30.12.05

Pecado capital

La observo desde la cocina, tumbada en el sofá, mientras el ruido del ventilador del microondas me abstrae de la realidad. Hace un lustro ya que entró en mi vida, y lo hizo para instalarse.

Sigo sin estar enamorado de ella, simplemente me he acostumbrado a su presencia, no me resulta incómoda y eso se ha convertido en suficiente. Estuve enamorado en una ocasión, fue antes de conocerla. Su nombre era Aurora y su sonrisa todavía hoy la recuerdo como una erupción de felicidad. Por desgracia pocas veces me sorprendo viajando al pasado y si lo hago es sólo para maldecir. Aurora daba sentido a mi vida. Cada día junto a ella era una aventura, sabíamos donde comenzaba, y eso era todo. Y no nos importaba, el resto era pura y simplemente improvisación. Nuestra relación llegó al mar y pereció de muerte natural. Nuestros contactos a partir de entonces fueron cada vez menos frecuentes, hasta ser inexistentes. Hoy, cada día es un clon del anterior. Junto a ella no hay margen para la improvisación.

Después de poner punto y final a una relación que creía para toda la vida, y con un cuarto de siglo a mis espaldas, frecuenté los carazones de alguna gente antes de encontrarla a ella. Quizás debería decir antes de que ella me encontrara a mí. Cuando la conocí compartía mis días con alguien a quien recuerdo con cariño. Un buen día, sin hacer ruido, se introdujo en mi cama y, poco a poco, sin darme yo cuenta, me absorbió. No hubo ninguna después de entonces, ninguna que no fuera ella.

Hace tiempo que no le cuento estas cosas a nadie. Mis amigos, los que un día lo fueron, se desvanecieron poco a poco. Comprendieron que dejara de compartir con ellos la jornada futbolística los domingos por la tarde, al fin y al cabo, ella debía sentirse reina por un día. Poco después dejé de salir los sábados por la noche. Ella prefería quedarse en casa, a salvo del ajetreo nocturno, y yo tendí a acompañarla. Sin darme yo cuenta se hizo dueña también de los viernes por la noche, cita sagrada y por excelencia para muchos de mis amigos. No tardaron en dejar de llamarme, conocedores ellos de que sería siempre yo el que cedería.

Cuando la conocí estaba acabando un doctorado en ciencias ambientales. Nunca llegué a hacerlo. Recuerdo que además había comenzado a estudiar dirección y administración de empresas. Supongo que se agotó mi inercia. Intenté encontrar un trabajo acorde con mi currículum pero al final ella me convenció de que lo importante era encontrar algo que nos permitiera sobrevivir independientemente de mi realización personal. Hoy trabajo de vigilante en un centro comercial por las noches, lo que se traduce en descansar en un cómodo sofá durante ocho horas cinco noches a la semana. El sueldo es bueno y me permite vivir sin lujos.

En cinco años he engordado veinte quilos, lo que me sugiere que no se enamoró de mi aspecto físico. Fuera de la oficina, era incapaz de estar sentado sin hacer nada. Me gustaban la escalada y la natación y además intentaba experimentar siempre con nuevos deportes que se tropezaban conmigo, o yo con ellos. Un buen día decides no ir a nadar porque te encuentras cansado y ella te sugiere que después lo estarás más. Al día siguiente te convence para que no vayas a escalar y para ver una película que nunca hubieras visto. Y así hasta hoy. No recuerdo la última vez que hice ejercicio. Vivo en un bajo con ascensor, ascensor que me comunica con el mundo exterior a través del aparcamiento del sótano. Ahora tengo cuatro ruedas, no dejan de ser una chatarra, pero nos llevan a los sitios. Yo siempre había ido a los sitios sobre las dos ruedas de mi flamante bicicleta, había llegado a pensar incluso que nunca tendría cuatro en propiedad.

He viajado alrededor del mundo. Siempre había algún amigo a quien visitar. No recuerdo la última vez que salí de la ciudad. Quizás fue hace un par de años. Recuerdo que fuimos a uno de esos sitios en los que te hacen de todo y te dejan como nuevo.

Tengo las estanterías llenas de libros. Hoy son un elemento decorativo más, ella no lee y yo ya tampoco, si lo intento siempre encuentra la manera de hacerme sentir culpable por no sentarme a su lado a ver su programa favorito o una película cualquiera, o incluso a dedicarnos juntos a la vida contemplativa.

El timbre del microondas. Dejo de jugar con las tapas de los fogones de una cocina que hace mucho tiempo que nadie utiliza y saco del microondas una bolsa de palomitas, y también una lata de cerveza del frigorífico. Me dirijo al sofá donde me acomodo junto a ella y asesino una vez más mis recuerdos. American Pie 2 en mi Play Station 2. En el sofá, yo y mi pereza.

14.12.05

La carta

A todos los que son, que no son todos los que están

Frente a mí la pantalla de mi ordenador. Un fondo de pantalla compuesto por un número indeterminado de fotos de gente guapa. Un desconocido me preguntó en una ocasión en qué serie de televisión aparecían. "En ninguna, esa gente son mis amigos...", o al revés. Dos ventanas. Navegador más editor de texto. En el navegador mi página web, tal y como el mundo la ve. En el editor de texto mi página web, tal y como yo la veo. Como si al mundo le importara lo más mínimo lo que yo tenga que decir al respecto. ¿Al respecto de qué? Escribo lo que me parece y lo publico pero me importa bien poco lo que la gente piense de ello, eso sí, recibo con una sonrisa todos y cada uno de los comentarios que suscita. Debería pasar menos tiempo delante de la pantalla de mi ordenador. Quizás debería decir ordenadores. Tengo un portátil. Tengo un ordenador en la oficina. Tengo un ordenador en casa de mis padres. Tengo un tengo.

Un yogurt de limón junto a mi portátil. Una cuchara junto a él con todavía restos que manchan la superficie de cristal de mi escritorio. Mis gafas. Unas de ellas, tengo varias, de diferentes colores. Según como me sienta ese día uso unas u otras. ¿Nunca os habéis sentido naranja? Os lo recomiendo, es una mezcla entre sentirse rojo y amarillo, lo mejor de ambos en uno sólo. Un libro de cuyo título no quiero acordarme... No quiero porque soy incapaz de ello, lo comencé hace ya algún tiempo, mucho tiempo y desde aquí soy incapaz de leer el título. Si sólo fuera uno... Un bolígrafo y unos cuatos folios llenos de fórmulas matemáticas. No me voy a entretener en esto. Un flexo. Dos fluorescentes. Uno de ellos fundido des del primer día. Mañana lo cambio. En mi mano derecha, una navaja suiza que me regaló el señor Arntonio. Nadie me había regalado una navaja suiza nunca antes. Me hizo mucha ilusión recibirla, aunque si soy sincero, nunca la he utilizado. ¿Nunca? Nunca hasta hoy. Si sólo fuera la navaja. Mi armario está lleno de cosas que no han sido estrenadas. Mi armario, mis cajones, mis estanterías... He viajado alrededor del mundo con esa navaja y por algún motivo, en los aeropuertos, siempre ha pasado desapercibida. Ni siquiera el hombre del guante de látex fue capaz de encontrarla. Veo mi ojo derecho reflejado en su hoja. Marrón.

A través de la ventana veo como el cartero deja algo en el buzón. Hoy he revisado mi correo electrónico treinta y siete veces. Son las doce y cuarenta y ocho y llevo aquí sentado desde las nueve en punto de esta fría mañana de diciembre. Esto es, muy aproximadamente, una vez cada seis minutos y diez segundos. Lo reviso una vez más. Nada. En toda la mañana, dos forwards de dos personas que dicen ser mis amigos y de los que no sé nada desde hace algún tiempo, mucho tiempo. Me repito, lo sé. Yo tampoco les escribo, pero por lo menos no les mando forwards diciéndoles cuánto les quiero y que me gustaría que yo fuera una de las doscientas diciséis personas a las que ellos deben reenviar el susodicho para que no se rompa la cadena y todos seamos felices y comamos perdices. Además, soy vegetariano. Espero un correo electrónico que ha de cambiar mi día, mi mes, mi año... Un correo electrónico que ha de cambiar mi vida. Hace tiempo que no recibo una carta. Miento, recibo un montón. Todas las compañías de seguros del pais me han escrito una. Todos los bancos. Incluso Victoria's Secret me escribe regularmente. ¿Me daría tiempo a ir treinta y siete veces al buzón y volver, en tres horas y cuarenta y ocho minutos?

Visto unos pantalónes de pijama azul celeste y una camiseta de tirantes negra. Me calzo mis zapatillas deportivas sin calcetines y me abrigo con una chaqueta de chándal roja y blanca. Abro la puerta de mi habitación y salgo corriendo hacia el buzón. Alcanzo el buzón y lo abro y me dispongo a dar media vuelta pero entre el montón de dinero desperdiciado en forma de papel, un sobre llama mi atención. Mi nombre manuscrito en él. Mi reto personal, al limbo. Todo se detiene a mi alrededor. No hay nadie en la calle, por lo que resulta sencillo imaginarse que el tiempo se ha detenido en ese preciso instante. Además, pese al frío, el cielo está despejado y no hay señales del fuerte viento que no dejó de llamar a mi puerta durante toda la noche. Nada. Sólo yo y el sobre cerrado color sepia y mi nombre manuscrito con una caligrafía excelente. Las letras son de color rojo y no tiene faltas de ortografía, lo que hubiera destrozado la magia del momento.

De repente todo cambia. Un perro comienza a ladrar. Dos gatos cruzan la calle. Varios niños se bajan de un autobús que acaba de detenerse. Sus risas inundan el vecindario. Dos mujeres salen de una vivienda hablando de los regalos que pretenden hacerle a sus maridos esta Navidad. Mujer A: una máscara de Darth Vader. Mujer B: los diez últimos números especiales de bañadores de la revista Sports Illustrated. Un coche dobla la esquina a gran velocidad. A gran velocidad siempre y cuando uno la compare con el libro de seguridad vial que descansa en el segundo cajón de la derecha de mi escritorio. En ese momento un balón de fútbol cruza la calle sin mirar. Todo el mundo sabe que un balón de fútbol nunca emprende un viaje solo. El coche no va a tener tiempo de frenar. El niño no va a tener tiempo de frenar. Pienso, luego existo, y luego corro como nunca antes a su encuentro, y lo cojo por la cintura, y el conductor del mustang rojo de vete a saber cuando porque sacan uno cada año gira bruscamente el volante de su vehículo, y yo salto en dirección contraria, y el coche es propulsado hacia arriba tras impactar las ruedas delanteras con el bordillo y reventarse, y el niño, la carta y yo caemos en el jardín de mi vecino, y el coche se incrusta en mi casa, y el coche explota, y mi casa explota, y un trozo de mi tejado cae justo a nuestro lado.

