradicional ingesta diaria de cacao. Me sentaré en uno de esos sillones y proseguiré la lectura de un libro. A mi lado, un joven al que doblaré en edad hará lo mismo durante unos minutos, antes de concluir la lectura del libro que le ocupará.

- Perdone - me dirá.

- ¿Sí?

- ¿Le importaría hacerme un favor?

- Por supuesto, si está dentro de mis posibilidades... - observaré.

- Me gustaría que se quedara con este libro... no sé... es lo que se supone quedebo hacer... así llegó a mis manos...

Asentiré amablemente y aceptaré su presente, un libro de bolsillo muy gastado por el paso de los años. Una vez en mis manos ojearé el libro y descubriré haberlo leído ya de joven. Después lo abriré por la primera página para darme cuenta de que no sólo lo habré leído, sino que será aquella la copia que de joven leí. Un sinfín de nombres bajo el mío. Levantaré la vista pero el joven ya no estará allí. Aquel será el primero de los libros que condené a errar por el mundo y habrá sido el primero en volver a mí. El primero que alguien me ofrecerá. Asiré mi taza y daré un buen trago de un delicioso y espeso chocolate caliente y cuando habré posado de nuevo la taza sobre la mesa sonreiré. Volveré a leer el libro y volveré a deshacerme de él.

Pensaré que igual no debería...