"Gracias", balbucea el joven. "¡Qué te jodan!", digo yo. Podría haber sido más agradable, pero no me ha apetecido. Al fin y al cabo, acabo de salvarle la vida y eso me permite decirle lo que me de la real gana. Mi casa, destrozada. Mi coche, un dólar más caro que el de mi vecino A, que a su vez era un dolar más caro que el de su vecino B y así sucesivamente hasta el enésimo abecedario donde n tiende a infinito, pues ese coche, destrozado también. Desde aquí puedo ver mi barbacoa y está intacta. Seguiré siendo la envidia de mi vecindario. No tengo ganas de lidiar con la policía así que me meto la carta en el bolsillo de mi chaqueta y comienzo a correr. Hacía tiempo que no corría. Me siento bien. No sabía que pudiera correr tan rápido. Debe ser la marca de mis zapatillas. Ya sabía yo que pagar cinco veces su precio tendría su recompensa y no, no podía ser simplemente la cara de perros rabiosos de mis amigos.

Sigo corriendo. A mi izquierda y arriba veo con asombro una barra de color azul que se mueve a la misma velocidad que yo. A mi derecha y arriba veo mi cara, mi cara y mi cara, o sea, tres caras, por si acaso alguien no sabe sumar. A mi derecha y abajo veo un ciento diecisiete, ciento dieciséis, ciento quince, ciento catorce, ciento trece... A mi izquierda y abajo veo un revólver... El mismo revólver que luzco en mi mano derecha. Sigo corriendo. Algo me pellizca el culo y la barra de color azul pasa a ser media barra de color azul. Otro pellizco. Oscuridad. Me levanto, nada ha cambiado y sigo corriendo. La carta sigue en mi bolsillo. Un cambio, una cara menos, ahora son dos. Comienzo a disparar a todo lo que se mueve frente a mí. Nunca antes había sostenido un arma. No lo hago mal. Me agacho, espero a que mi enemigo descargue su arma, me levanto y acabo con él. Salto sobre un coche y desde allí fusilo a su conductor. Por alguna extraña razón llego a la conclusión de que yo soy el bueno y de que todo los demás son los malos. Sigo corriendo. Lo único que me importa es llegar a un sitio tranquilo donde poder abrir la carta.

Pause. Save. Done. Me giro y digo "¡Marica!". Sigo corriendo.

Pause. Save. Done. Me giro y digo "¡Marica!". Sigo corriendo.

Pause. Save. Done. Me giro y digo "¡Marica, confía un poco más en mí... en ti!". Sigo corriendo.

Estoy lleno de sangre, mía y extraña. De vez en cuando me hieren, pero nunca de gravedad. Además, hace un rato encontré una frasco opaco y lo he abierto encontrando en su interior diez pastillas. Cada vez que ingiero una, la dichosa barra azul aumenta y eso creo que es bueno. Me atropella un autobús...

He llegado al centro y sigo corriendo. Ni rastro ni de la barra, ni de las caras, ni de la pistola, ni de los números. La puerta de una tienda de comestibles se abre a mi paso y de ella sale un tipo con tanta prisa como yo. Espero, por lo menos, que él sepa a donde va, porque yo sigo sin tener ni idea. ¿Lo sabes tú? Botas negras con punta de hierro, pantalón negro de cuero, cinturón marrón de piel agrietado, camiseta negra rota con un garabato ininteligible en el pecho, melena rubia al viento, barba de una semana. Antes de ver como introduce un fajo de billetes en uno de los bolsillos de su pantalón y el arma que asoma por el otro bolsillo ya sabía que acababa de robar la tienda de comestibles. Sirenas de policía. De repente "¡Deténgase!". Yo me lanzo al suelo y él, pues no, él se queda de pie, quieto, de cara a los tres revólveres de tres policías que han aparcado sus coches, dos, encima de la acera, arrollando el puesto de flores de unos pobres inmigrantes rumanos el uno y destrozando tres bicicletas el otro. "¡Identifíquese!", grita uno de los agentes. El sospechoso se lleva una mano al bolsillo trasero de su pantalón y entonces, un disparo. Otro, otro, otro, otro, otro, otro, otro, otro... Así hasta más o menos veintisiete. No soy un experto contando disparos, además, algunos de ellos han podido ser simultáneos pero me gusta el veintisiete y tenía ganas de utilizarlo, así que veintisiete. Levanto la vista, pues de mirar no tenía muchas ganas y me había cubierto el rostro con mis brazos, y lo veo allí, tirado a tres metros de donde yo me encuentro, envuelto en un charco de sangre. Suficientemente cerca como para percatarme de que a medio metro de su mano derecha, en el suelo, está la que yo definiría como la cartera del sospechoso con la que pretendía identificarse. Suficientemente cerca como para percatarme de que el arma que había visto en su bolsillo es de color amarillo, rojo y azul, y probablemente dispare agua. Me toman declaración, "En cuanto les oí me tiré al suelo y no vi nada.", y me voy.

Entro en un bar oscuro. Hay bares oscuros y claros también. Éste es oscuro. ¨¡Tres rones y una Coca-Cola!", mientras chasqueo los dedos, establezco contacto visual con un tipo calvo y con bigote que a juzgar por su aspecto es el dueño del local y señalo una mesa junto a la máquina de tabaco. Compro tabaco. No fumo, pero me gusta comprar tabaco. Además, esto es un cuento y los cigarros que me fume en el cuento ni matan (¿y si te ato de pies y manos y te introduzco cincuenta cigarros en la boca?), ni son adictivos (en la puerta de un colegio), ni causan enfermedades cardíacas (nunca he estado enamorado), ni son la causa del ochenta y cinco por ciento de las muertes por cáncer de pulmón (murió atropellado por un camión cuando iba camino del neumólogo), ni son nocivos para mi bebé (¿mi? ¿bebé?), ni perjudican a las personas que me rodean (hace dos meses que no me lavo). Los rones no me duran ni diez minutos. Me saco el sobre del bolsillo y lo pongo sobre la mesa.

¿Quieren que les diga algo gracioso? "¡Está vacío!", a lo que el calvo y con bigote reacciona sirviéndome otro ron. El sobre esta vacío. Lo volteo esperando descubrir algo pero de su interior no cae nada. O sea, toda la vida esperando una señal y ahora que por fin parecía haberla encontrado, nada. Me bebo el cuarto ron a palo seco. Sonrío resignado.

No hay nada, así que mejor dejas de leer este sinsentido y vuelves a tus quehaceres que seguro que son muchos y muy variados. Vaya manera de perder el tiempo, tanto el tuyo como el mío. ¿Qué esperabas? ¿Un final feliz? ¿Un giro argumental? O mejor, que todo hubiera sido una alucinación y que junto al libro, sobre mi escritorio, hubiera habido un cenicero con un todavía humeante elefante de color rosa. Bueno, quizás lo había y se me olvidó decirlo pero, ¿a quién le importa ya? Me paso la vida esperando algo que nunca va a pasar y mientras tanto lo que pasa es la vida a mi alrededor. ¿Todavía sigues ahí? Aquí está ya todo el pescado vendido. ¡Apaga este trasto! ¡Desconéctate! ¡Vete al campo! ¿Qué se yo? Llama a un amigo... si todavía tienes alguno. Yo no estoy seguro de tenerlos. Recuerdo que los tuve, pero eso fue hace mucho tiempo... quizás no tanto. Ya estoy contándote mi vida... Pues eso, lo que te estaba diciendo...

¡Aaaaa... diós!

12.12.05

Fabiola

A una abeja

De pequeña Fabiola siempre se había preguntado qué llevaba a las personas a matarse las unas a los otras. Fabiola nunca entendería las guerras, los atentados, los asesinatos. Fabiola nunca entendería qué llevaba a sus compañeros de la escuela a torturar animales callejeros hasta la muerte. Fabiola nunca entendería la violencia gratuita. Fabiola dejó de hacerse preguntas porque su ansia por encontrar respuestas la llevó a olvidarse de las primeras.

Fabiola se enamoró un día lluvioso de abril. Se enamoró mientras leía un libro sobre antropología en una cafetería, de un joven de rostro peculiar que disfrutaba de una agradable conversación con un amigo. Miguel Bosé, desde el hilo musical de la cafetería, fue testigo de su primer encuentro, primero de muchos.

Fabiola se casó con un policía, el hombre más encantador de cuantos había conocido nunca, hasta que dejó de serlo. Fabiola se casó con el que sería padre de su hijo, el hombre más adorable de cuantos había conocido nunca, hasta que dejó de serlo. Fabiola se casó con quien un día la haría despertar.

Todo sucedió un viernes.

Sonó el timbre. El hombre de la casa no hacía mucho que había regresado de la comisaría. Los viernes siempre llegaba más tarde de lo normal, gustaba de despedir la semana laboral alrededor de unas cervezas con sus compañeros, en el bar de un primo de su padre. Se levantó del sofá, donde aguardaba a que Fabiola acostara al pequeño, y fue a abrir la puerta.

- ¡Qué pasa camarada!

- Pensé que ya no venías. Fabiola está acostando al niño, ahora mismo íbamos a cenar algo, supongo que nos acompañarás.

- ¡Y tanto! Por cierto, traigo conmigo un directo de Bob Marley en Rotterdam. Ayer me lo bajé de Internet...

- ¿Traes algo más?

- Sí, hombre, sí, tranquilo. También traigo lo que pude encontrar entre lo encautado esta semana. María mejicana y, sin que sirva de precedente, un poco de coca colombiana que le requisamos a un camello de mala muerte del barrio de la siderúrgica.

Para cuando terminó su discurso ambos estaban ya acomodados en el sofá. Fabiola apareció por el pasillo, saludó a su invitado dándole dos besos y se dirigió a la cocina en busca de unas pizzas que ya llevaban un rato en el horno.

Bebieron cerveza y comenzaron a fumar porros de marihuana y cocaína, por igual. Buena música. Fabiola, conocedora de lo que allí sucedería, cenó un poco, se lió un porro para ella y se retiró a leer a su habitación. Poco después un hambre atroz se apoderó de ellos y una vez deborada la pizza fría que hasta entonces había compartido la mesa del salón con hierba, polvo blanco, un fajo de billetes de veinte euros, papel de fumar, tres paquetes de tabaco y un par de revistas...

"Ahora comenzaría a gritar mi nombre y me pediría que le preparara algo de comer. Yo accedería y mientras tanto, él y su amigo hablarían de a cuantas mujeres habían satisfecho en el pasado y a cuantas les gustaría satisfacer en el futuro. Su amigo se iría y después él me diría que limpiara todo antes de irme a dormir. Mañana vendrían sus padres y todo debería estar impecable. Me pediría también que le hiciera una felación, tras la cuál, me susurraría cuánto me quería. Me daría un beso de buenas noches y me regalaría su espalda. Y lo peor de todo es que yo, en la silenciosa penumbra de nuestra habitación, le creería y le volvería a perdonar.

Me duele la espalda. Me duele el cuello. Me duele el ojo derecho. Me duele la muñeca izquierda. Me duele la rodilla derecha.

Me duelen y no tengo heridas. Ya no...

Me gusta la marihuana. Me hace sentir bien. Aunque efímera, estoy enamorada de esta sensación de libertad. ¿Quieres casarte conmigo?"

Fabiola se levantó y se dirigió al armario ropero. Allí, junto a unas cajas de zapatos encontró uno de los revólveres de su marido, uno que no estaba registrado a nombre de nadie. Nunca antes había usado uno. El eco de su nombre retumbaba en toda la casa. En el salón la voz de Bob Marley se mezclaba con los gritos de su marido que por aquel entonces estaba solo y colocado, su amigo, cansado de esperar por una comida que nunca llegaba, se había ido. Cuando hubo alcanzado el salón no dijo nada... Descargó su arma sobre el diablo.

Así de simple.

Lloró.

A la mañana siguiente, cuando su hijo se despertó, lo llevó al colegio como todos los días.

Cuando lo recogiera al mediodía sería para más nunca regresar...

6.12.05

Albatros

A mi amiga azul

Me sumergí una vez más en la profundidad de su mirada antes de abrazarla de nuevo y sentir su calor. La besé dulcemente en la mejilla y sentí el latir de su corazón durante un delicioso instante. Nos separamos lentamente y la volví a besar antes de que el brillo de mis ojos delatara mi marcha.

"Nos volveremos a ver"

"Hasta que nos volvamos a necesitar"

A veces me dedico a contemplar la realidad que me rodea. Parece sencillo. No mucha gente lo hace. Me gustan los aeropuertos.

A mi izquierda una pareja de jóvenes desayunaba en silencio. No me habían regalado todavía la posibilidad de disfrutar del timbre de sus voces. Él engullía un bocadillo caliente mientras ella, con mucha menos energía, degustaba un tentempié frío. Dos enormes cafés coronaban la escena. Él miraba hacia el centro de la mesa mientras ella andaba perdida en el infinito hasta que una madre con tres hijos, uno en su regazo, pasó a su lado.

Un niño y una niña revoloteaban alrededor de su madre. La mujer a duras penas podía controlarlos a la vez que ponía la mayor parte de su atención en la preciosa criatura que sostenía entre sus brazos. Por un momento las carcajadas de los dos jovenzuelos inundaron de alegría el lugar sirviendo de perfecto complemento a los villancicos que por megafonía sonaban. La niña golpeó sin querer la mesa de mi derecha mientras el hombre impecablemente vestido que en ella estaba sentado se disponía a beber de su enorme vaso de café. El resultado fué una incómoda mancha en una hasta entonces inmaculada camisa azul celeste.

Un hombre a mi derecha se alzó y recriminó de mala manera la actuación de una de las criaturas más risueñas del local a su sufrida madre. Ésta cogió de la mano a la traviesa y le reprimió de forma ejemplar sin alzar la voz. La niña, acto seguido, se disculpó sinceramente para alejarse después junto a sus hermanos, su madre y su alegría. Mientras se perdían entre la multitud el caballero murmuraba algo que no me esforcé en descifrar. De repente le cambió el semblante y la mancha dejó de importarle. Una sonrisa de oreja a oreja se dibujó en su rostro, algo que muy probablemente tenía que ver con la aparición de una preciosa joven rubia que se había sentado a beber un zumo de frutas en una mesa cercana.

Una joven, de belleza sencilla y singular, se quitó su chaqueta lentamente. De su bolso sacó un libro, una libreta, un bolígrafo y unas gafas y se puso a leer haciendo caso omiso al ajetreo que había ocasionado su allí presencia. Poco después llegó una amiga suya que a falta de una silla en la mesa que la primera había ocupado, se hizo con una en una mesa vecina en la que una pareja de ancianos conversaba vivamente.

Una pareja de edad avanzada no dejaba de intercambiar opiniones de vete a saber qué. Desde donde yo estaba era imposible saber que tema les mantenía inmersos en una conversación, a juzgar por el aspecto de ambos, interesante. Sus rostros delataban felicidad. Reían cómplices. Se levantaron poco después, él la ayudó a ponerse la chaqueta y se dirigieron sin dejar de mirarse a la puerta de salida cogidos de la mano. Se cruzaron con otra pareja en la entrada.

Dos jóvenes sumamente atractivos se sentaron en la mesa que los ancianos habían abandonado segundos antes. Uno era espigado y rubio mientras el otro era moreno y de constitución más fuerte. Ambos muy guapos. Se dieron un beso y mientras uno se acomodaba en una de las sillas el otro se dirigió a la barra en busca de un ansiado desayuno a juzgar por su prisa por alcanzarla. No tardó mucho en regresar junto a su pareja con una bandeja llena de repostería y dos chocolates calientes con nata, virutas de chocolate blanco y barquillos de chocolate. Antes de sentarse besó de nuevo dulcemente a su compañero, hecho que no pasó desapercibido al padre de una familia que acababa de entrar en el recinto.

Un hombre llamó la atención de dos chavales que se abrían paso entre las mesas. Le dijo algo a su mujer y se fueron por donde habían venido. Justo en la puerta un joven vestido de negro le empujó violentamente. Probablemente corría detrás de su avión.

Un joven salió volando de la cafetería. En su mano llevaba una mochila negra. Una mochila que me resultaba sumamente familiar... ¡La mía!

Me cargué mi otra mochila a la espalda y me puse mi gorra y comencé a correr tras él dejando atrás la mitad de mi desayuno. Pareció darse cuenta por lo que incrementó su ritmo. Tropecé con unos mochileros y perdí mi gorra pero seguí corriendo tras el ladrón. En aquella mochila había una foto, una foto que no me dejó pensar en que también en ella estaban mi portátil, mi cámara, mi iPod, mis gafas, ... El joven alcanzó unas escaleras mecánicas y las bajó peligrosamente y yo detrás. Antes de llegar abajo volví a caerme. Con peor suerte que antes pues en esta ocasión mi nariz comenzó a sangrar. Me levanté y seguí corriendo. La gente se apartaba y gritaba a nuestro paso. Lo vi cruzar una esquina y sin esperanza hice un último esfuerzo. Lo encontré en compañía de dos agentes de policía.

"¿Sucede algo señor?"

"¿Qué pasa Santiago? ¿No te acuerdas de mí? ¿Qué casualidad encontrarnos aquí? ¿Ibas a perder tu avión?"

Los agentes se preocuparon por mi nariz. Les aseguré que no era nada y nos dejaron allí a los dos. Santiago me devolvió la foto y con ella la mochila y todo lo que contenía. Le invité a tomar algo en la cafetería en la que nos habíamos conocido y en la que ya no quedaba ni rastro del desayuno que había dejado a medias. Antes pasé por el servicio de caballeros a lavarme la cara y cambiarme de camiseta. Se tomó una cerveza, conversamos y, poco después, se fue sintiéndose bien.

Un bebé rompió a llorar y de nuevo me percaté de la música navideña que sonaba a través de la megafonía del local.

Cogí mis cosas y salí de allí y cerré los ojos y pensé en la foto y abrí mis alas y comencé a aletear y, por fin, me alcé y comencé a hacer, de nuevo, lo que mejor sé hacer, volar.

28.10.05

El hilo

Abrir los ojos y ver que las astas del ventilador siguen girando. Transformar el incesante giro del ventilador en el de la rueda trasera de tu flamante bicicleta. Ser consciente de tu pedaleo. Sufrir de nuevo el martilleante crujir de la cadena.

Darse cuenta de repente de que todo lo que un día fuiste ya no lo eres. Darse cuenta de que lo que eres ahora se debe a todo aquello que un día fuiste.

Todo el mundo está dispuesto a dar lecciones: tus amigos, los que se creen tus amigos, tu jefe, tus subordinados, tus enemigos, tus padres, tus hermanos, tu pareja, los que ansían convertirse en tu pareja, incluso ese desconocido con el que intercambiaste unas palabras esta mañana. Pocos simplemente dispuestos a enseñar. Si algo has aprendido es a ser alumno.

Un pájaro carpintero se posa sobre tu nunca. Hace lo que mejor sabe hacer. Poco tarda en brotar la sangre. El ave parte en busca de mayor atención. Un hilo rojo emerge de forma incesante de la parte trasera de tu cabeza. Te escapas de ti mismo. Demasiadas preocupaciones ahora como para detenerse a curar una herida.

El zumbido de tu ordenador permanece instalado en tu cerebro. No hay silencio. Ya no hay silencio. Y entonces de nuevo el martilleante crujir de la cadena.

Grandes paneles luminosos que te alejan todavía más de tu realidad, del hilo que debería seguir tu vida. Rojo.

De repente alguien te lanza una cuerda y te agarras a ella con todas tus fuerzas. De repente te das cuenta de que eso no era lo que querías, pero es ya demasiado tarde, estás ya en cubierta. De repente ante la mirada incomprensiva de los allí presentes saltas de nuevo a un mar de aguas turbulentas. Tiburones en el mar... Los prefieres a tiburones en la tierra. Mar y cielo. Azul.

Entonces ves la luz y cubres tu ojos, miras hacia otro lado. Proteges tus ojos una vez más antes de volver a mirar y darle de nuevo la espalda, ¿definitivamente?. Empeñarse en nadar contra corriente como el salmón. Seguir haciendo el crucigrama de los domingos. Apagar las luces y seguir sufriendo la condena del silencio de los hercios de tu ordenador antes de que de nuevo irrumpa el martilleante crujir de la cadena.

Amor. Amistad.

Moverse con la marea sin detenerse a disfrutar del paisaje...

Regresó a casa tarde, como cualquier otro día. Cenó, como cualquier otro día. Una ensalada a base de cuanto encontró en la nevera, que no fue mucho. Invirtió, como cualquier otro día, cinco minutos delante de su ordenador antes de decir adiós a otro día cualquiera. Antes de dormirse sonrió. Al fin y al cabo, la solución a su mayor preocupación era tan simple como engrasar la cadena de su bicicleta.

Las astas del ventilador siguen girando, su almohada se tiñe irremediablemente de rojo...

11.10.05

Tocar techo

Aquí arriba siempre brilla el Sol y el espacio es infinito. Lo que no sé es por qué no viene más gente, por qué se empeñan en quedarse ahí abajo, sin hacer nada, resignados a su suerte...

Reservado el derecho de admisión.

Tocar fondo

Dicen que pisar mierda da buena suerte...

Yo lo hago por hacerles un favor, ¡vengan y písenme!

20.9.05

Sol Solet

Són pirates al Pacífic. Fugen d'una batalla, però tornaran. Han decidit tornar enrere abans de que fos massa tard. El vaixell ha sofert danys importants. A casa els hi esperen les seves famílies, un merescut descans. Llamps i trons. Comença a ploure.

- Nens, s'ha acabat el fer de pirata! Cap a casa abans que començi a ploure més fort!

La Núria i el seu germà, el Roger, van ser els primers a entrar, sempre feien cas del que deia la seva mare. El Víctor i l'Oriol van entrar després queixant-se obertament, el seu pare encara trigaria una estona i no tornarien a casa fins l'hora de sopar.

El Roger va començar a plorar. Sempre ho feia. No li agradava deixar de ser de sobte un dels seus personatges favorits, pirata al Pacífic, nen perdut a Maimés, conillet al País de les Meravelles, soldat a Waterloo... Sentia que una part d'ell moria cada cop que la fantasia s'acabava. Sentia que es feia gran. Sentia que cada cop era més difícil tornar. No entenia per què, però plorava, no de ràbia, estava trist.

El Víctor i l'Oriol no sabien estar-se quiets. Cinc minuts després van començar a barallar-se. Sempre estaven igual. La mare de la Núria i el Roger no sabia que fer amb ells. No li agradava tenir-los a casa però els seus pares els hi havien ajudat molt quan el Joan havia mort. De vegades, quan els veia barallar-se no podia evitar somriure i sentir-se orgullosa dels seus fills, les dues criatures més maques del món.

La Núria, havia quedat hipnotitzada a la finestra. Li agradava mirar la pluja. Li agradava el tacte fred del vidre a la seva cara. Li agradava sentir que no hi havia res capaç d'aturar la seva inèrcia...

* * *

El fum de dos cigarrets al cendrer contaminava l'ambient. Algú dormia al llit mentre ella, completament nua, contemplava la pluja. Feia molt de temps que havia descobert que la pluja era només això, pluja, i que no plou a tot arreu, ni per sempre. Ella sabia que per sobre dels núvols sempre fa sol. Lluny d'allà, la seva mare tornava a somriure, el Roger escrivia un nou capítol de la seva novel·la mentre el seu company feia el sopar, i el Víctor i l'Oriol, tot i els seus somriures postissos, havien deixat de somiar per sempre.

- Tornes al llit? - Una veu ronca d'entre els llençols.

- Ja vinc!

La Núria estava gaudint, però no tenia res a veure amb el seu convidat, ni amb la pluja... Mentre tornava al llit ho va tornar a sentir, i no per haver-se acostumat havia deixat d'ésser tan intens com el primer dia. Sabia on era en aquell moment, però no sabia on seria l'endemà. La intensitat dels raigos del Sol al seu cor... VIDA

A fora, plovia, i no deixaria de ploure durant un parell de dies...

13.8.05

Y si...

Se quedó mirándome. Me sentí misteriosamente agusto en la profundidad de su cristalina mirada. De repente apareció frente a mí. Vestía una larga túnica blanca y un turbante del mismo color.

"¡Hola Óscar!", me dijo.

"¿Quién es usted? ¿Cómo sabe mi nombre?", un escalofrío recorrió mi cuerpo, un escalofrío reconfortante.

"Yo no pretendo nada de usted, Óscar, no se asuste. Solamente quería decirle algo", acarició mi hombro.

"No diga nada", retiró su mano de mi hombro y no dejó que emitiera sonido alguno, sonrió. "Quizás lo que le voy a decir no tenga sentido para usted, pero es importante para mí. Es usted una persona especial y lo sabe, aunque probablemente no sabe cuánto. Tiene capacidad para llegar a límites insospechados pero para ello debería dejar que alguien le guiara convenientemente. Ese alguien podría ser yo... o no. Podría acompañarme al pequeño pueblo de la India en el que resido para iniciar su aprendizaje...".

Yo permanecí inmóvil frente a su persona. Inmerso en su discurso. Relajado.

"Seguramente esté pensando que estoy loco", siguió. "Le puedo asegurar que todos lo estamos en cierta medida".

Siempre que un desconocido se dirige a nosotros en la calle, nos aborda, adoptamos, en principio, una actitud defensiva. Yo no adopté actitud alguna, simplemente escuché sus palabras y sin pensar demasiado al respecto agradecí su interés y me excusé amablemente, sin miedo a su reacción.

"Gracias de todos modos por escucharme" me dijo. "Ahora vaya junto a Lucía, le estará esperando en casa. Por cierto, y no me malinterprete usted, dígale a su novia que vaya al médico a hacerse una revisión", después de aquello se despidió y se perdió entre la multitud de gente que deambulaba por la calle a aquella hora del día, multitud que había pasado despaercibida para mí desde el momento en que entré en contacto visual con él. ¿Un sueño, quizás?

Mis amigos siempre me han dicho que probablemente se trataba del representante de una secta que intentaba captar adeptos. Y que, para ello, hacía un seguimiento de personas al azar para convencerlas haciendo uso de una información que en principio no debería conocer. Factor sorpresa...

A mi novia entonces, mi mujer ahora, le diagnosticaron a tiempo un cáncer de mama poco después de aquello. Desde entonces he hecho un esfuerzo mayor por conocerme y he descubierto cosas...

31.7.05

Los momentos

A una buena amiga

La observó alejarse. Lo hizo lentamente. Saboreó cada paso. Era consciente de que lo que entre ellos había sucedido durante los últimos días no se volvería a repetir. Los momentos son efímeros, ambos sabían eso. Se volverían a tropezar, sí, pero la música, esa melodía, probablemente ya no sonaría con la misma intensidad, con el mismo orden, las notas serían otras. Nunca mejores, nunca peores, diferentes.

"Soy feliz," murmuró él. Sus caminos se separaban pero era incapaz de sentirse triste, todo lo contrario. En sus oídos aún retumbaba el eco de sus últimas palabras, su dulce voz acompañada siempre de una perenne sonrisa.

Camino del coche, se percató de la presencia de un vagabundo que pedaleaba su vieja bicicleta hacia un oscuro callejón en el que probablemente encontraría cobijo. La noche era agradable. Las estrellas brillaban en el cielo mientras la Luna era testigo de todo cuanto acontecía. Una flor, de un blanco que luchaba por abrirse paso en la oscuridad de la noche, captó su atención por un instante. Un gato se cruzó en su camino alejándole rápidamente de la flor y acercándole a una pareja que caminaba su amor en dirección contraria. "Buena suerte," pensó. A lo lejos pudo oir una canción que lo transportó a un pasado que nunca olvidará. La canción cesó de repente. Su amigo chasqueó en tres ocasiones el dedo corazón y pulgar de su mano izquierda y después dio una palmada. Despertó. Probablemente ella ya se encontraría camino de su casa, lejos de allí, a una distancia cada vez mayor de aquel instante.

Subió al coche y no dijo nada hasta llegar a su destino. "Los momentos son efímeros," se despidió asintiendo ligeramente con la cabeza, se bajó del coche y sonrió. Se llevó la mano al bolsillo. Había vuelto a olvidar las llaves...

1.7.05

Q?

(...)

- When did you start becoming what you are and never wanted to be?

- I guess it was when I denied that for the first time.

(...)

30.6.05

Pantallas

Gracias por la inspiración amigo

Lo intentó una segunda vez. El resultado fué el mismo. Estaba embarazada.

Su marido llegó puntual del trabajo a las tres de la tarde. La besó brevemente en los labios.

- Cariño, tenemos que hablar...

- Vengo agotado, hablamos luego, ¿te parece? Ahora me apetece ver las noticias y comer algo.

Se sentó en el comedor a degustar los manjares que ella había preparado para él y a ver a través de su pequeña gran pantalla todo cuanto acontecía en el mundo.

- Voy a echar la siesta, si llama alguien le dices que llame más tarde -. La besó en la frente y salió al porche.

Una hora después despertó de una breve pero reconfortante siesta. Ella aguardaba en silencio a su lado el momento en el que se incorporara.

- Me encanta despertar de la siesta y sentirte a mi lado... ¡Ahí va, las cinco! ¡La Bolsa está a punto de cerrar! Ahora vuelvo cariño...

Se acomodó frente al ordenador y allí estuvo, inmóvil, durante una hora.

- Mi amor, hoy somos trescientos veintitrés euros más ricos...

- ¡No sabes cuánto me alegro! - Se armó de valor. - Más ahora que...

- ¡Las seis! ¡El partido! Andrés debe estar a punto de llegar. Me dijo que vendría a verlo con nosotros.

Andrés llegó y ambos se sentaron a ver como veintidós hombres en pantalones cortos corrían detrás de un balón.

- ¡Hasta luego Andrés! Y no dudes en venir a ver el partido cuando quieras, sobretodo si el resultado ha de ser como el de hoy. ¡Somos los mejores! - Andrés se fue y quedaron solos los dos. - ¿Sabes? Voy a escribirles un correo electrónico a Anna y Pablo...

- ¿Podemos hablar?

- Un segundo, si no se me olvida...

Se sentó de nuevo en el reconfortante sillón de cuero negro que reinaba en su despacho.

- ¡Cielo, Toni y Marta me han mandado el álbum fotográfico electrónico de su viaje a Perú! ¡Menudas fotografías! Voy a echarles una ojeada para conocer Perú.

Después de recorrer Perú se adentro en otros paises Sudamericanos.

- ¿Cenamos?

- Prepárate lo que quieras, yo creo que me haré un bocadillo y actualizaré mi página web mientras ceno.

Mientras cortaba un de poco queso y un poco de jamón, fue capaz de mandar tres mensajes de texto.

Antes de regresar al despacho se detuvo en el labavo. Sentado en la taza, mientras hacía sitio al bocadillo, intentó, una vez más, acabar con el enemigo final del último juego que había comprado para su videoconsola portátil.

- Cariño, ¿hablamos?

- Mejor mañana, con más calma. Ahora voy a intentar poner esto al día... Luego podríamos ver una película, ¿qué te parece?

- Me parece que me voy a ir a dormir, no me encuentro muy bien. Quizás lea algo mientras me entra el sueño...

Deseó que la siguiera, pero él se sentó frente al enorme televisor de plasma de la sala de estar y se sumergió en un mundo de fantasía audiovisual. No llegó a abrir ningún libro. El sueño pudo con él y se quedó dormido importándole poco perderse el final de la película. Ella, sólamente derramó una lágrima.

Amaneció en una casa vacía...

24.6.05

La caída del pelo

La camarera trajo la cuenta.

- ¿Dónde os véis de aquí a diez años? - Preguntó abiertamente uno de ellos.

Me acaricié el poco pelo que aún se resistía a perecer y cerre los ojos en un esfuerzo por concentrarme...

Mi larga melena castaña acariciaba mis firmes hombros. Me retiré un travieso mechón de mis ojos antes de formular mi pregunta. B y R contestaron plácidamente antes de cederme el turno:

- ¿Diez años, diez años? No sé, la verdad es que es una pregunta difícil aunque supongo que debería saber responderla. Al fin y al cabo, la he hecho yo. Bien, no sé, probablemente tenga menos pelo en la cabeza... Fuera bromas, me veo mucho más maduro, insisto, mucho más, y mucho más experimentado también. Probablemente esté compartiendo mi vida con alguien, me veo así, no es mi objetivo, es simplemente una impresión. No sé si seguiré dedicándome profesionalmente a esto, no sé, quizás, aunque teniendo en cuenta que son diez los años, podría, fácilmente, ser que no. Espero seguir sabiendo de ustedes... No creo que esté viviendo cerca de mi familia, no es que no los quiera, es simplemente que precisamente por eso, porque los quiero, me apetecerá seguir contándoles mis venturas y desventuras around the world. Me gustaría ayudar a aquellos que lo necesitan. Me gustaría, simplemente, ser feliz. No creo que eso sea especialmente difícil. No sé, ¿que más? ¿Dije ya lo del pelo?

Escucharon atentamente mi breve pero entusiasta explicación. Cuando mi todavía inmadura mente hubo acabado de soñar despierta cubrí mis ojos con mi mano derecha a la vez que respiré profundamente...

- ¿De aquí a diez años, decís? - Hice una pausa y fui consciente entonces de mi déjà vu. - Si queréis que os sea sincero... Evidentemente queréis, si no por qué ibais a preguntar. En fin... No lo sé, la verdad, no tengo ni idea... Lo que sí sé es que hace veinte años yo formulé esa misma pregunta a dos muy buenos amigos míos que hace tiempo que no veo, debería intentar localizarlos... ¿Por dónde iba? Ah, ¡sí! De la respuesta que yo di entonces al cabo de diez años sólo quedo la actitud de que se convirtiera en realidad y eso, amigos, no es poco...

Los dejé allí sentados, me fui con una sonrisa en el rostro. Cuando llegué a casa hice algo que hacía mucho tiempo que quería haber hecho, cogí el teléfono...

18.6.05

Esencias y Percepciones

La conversación fluía rica en todas direcciones. Gente dejaba sus asientos a su alrededor en busca de comida y regresaba a sus mesas con platos a rebosar de alimentos.

- Ayer visité la escuela de masaje, creo que es el momento de tomar una decisión al respecto... - sin acabar la frase B partió con sus firmes manos un rollito de primavera e introdujo la mitad en su boca, lo saboreó antes de continuar.

Una camarera se acercó a la mesa con la cuenta, J gentilmente aceptó hacerse cargo de ella.

- Estoy pensando en la posibilidad de estudiar filosofía aquí, aunque probablemente sea mucho más complicado que hacerlo a distancia -. J esperó la aprobación en las miradas de sus contertulios.

Mientras ésta se producía y R comenzaba a hablarles de dos amigos suyos que habían estudiado filosofía, un joven afroamericano pasó junto a ellos hablando en voz alta a través de un auricular que lucía en su oreja izquierda. El joven se dirigió a la zona del restaurante donde se encontraba el buffet.

B regresó con un plato lleno de dulces.

- Tengo ganas de retirarme por completo durante una temporada, de dedicar mi tiempo enteramente a mí de una manera sana -. J y B escucharon atentamente a R mientras explicaba entusiasmado la posibilidad de perderse durante una temporada en el sur de Francia.

En aquel preciso instante el restaurante comenzó a servir cenas. Mientras seguían hablando, más gente fue llegando y acomodándose en el comedor, todos ellos ajenos a lo que allí sucedía. Ajenos a que R, B y J se mostraban tal y como eran y se percibían esencialmente. A su alrededor el mundo seguía percibiendo simplemente la imagen que de ellos se hacía.

- ¿Me dejas conducir? - Insistió J con tono burlesco.

- Ya estás otra vez... - se quejó R mirando a B.

- A mí no me digas nada, bastante tengo con aguantarlo todos los días en la oficina...

El motor se puso en marcha y la esencia se perdería de nuevo hasta que se volvieran a percibir...

Verse, se veían casi todos los días.

20.5.05

El abuelo, el camello, el nieto y el perro

Así lo ven Fuente Abejuna, Chukustako y Dr. Plim


¡Me cago en la madre que me parió! Esto se acabó. Nunca imaginé que sería así. Por lo menos no tendré que sufrir las desgracias de una tercera Gran Guerra. No creo que encuentren los restos de mi cuerpo entre tanta mierda. La ambulancia en la que viajaba mi nieto y el otro vehículo han colisionado conmigo en medio. Probablemente trozos de mi cuerpo están desperdigados por la calzada. Probablemente estoy ardiendo. Todo ha sido culpa mía. Todo ha sido siempre culpa mía.

Nací hace sesenta y dos años. Mi padre murió minutos depués de yo nacer. El cabrón me dejó huérfano de padre. Fue siempre un cobarde. Mi madre había temido durante los nueve meses de embarazo que la abandonara y, finalmente, lo hizo. Mi madre se casó entonces con la bebida, lo que la convirtió en lesbiana. Todos los recuerdos que tengo de ella son con un vaso de ginebra en su mano izquierda. Ella era diestra. Bebía siempre con la mano izquierda, de esa manera le quedaba libre la mano derecha para castigar mis pecados que desde niño, fueron muchos. Mi madre nunca estaba en casa, por no faltarle al respeto me voy a ahorrar mencionar a que se dedicaba. Me crió mi abuelo. El muy hijodeputa sigue vivo, tiene hoy ciento tres años y no hay manera de que se muera. Tiene un hermano mucho menor que él con el que no se habla. Cuando cumplí dieciocho años huí de él y de sus ideas revolucionarias. No me gusta recordar. Recuerdo que una vez me encerró en un sótano húmedo y maloliente durante una semana. Una garrafa de cinco litros de agua y un queso caducado. Me había enrollado en sus narices con una amiga negra del vecindario. Todos los días venía a recordarme mi error con su cinturón. Nunca fui capaz de alzar mi voz contra su autoridad. Hasta hoy he seguido quedando con él de vez en cuando, mi odio hacia él no me permite dejar de hacerlo.

Con diez años comencé a esnifar pegamento. A los doce fumaba tabaco y a los catorce me hice amigo de la hija de unos hippies que me proporcionaba marihuana semanalmente a cambio de sexo oral. Con dieciséis años esnifé mi primera ralla de coca, fue en una fiesta a la que nunca debí ser invitado. A partir de ahí, imagínense. Acabé convertido en yonqui. Cabalgué hasta los veinticinco. Estuve a punto de morir pero no sólo no lo hice, sino que cuando desperté de un coma de seis meses una puta que había conocido durante diecisiete minutos me recibió con un pan debajo del brazo. Conseguí un trabajo decente limpiando el pozo negro de esta ciudad maldita de la que nunca he conseguido escapar. Me casé, pero a los dos mesos la muy guarra se largó con un taxista y se llevó a mi hija con ella. Desde entonces me coloco menos a menudo y he conocido a alguna gente. Así me hice distribuidor, camello. Si usted es de aquí, tiene menos de veinte años y ha consumido cocaína, heroína o marihuana, muy probablemente el treinta por ciento de su inversión fue a parar a mis manos. A veces basta con caerle bien a un pez gordo y eso fue lo que cambió mi suerte.

Hace veinte años mi hija volvió, casada y con un hijo. Se instalaron en casa del padre de Víctor, su marido, donde mi nieto se crió junto a su primo, con el que nunca se llevó muy bien. A pesar de sus padres, pasaba mucho tiempo con el niño. Intenté mantenerlo siempre al margen de mi realidad pero uno no puede luchar contra el destino. El cabroncete descubrió mi secreto y comenzó a distribuir mercancía que me robaba en su instituto. Yo me di cuenta desde el principio, pero nunca le dije nada. Para su dieciocho cumpleaños le pagué un par de putitas de lujo con las que gozó durante una noche entera. Por desgracia se enamoró de una de ellas, una que ya me había enamorado a mí antes. Sus padres hacía tiempo que ya no me venían a ver. La gente no se metía conmigo y yo no me metía con la gente. En una ocasión un gilipollas intentó hacerme chantaje. ¿Recuerdan al pez gordo? Se lo comenté y nunca volví a ver al gilipollas. Cuando se coloca, mi nieto me llama a mí. Está cometiendo los mismos errores que yo y él me culpa de ello. Me odia pero a la vez me admira. Si me hubiera marchado a tiempo nada de esto habría sucedido. Hace tiempo que dejé de hablar con sus padres. Nadie me quiere. Quiero a mi nieto. Odio a mi abuelo. Hace un mes dejé el negocio, lo que le costó algunas palizas al chaval, que ya no tenía de donde sacar el material. Hace una semana le dije que sería mejor que no nos viéramos más, que siempre había sido una mala influencia para él, la abstinencia lo estaba matando. Hace un día me sorprendió con la cabeza de la putita de la que se había enamorado entre mis piernas. Hace una hora había saltado por la ventana.

En el barrio siempre me han llamado el perro. ¿Por qué? Buena pregunta. Supongo que porque nunca he hecho nada por mí mismo, me he dedicado a obedecer, a acatar. Siempre he necesitado un dueño. Mi abuelo, el pez gordo, mi nieto, ellos han dirigido mi vida, y cuando no han estado ahí, me he dedicado a vagar sin rumbo como un vulgar perro callejero...

Es curioso que mientras muero, un abuelo, un camello, un nieto y un perro observan la escena. He matado a mi nieto, lo he salvado de la tercera Gran Guerra, al mundo le quedan pocos días pero eso lo sé yo, ellos no...

23.4.05

¿Y qué pasó con la novia? III

Viene de Dr. Plim (parte I) y Fuente Abejuna (parte II), y sigue con Chukustako (parte IV)

- ¿Y qué pasó con la novia?

La pregunta recorrió todo su cuerpo antes de hacersele evidente. Las mujeres piensan de forma diferente a los hombres, eso es un hecho, nadie lo pone en duda. Si ella le estaba preguntando aquello en aquel momento era única y exclusivamente porque por fin se había dado cuenta de lo maravilloso que él era, eso pensaría cualquiera. En una ocasión un buen amigo le había dicho que, por alguna extraña razón, las mujeres tienen tendencia a sentirse atraídas por los hombres con pareja, como si el hecho de tener pareja lo convirtiera a uno en un ser superior, diferente al resto. Su amigo acostumbraba a decir que las mujeres están en su mayoría desengañadas en cuanto al género masculino, todos son iguales, tienden a decir, y acaban pagando justos por pecadores. Todos son iguales según ellas, excepto aquellos que muestran una sensibilidad fuera de lo normal. Tener pareja, y ser feliz por ello, es una prueba de esa sensibilidad, lo convierte a uno en algo diferente a un abejorro cuyo único próposito es volar de flor en flor y pregonar después. ¿Quién narices le había dicho a ella que yo tenía novia?, pensó. La cafetería estaba prácticamente vacía. Le había sorprendido que ella hubiera accedido a tomar un café con él, hacía tiempo que no se dedicaban más que comprometidos saludos. Desde que sucedió aquello... Él había estado enamorado de ella, pero ya no lo estaba. ¿Ya no lo estaba? Él ahora era feliz junto a Julie, con la que siempre hablaba en francés, ¡oh, Julie, je t'aime! ¿Por qué ahora? se decía. ¿Pero qué estás haciéndote creer? Es sólo una pregunta, sólo te ha hecho una pregunta, deja de imaginar. No sigas por ese camino, te conoces. Admítelo, sigue ahí, nunca se marchó. ¿Y si? ¡La odio! ¿Es esto lo que aguardaba?. Era incapaz de decidir si todavía la quería, o lo que quería era que ella algún día se rindiera a sus pies y así sanar su dañado orgullo masculino.

- ¿Novia?

Tras su brillante respuesta siguieron hablando. Todo cuanto sucedía alimentaba su teoría. Hablaron del pasado, hablaron de lo que sucedió, hablaron de lo que hubiera sucedido. En su interior se estaba gestando una sonrisa macabra. Pagó y fueron a su casa. Él conservaba unos libros que ella le había prestado en una ocasión y decidieron que, por lo que pudiera pasar, era mejor que se los devolviera entonces.

...

- Putain! Putain!

- Julie, qu'est-ce que j'ai fait! Je t'aime! qu'est-ce que j'ai fait!

- Et la copine?

Colgó bruscamente el teléfono y cayó al suelo abatido y rompió a llorar. A su lado yacía el cuerpo sin vida de una joven. Sus manos estaban llenas de sangre y desde su posición alcanzó a ver un enorme cuchillo de cocina, también manchado, junto al pie izquierdo de la que en el pasado había sido la fuente de sus deseos y ahora emanaba sangre por los cuatro costados. Comenzó a golpear su cabeza contra la pared en la que apoyaba su espalda, cada vez más fuerte. Toc, toc, toc, toc, toc, toc, toc, toc, toc, toc, ...

No recordaba nada desde el momento en el que ella se había agachado y le había comenzado a comer la polla...

31.3.05

Present

(...)

I couldn't see anyone else in the park. It was late. He looked upset:

- When I look forward, what I see, makes me wanna look backward... and when I look backward, what is there, makes me look forward... And, shit! This neckache is killing me! It won't stop!

- What are you talking about!?

(...)

23.3.05

Formas de usar un escritorio

A los Templarios

Un escritorio grande, como el mío, consta, habitualmente, de una gran superficie de madera apoyada sobre sendas columnas de, por ejemplo, cuatro cajones cada una, que hacen a su vez la función de patas.

Un estudiante de graduado, yo lo soy, tiene sobre su escritorio, entre otras cosas, un lápiz, dos bolígrafos, uno rojo y otro negro, una goma, varios montones de papeles aparentemente desordenados, una pantalla de ordenador, un teclado, un ratón, una tortuguita de cristal, una guagüita de madera, una calculadora, un libro abierto, una miniatura de Spider-Man, una hoja caída de algún árbol, probablemente en otoño, y una agenda abierta por donde no toca.

Mis dedos, blancos por la tiza y doloridos todavía por el esfuerzo de la noche anterior, se agarraron con fuerza al borde del escritorio. Tan sólo la última falange de los dedos corazón, índice y anular de cada mano contactaron la superficie. Mi pie izquierdo buscó con ahínco la pequeña asa del último cajón de la columna izquierda. Una vez encontrada, allí se acomodó. El resto de mi cuerpo quedó suspendido en el aire. Los músculos de mis brazos y mi pierna izquierda se tensaron y mis abdominales se contrajeron para mantener en el aire mi pierna derecha. Respiré profundamente. Bruno me dio ánimos a la vez que colocó uno de los cojines del sofá en el suelo por si sucedía lo que no debía suceder. Respiré de nuevo y haciendo fuerza con mis brazos salí de debajo del escritorio, lugar en el que se encontraba gran parte de mi cuerpo en la posición de equilibrio inicial. Me detuve a medio camino. Pude sentir como mis músculos se tensaban y destensaban en función de mis exigencias. Mi rostro se enrojeció del esfuerzo. Ya no había vuelta atrás. Bruno me alentó y pensé en como me sentiría después e hice partícipe a la habitación de mi respiración y me concentré y sin miedo al fracaso hice un último esfuerzo.

Aquí de pie, sobre la superficie de mi escritorio, las cosas no se ven mucho más pequeñas, ni siquiera me siento un ser superior, pero sonrío a la vez que Bruno da una palmada y devuelve el cojín a su sitio. En unos segundos bajaré de nuevo al suelo y me sentaré en mi silla y ambos volveremos a dedicarnos a lo que mejor sabemos hacer...

17.3.05

Viento

A un elefante rosa de papel

Él se sintió atraído por ella en el momento en el que sus miradas se cruzaron por primera vez.

Ella nunca se había percatado realmente de su presencia.

La piscina, para él, era un lugar de recreo.

La piscina, para ella, era un lugar de trabajo.

Él era un universitario serio, introvertido, observador. Ojos marrones.

Ella era una universitaria alegre, extrovertida, observadora. Ojos azules.

La piscina abría sus puertas a mediodía y él llegaba poco después. Ella no trabajaba todos los días, cuando lo hacía, él era incapaz de concentrarse en otra cosa, de hecho su rendimiento en el agua disminuía considerablemente. En más de una ocasión se había imaginado a sí mismo reuniendo el coraje suficiente para por fin dirigirse a ella más allá de un tímido saludo educado. Sin embargo, los días pasaban y nada sucedía. Pasó un día, pasó una semana, pasó un mes y nada sucedió.

No fué hasta que coincidieron fuera del agua que hablaron por primera vez. Se encontraron en el supermercado, en la frutería, él estaba pesando unos plátanos mientras ella escogía unos tomates. Él estaba muy nervioso, ella no. Él habló poco. Cuando se despidieron no sabía muy bien como un pequeño trozo de papel cuadriculado con un nombre de mujer y un número de telefono escritos había llegado al bolsillo derecho de su pantalón.

Estuvo contemplando el teléfono durante media hora antes de llamar.

Él no tenía coche, por lo que ella se ofreció a conducir. Llegó puntual a la cita. Fueron a cenar a un restaurante, de moda a juzgar por la cantidad de gente que allí había y el tiempo que aguardaron hasta que les fue asignada una mesa. Hablaron de los trofeos que ella había ganado nadando, de las veces que él se había caído de su bicicleta, de los hermanos de ella, de la abuela de él, de Nicole Kidman, de Brad Pitt, de lo incómodo que se había sentido él en el supermercado, de lo inesperado de la situación para ella, de la comida, de la piscina, del futuro, del coche que él ansiaba, de experiencias psicotrópicas, ... En fin, hablaron de todo... En fin, hablaron de nada...

Se despidieron en el coche de ella. Él se apeó mostrando una sonrisa de oreja a oreja en su cara, satisfecho. Ella se quedó preocupada, no quería hacerle daño...

Ella no contestó su segunda llamada... ni su tercera, ni su cuarta, ni su quinta... No quería hacerle daño.

No le apetecía cruzarse con él. Pese a su esfuerzo, no podía evitar sorprenderse una y otra vez pensando en el porqué de lo sucedido, se había asustado. Se sentía incómoda. ¿Lástima quizás? Había llegado temprano a la piscina, era otoño y algunas hojas flotaban sobre la superficie del agua debido al intenso viento que se había levantado, la mayoría de ellas se concentraban en la calle 8, ella las recogía con una red. Cuando lo vió llegar dejó a medias lo que estaba haciendo y aprovechando que gozaba de media hora de descanso se dirigió hacia el vestuario femenino con la intención de nadar a continuación. Esperó en su interior unos minutos, lo suficiente para que él hubiera llegado al vestuario masculino, entonces salió y se dirigió a la calle 1. Poco después salió él, mirando al suelo para evitar un encuentro casual con ella, dejó sus cosas de cualquier manera sobre una de las tumbonas que había frente a la calle 1 y se dirigió rápidamente hacia la calle 8.

El inspiraba, izquierda, derecha, expiraba, izquierda, inspiraba, derecha, izquierda, expiraba, ...

Ella inspiraba, izquierda, expiraba, derecha, inspiraba, izquierda, expiraba, ...

Ella era más rápida que él y dominaba varios estilos. Él nadaba... y nadaba... y nadaba...

... La cabeza continuó su giro al costado mientras el mentón pareció seguir la marcha del codo a medida que iba hacia atrás. La mano que traccionaba empezó a redondearse y a volver hacia el centro de la línea del cuerpo. La boca se abrió más ampliamente a medida que el aire inhalado se incrementaba. Entonces sucedió. Tragó un poco de agua. La escupió ágilmente e inspiró profundamente con la boca abierta de par en par. Una hoja entró por ella taponando su garganta. Intentó inspirar, pero fue inútil, intentó toser. El pánico se apoderó de él, nunca había soportado el no poder respirar, siempre había sido incapaz de aguantar la respiración. El cansancio acumulado mermó su capacidad de reacción. Pataleó unos segundos. Perdió el conocimiento...

... Él sol lucía en el cénit. Se había levantado un fuerte e intermitente viento. Una ráfaga efímera alzó la enorme toalla de playa que él había dejado sin cuidado alguno sobre una incómoda tumbona de color naranja. No voló mucho, lo suficiente para alcanzar el agua en la calle 1. Algo rozó su mano cuando se disponía a lanzar una nueva brazada. De repente se quedó a oscuras. No acertó a salir de debajo de la toalla. Lo intentó varias veces. Se puso nerviosa. Tragó agua, mucha. Su claustrofobia la paralizó. Perdió el conocimiento...

* * *

El respaldo del asiento 19B del vuelo de Delta, con destino a Barcelona, procedente de Atlanta, se negaba a ceder pese a la insistencia de su ocupante. Harto de intentarlo en vano, activó la señal luminosa con el objetivo de conseguir la ayuda de alguna de las azafatas. Cuando ésta llegó a su altura, sus miradas se cruzaron... de nuevo.

- ¿¡Tú!?

Una amplia sonrisa de grata resignación se dibujó en los rostros de ambos...

1.3.05

A Solas

Al cielo

A solas pese a la turba.

A solas en el orto de mi historia.

A solas con el asesino de mi persona.

A solas cuando el silencio me ensordece.

A solas bajo la lluvia de una tarde de otoño.

A solas con la sonrisa del chamaco que un día fuí.

A solas con mi bastón y el final de mis principios.

A solas en una reunión de amigos invisibles.

A solas en un mundo viejo de juguete.

A solas mientras aguardo el ocaso.

¡Al carajo!

A solas CONTIGO.

24.2.05

17 x 2

A sus sonrisas

Subí al autobús, pagué al conductor y me dirigí a la parte trasera del vehículo. Alcancé a sujetarme antes de reanudarse la marcha. Entonces la vi. La esperanza de sus ojos perforó los míos. Sonrió tímidamente. Su rostro era precioso. Mi corazón se revolucionó. Mi estómago saltó al vacío. Quise decir algo pero fue inútil. Nunca antes había sentido algo semejante, algo tan intenso... tan efímero. En la siguiente parada se apeó. Llevaba consigo la funda de una guitarra. Estuvo inmóvil en la acera hasta que el autobús dobló la esquina. Sólo el violento latir de mi corazón quebraba el silencio que reinaba a mi alrededor, así hasta la última parada, diecisiete minutos después...

Volvería a llegar tarde al ensayo. ¿Por qué tenía que subirse gente en todas y cada una de las paradas que efectuaba el autobús? Que boba, en cuanto lo vi subirse no pude retirar mi mirada de su ser. Se percató, lo que me hizo bajar la cabeza, peor todavía. Aún así seguía viéndolo. Se movió torpemente hacia donde yo me encontraba, con cuidado, con indecisión... nunca llegó a alcanzarme. Me enamoré de su sencillez, de su ingenuidad, de su forma de mirar. Su aire descuidado me cautivó. ¡Mi parada! Bajé del autobús con su imagen grabada en mi mente. Ya no tenía prisa. Estuve allí, de pie, contemplándolo con los ojos cerrados durante diecisiete minutos...

¿Entonces?

18.2.05

El Ombligo III

A Mol y a Rob

- Un suizo, por favor, muy caliente.

El camarero vestía unos tejanos muy usados y una camiseta roja con una inscripción en inglés. Su moreno no era natural y el corte de pelo que lucía indicaba un alto grado de coquetería.

Allí estaba yo, en el mejor café-restaurante de la ciudad, sentado en un acogedor rincón mientras esperaba un reconfortante chocolate a la taza con nata. Había pocas mesas, y menos gente. En parte, quizás, por la hora; en parte, porque no todo el mundo puede permitirse el lujo de pagar un zumo de naranja al precio de un combinado con naranja. Un pasillo comunicaba la sala donde yo me encontraba con un original comedor del que hablaré más tarde si me acuerdo.

- Gracias.

Siempre me ha encantado sumergir la nata en el chocolate caliente antes de introducirla en mi boca. Afuera, unos niños jugaban en el inmenso parque que rodeaba completamente el moderno edificio de dos plantas en el que me encontraba. Ni rastro de una ciudad que parecía no existir en el oasis que me acogía. El frío era soportable gracias a un cielo completamente vacío de nubes y un sol radiante.

Por aquel entonces yo ya sabía de mi condición.

Un joven permanecía hipnotizado frente a la pantalla de su ordenador portátil a escasos metros de mí.

- ¡Hola!

- Un segundo por favor...

El joven hizo una llamada telefónica y habló durante treinta segundos y colgó su teléfono móvil y golpeó con destreza el teclado de su ordenador y anotó algo en una libreta de folios cuadriculados con un bolígrafo que seguramente le habían regalado en alguna frutería.

- Disculpe, ¿me decía?

- Discúlpeme usted a mí, simplemente pretendía entablar una conversación, no hay mucha gente por aquí...

- Sí, eso es cierto, por eso se ha convertido éste, en mi lugar de trabajo.

Vestía unos pantalones de pana marrón y una camiseta verde de manga larga. Lucía un corte de pelo que no era tal y barba de unos cuantos días.

- ¿Y eso? ¿A qué se dedica?

- Invierto en bolsa.

- ¿Trabaja usted para alguna firma importante?

- ¡No, no, no! Soy autónomo. Así no tengo que darle explicaciones a nadie.

- ¿Y con eso se basta usted? Quiero decir, conozco gente que invierte algunos ahorros en bolsa, incluso tengo amigos que realmente son aficionados a ella, pero todos ellos tienen además sus respectivos trabajos...

- Supongo que gano mucho más de lo que voy a ser capaz de gastar jamás y, por ello, no necesito buscarme otro trabajo.

El joven hizo una llamada telefónica y habló durante treinta segundos y colgó su teléfono móvil y golpeó con destreza el teclado de su ordenador y anotó algo en una libreta de folios cuadriculados con un bolígrafo que seguramente le habían regalado en alguna frutería.

- Me decía que gana mucho más de lo que necesita...

- Desde que entablé esta conversacion 300 euros.

- ¿Y es así siempre? Me parece mucho. No pensé que fuera tan fácil ganar dinero en el mercado de valores.

- Yo no he dicho que lo fuera... Lo es en mi caso.

- ¿Y qué hace con el dinero que gana?

- Muy sencillo... Lo reinvierto para ganar más.

- Me está usted diciendo que viene aquí todos los días y se dedica única y exclusivamente a ganar dinero con el fin de seguir ganándolo...

- ¿Quiere usted la respuesta larga?

- Por favor...

El joven hizo una llamada telefónica y habló durante treinta segundos y colgó su teléfono móvil y golpeó con destreza el teclado de su ordenador y anotó algo en una libreta de folios cuadriculados con un bolígrafo que seguramente le habían regalado en alguna frutería.

- ¿Qué hago con mi dinero? Bien, como ya le dije antes, reinvierto una parte y el resto... lo dono a diversas organizaciones no gubernamentales con las que tengo trato.

- ¿Se está usted quedando conmigo?

- No, en absoluto... Bien mirado, soy una especie de Robin Hood, podría decirse que robo el dinero de los ricos para dárselo a los pobres.

Una camarera enormemente atractiva se acercó a mi contertulio con una taza blanca de cerámica que posó sobre la mesa. Ojos azules, enorme sonrisa, pelo negro muy corto, figura esbelta. El joven sonrió a la vez que asía la taza y bebió con esmero.

- ¿Y no se cansa?

- No. Me divierto. Disfruto haciendo lo que hago. Además, dos veces al año viajo allá donde mi dinero viajó primero e interactúo con las gentes a las que ayudo. He estado en la India, Nepal, China, Colombia, Argentina, Somalia, Tánger, Bosnia-Herzegovina y un largo etcétera.

- No debe ser entonces tan joven como aparenta...

- Supongo que empecé con esto a una edad temprana, cuando descubrí mi secreto...

- ¿Secreto?

El joven hizo una llamada telefónica y habló durante treinta segundos y colgó su teléfono móvil y golpeó con destreza el teclado de su ordenador y anotó algo en una libreta de folios cuadriculados con un bolígrafo que seguramente le habían regalado en alguna frutería.

- Me decía algo de un secreto...

- No sé si debería decírselo. La verdad es que hace algunos años no se lo hubiera dicho, pero hoy en día he superado ya el temor a compartirlo. De todas formas, nadie me cree...

- Me tiene usted intrigado...

- Yo hago lo que hago, y me resulta tan sencillo, por una razón muy simple. Podría decirse incluso que hago trampas. En fin... Yo soy Dios...

Silencio. Se rompió un vaso en la cocina. La puerta se abrió y se volvió a cerrar. El camarero mandó hacer algo a la camarera. Una carcajada efímera.

- Mmm... Me parece que eso va a ser imposible... Porque, amigo, Dios... soy yo.

Miré a mi alrededor mientras decía esto, verificando que sólo él me había escuchado. Cuando volví a fijar la vista en el joven, éste estaba recogiendo sus bártulos y se disponía a marcharse.

- Las cinco y treinta y cinco. Mi jornada laboral ha terminado. Ha sido un placer hablar con usted. Quizás volvamos a vernos...

- ¿Me va a dejar usted así?

- Por cierto, ¿qué está haciendo usted al respecto de su condición...?

Cuando acabó la pregunta, que no esperaba respuesta, el joven ya había cruzado la puerta. Lo vi alejarse por el parque a través de las vidrieras. Dos niños corrían detras de una niña. Dos jóvenes se besaban en un banco. Dos perros peleaban por un viejo balón sin dueño.

16.2.05

La Bicicleta

Jaime tenía cinco años. Hacía dos que iba a la escuela. Todos los días, camino de ésta, pasaba por delante de un escaparate en el que reinaba una flamante bicicleta roja. Él tenía que conformarse con su vieja bicicleta de cuatro ruedas pero soñaba con poder, algún día, recorrer las calles de su barrio subido en el vehículo que tanto ansiaba. Tal era el deseo de alcanzar su sueño, que empezó a ahorrar cuanto dinero llegaba a sus manos para así poder comprarse la bicicleta. Además, todos los días, bajo la atenta mirada de su padre, intentaba aprender a deshacerse de la ayuda de las dos ruedas extras de la que ya tenía. Pronto todos sus pantalones se llenaron de remiendos mal que le pesara a su madre.

Los abuelos de Jaime vivían en el pueblo. Su abuelo, había sido ciclista, había sido compañero de Federico Martín Bahamontes, el mejor escalador español de todos los tiempos. Un buen día, Manuel, así se llamaba, encontro una vieja bicicleta oxidada entre un montón de trastos que su mujer, Antonia, guardaba en el trastero. Aquella había sido su primera bicicleta. Manuel no pudo evitar soltar una lágrima, pero tan pronto se deshizo de ella, decidió ponerse manos a la obra y restaurar aquel cacharro para convertirlo en lo que sin duda sería el mejor regalo que podía hacerle a su nieto de siete años. Al fin y al cabo, se lo debía, pues él era el responsable de la pasión del niño por tan bello deporte. La tendría acabada en verano.

Dos días antes de ir a pasar junto a los abuelos las vacaciones de verano en el pueblo, con siete años a sus espaldas, Jaime se sintió satisfecho. Se había hartado a hacer favores a todos los vecinos del barrio y así, poco a poco, había conseguido juntar lo suficiente. Le pidió a su madre que le acompañara a la tienda a comprar la bicicleta. Ésta no pudo oponerse ante la diligencia de su hijo. Para aquel entonces el joven ya era un experto ciclista, se había estado preparando duramente para el gran momento. Cuando por fin cabalgó sobre ella, se sintió la persona más feliz del mundo.

Cuando llegaron a casa de los abuelos, Jaime bajó del coche a toda prisa, montó en su bicicleta roja que viajaba en el remolque y pedaleó en busca de su ídolo. Cuando lo vio, quedó perplejo ante la imagen de su abuelo erguido junto a una reluciente bicicleta negra en cuyo cuadro se podía leer en amarillo, Jaime. Su abuelo había restaurado su vieja bicicleta para él y ahora parecía una obra de arte. Jaime, montado en la bicicleta roja que tanto esfuerzo le había costado conseguir, no esperaba aquello.

Bajó de su bicicleta roja y anduvo hacia su bicicleta negra. Cuando estuvo a mitad de camino, miró rojo y miró negro y echó a llorar de alegría...

10.2.05

Cascada

A la tejedora

Debería estar trabajando pero no lo estoy. La ropa estará seca en unos minutos. Después será momento de poner un poco de orden en mi habitación, parece una leonera. Por suerte hace tiempo que nadie la comparte conmigo. ¿Dije por suerte? Creo que ya está. Los calcetines en el cajón de los calcetines. Los calzoncillos en el cajón de los calzoncillos. Camisetas de vestir. Camisetas de deporte. Pantalones cortos de vestir. Pantalones cortos de deporte.

¿Por dónde empiezo? Un poco de música no vendría mal. Música ambiental. ¿Como narices me las voy a arreglar para tener hechas las simulaciones antes del día quince del mes que viene? ¿Qué es eso que hay en el suelo? Me gusta el tacto de la moqueta en mi piel a través de la fina tela de mi pijama. Me gusta tumbarme sobre ella...

Agua a todos lados. Un gran vacío. Caigo. Mi cuerpo, sobre la superficie, se rompe en infinitas gotas de agua. Soy agua. Mi abuela teje alegremente nuestro vínculo más allá del mero lazo familiar. Mi madre me amamanta. Mi padre otea el horizonte. Mi hermana comparte su alegría. Una hermosa flor. Mi jefe me da ánimos. Una reunión de amigos muy lejos de aquí. ¿Y si fuera ella? Una agradable casualidad. Una playa desierta. Alguien en el agua. Una puesta de sol. Un amigo de verdad. Otro amigo de verdad. Un sinfín de cosas inútiles. En quien no me quiero convertir. En lo que no me quiero convertir. El llanto de un niño. Una encrucijada. Una decisión poco meditada. Un lastre. Un consejo. ¿Te gustaría cenar conmigo? Una vuelta más. Una vuelta más. Una vuelta más. Suena el despertador, puntual, como cada madrugada, cuando todavía la luz del sol no asoma por la ventana. Una sonrisa. ¿Qué será de él? Lluvia. Nieve. Viento. Jinetes en la tormenta. Rojo. Azul. Las profundidades del océano. Una lagartija se pasea sobre el último libro que me regalaron. Un miedo que desaparece. Una batalla ganada. ¿De verdad eso es útil? Una fiesta. Un funeral sin lágrimas. Dos amigos que ya no están. Un futuro incierto. ¿Hasta qué punto hay que luchar por lo que uno desea en detrimento de lo que uno también desea? Amarillo. El rocío. El Polo Norte. Un oso polar me abriga, me da cobijo. Un volcán en erupción tiñe de sangre las laderas de la montaña. Verde. El prado en el que jugaba de pequeño. Ella otra vez, a solas. ¿Quién es ella? Me gusta mi trabajo. Una brisa tropical. Cruz de espadas por un despropósito. ¿Tiene sentido mi vida? Quizas no... de momento.

Como alfileres, todos ellos, atravesándome al unísono. Finalmente consciente de todos y cada uno de mis pensamientos a la vez.

¿Cuánto rato llevo aquí tumbado? Juraría que cinco segundos ¿Qué ha pasado? Me siento lleno de energía pero sin la necesidad inmediata de hacer nada. Me siento pleno. ¿Qué narices me ha pasado? Me siento bien. Una gran sonrisa se dibuja en mi rostro. Debo contarle esto a alguien...

6.2.05

El Ombligo II

- Venga, chaval, no tenemos todo el día, quítate la camiseta y salta a la piscina.

Seguía sin decidirme a hacerlo. De alguna manera sabía lo que aquello supondría. Todos mis compañeros de quinto grado me miraban incisivamente, mi nerviosismo no era indiferente a sus curiosos ojos, esperaban que sucediera algo... y sucedió.

Hay ombligos hacia adentro y ombligos hacia afuera. Ombligos que se esconden y ombligos que se anuncian. Hay ombligos en los que uno pasaría la noche. Ombligos que coronan una eminente felicidad y ombligos ocultos bajo una felicidad excesiva. Ombligos que huyen hacia abajo y ombligos que huyen hacia arriba. Blancos, negros, rojos, amarillos, de todos los colores. Hay también ombligos que gustan de vestir sus mejores galas. Ombligos que forman parte de obras de arte. Los hay descuidados. Ombligos que enamoran, ombligos que apasionan. Hay ombligos que no gusta mirar, molestos. Algunos fueron testigos de un milagro, otros lo serán. Hay ombligos que hipnotizan. Los hay tímidos, que se ruborizan. Alegres, tristes. Los hay que ansías ver. Hay ombligos que nunca viste... y nunca verás.

Mis compañeros, tras unos segundos de perplejidad, comenzaron a reírse de mí con maldad. Me señalaban con el dedo a la vez que no dejaban de soltar conjuros hirientes hacia mi persona. Yo no pude evitarlo y rompí a llorar a la vez que arranqué a correr hacia el vestuario haciendo caso omiso de los gritos de mi profesor.

Aquel incidente marcó la infancia de un niño de diez años, marcó mi infancia y mi posterior adolescencia. Aquello me hizo fuerte de algún modo, creó una barrera con el mundo que me observa, con el mundo que yo observo. Hoy todo tiene sentido, hoy soy yo el que se ríe, hoy sé porqué no tengo ombligo.

15.1.05

Fragmentos Suspensivos

A mi casera

Salí de casa con la sonrisa puesta y me crucé con la portera. Me entretuvo más de la cuenta por lo que no pude alcanzar a coger el mismo autobús que todos las mañanas. Decidí ir andando al trabajo. Cuando cruzaba una calle un coche estuvo a punto de atropellarme. María se llamaba su conductora. Me obligó a tomar café con ella. Ya tenía la excusa perfecta para llegar tarde al trabajo, así que no me importó acompañarla, además su compañía era agradable. Conversamos largo y tendido y quedamos en vernos allí al día siguiente...

Había dejado el coche en el taller la noche anterior. Iría a mi cita a pie. Igual él había decidido no ir. De camino a la cafetería me encontré con Miguel, un viejo amigo. Me contó que había vuelto a la ciudad y estaba trabajando en una academia de danza en el centro. Además colaboraba con un grupo de teatro. Le pedí su número de teléfono pues me interesó lo del grupo de teatro. Cuando me quise dar cuenta era demasiado tarde para llegar a mi cita y me fui directa al restaurante...

Después de la clase de danza contemporanea le hablé a Julián de María, creí que él también la había conocido en sus tiempos mozos pero estaba equivocado, a veces soy incapaz de ordenar mis recuerdos. Le dije, de todas formas, que estuviera atento por si llamaba, pues como siempre, le había dado mi teléfono pero había olvidado pedirle el suyo...

A las nueve llegó Ernesto. En seguida le comenté que detestaba cuando Miguel me hablaba de otras mujeres. Cenamos lo que con esmero había estado cocinando durante toda la tarde. Serví un par de coñacs y entonces me dijo que debía quitarme a Miguel de la cabeza, que lo que había pasado con él había sido fruto de los excesos de una noche, a Miguel no iban a dejar de gustarle las mujeres de la noche a la mañana. Me dijo que abriera los ojos, que el amor lo encontraría donde menos lo esperara. Luego me besó...

Llegué tarde a la guardería. Me quedé dormido. Julián podría haberme despertado. Se había ido a la academia y me había dejado durmiendo en su casa. A mediodía, Rosa, la directora, me citó en su despacho. Me preguntó por mi retraso injustificado. Le dije que no volvería a pasar. Me dijo que en eso estaba de acuerdo conmigo, me dijo que estaba completamente segura de que no volvería a pasar...

Antonio llegó a la cita puntual, acompañado de su abogada y yo que sé qué más. Yo estaba algo nerviosa aunque soprendida de lo poco que me había temblado el pulso al despedir a Ernesto aquella mañana. Me había dicho a mí misma que si llegaba a cinco lo despediría y fuí firme en mi decisión. Antonio me dijo no se qué de la casa y el coche, yo le dije que no pretendiera quedarse con nada de lo que mi padre nos había regalado porque en ese caso, haría que el que hasta entonces había sido su suegro lo hundiera en la miseria. ¿Y si Jordi no hubiera muerto? Y si...

Le dije a la camarera que me sirviera otro ron. Así lo hizo. No podía dejar de pensar en Jordi. Hacía ya más de tres años desde su desaparición, pero no podía dejar de pensar en él. ¿Y si un día aparecía? Otro ron. Mi matrimonio había sido siempre una mentira. Otro ron. Siempre había estado a la sombra de Rosa por ser hija de quien es. Otro ron. ¿Qué me quedaba ahora? Ella siempre lo tendría todo. Otro ron. Todo no, no tendría a nuestro chico. Otro ron...

Después de servir el último ron a un cliente que no quería abandonar el bar volví a casa. Allí me esperaba David. Lo besé. Nos desnudamos. Hicimos el amor hasta el amanecer. Desperté de repente. Respiraba con dificultad. David sostenía una almohada con fuerza sobre mi cabeza. Me había engañado a mí misma otra vez. Conseguí retirar la almohada de mi rostro a la vez que él me golpeaba con el mando a distancia. Mi ceja comenzó a sangrar. Intenté escapar hacia el pasillo pero antes de que pudiera atravesar la puerta alcanzó a agarrarme de los pies y caí hacia adelante golpeándome contra el marco de ésta. Cuando se acercó a mí le golpeé con todas mis fuerzas en la entrepierna y cayó al suelo. Cogí un paraguas y se lo clavé repetidamente en el torso. No volvería a pasar...

Cociné una paella y la disfrutamos José, yo y los niños, los que quedaban, pues de David hacía un par de años que no sabíamos nada. Rubén había comenzado a estudiar historia del arte y Leonor compaginaba la agencia de viajes con sus clases de idiomas. Después de comer ambos compartieron la sobremesa con su madre mientras José fregaba los platos. Me hacían sentir bien...

Hoy estuve de nuevo con ese chico, nunca pensé que podría enamorarme de alguien a través de internet. Bueno, de hecho no estuve con él físicamente, nunca lo hemos estado, pero me siento más cerca de él que de nadie. No quiere decirme su verdadero nombre, pero no me importa, es sincero conmigo en todo lo demás. Se hace llamar Schrodinger, es científico y trabaja en el extranjero. Quizás algún día pueda ir a verle...

He estado escribiendo este cuento para que tú lo leas. Ahora me voy a dormir. Buenas noches...

13.1.05

La Lechera

- Un último esfuerzo...

El dolor es tanto que ya no lo siento.

- ¡Una niña!


La felicidad me embriaga y quiero abrir los ojos pero no puedo. Las palabras de la doctora resuenan en mi cabeza. Sonrío pese a ser incapaz de mover un solo músculo. Mis ojos cerrados me mantienen a oscuras. Será genial verla crecer. Probablemente aprenda a andar antes que su hermano, el chico resultó algo patoso al principio. Irá a la misma guardería, por suerte es una de esas guarderías mixtas. Ingresará después en el colegio al que inscribimos a la fiera el verano pasado, espero que ella no nos de tantos dolores de cabeza a su padre y a mí. Aprenderá inglés desde jovencita. ¡Y piano! Será una brillante estudiante desde el principio. Se rodeará de grandes amigos en la escuela, amigos que nunca la abandonarán. Después llegará el instituto. El primer beso. El primer cigarro a escondidas. Aunque no fumará, sólo temporalmente durante su adolescencia, hasta que se de cuenta de lo inútil que es. Querrá estudiar historia del arte. Acabará lo que su madre nunca pudo. Nos contaremos siempre todo. Seremos amigas además de madre e hija. Comenzará a salir con un químico. ¡Sí, químico! Un buen chico. Se casarán y tendrán dos hijos, como yo, mis nietos. Vendrán a casa de los abuelos todos los fines de semana pues ambos trabajaran en la ciudad y buscarán durante su descanso el refugio y la tranquilidad de la sierra. Un buen día moriré. Moriré pero con la satisfacción del trabajo bien hecho. Mi hija siempre me habrá querido. La luz no me deja ver cuando abro de nuevo los ojos.

a) ¿Un niño? Pero había oído claramente lo contrario... ¿Había oído quizás lo que deseaba oir? Una sonrisa agridulce en mi cara. Mi hijito llora por primera vez...

b) Miro a la doctora a los ojos, no puede ocultarmelo. Aún no he oído llorar a mi niña. No me muevo. Mis ojos se llenan de lágrimas...

6.1.05

El Ombligo I

A un yogi portugués

En cierta ocasión comencé a ir al gimnasio. No porque realmente lo necesitara, siempre he gozado de un excelente estado físico, sino porque qué mejor lugar que un gimnasio para relacionarse con el mundo. Esto sucedió poco antes de darme cuenta de mi verdadera naturaleza.

Mido un metro y ochenta y cinco centímetros, soy pelirrojo y mis ojos son verdes. No me gusta describirme, piénsenlo, es algo lógico cuando uno se sabe perfecto. Iba al gimnasio todas las mañanas, muy temprano, durante una hora y media más o menos. Apenas interaccionaba con nadie. Nunca he sido una persona muy comunicativa, lo cuál mis conocidos siempre han achacado a mi propia personalidad, aunque yo, por aquel entonces, ya presumía que ese no era el único motivo. Siempre he sido un gran observador, sobre todo de lo ajeno. Conocía las caras de todos y cada uno de los que compartían conmigo su sesión matutina de ejercicio físico. Conocía sus rutinas, sus horarios, sus límites, ... Bastaba con observar.

Una de ellas medía aproximadamente un metro setenta, la otra cerca de metro ochenta. La una era castaña, la otra rubia; la una tenía los ojos verdes, la otra azules; la una se parecía a Nicole Kidman, la otra a Sharon Stone. Nunca hablé con ellas, nunca las sorprendí mirándome, nunca supe de ellas más allá de cuanto deducía. Día tras día ansiaba despertar de mi sueño nocturno para compartir mi espacio con ellas, para ser partícipe de sus vidas durante una escasa hora y media, mientras sudaba, antes de ducharme y afrontar un nuevo día alejado del oasis en el que se había convertido el gimnasio. Siempre pensé que mi presencia allí pasó totalmente desapercibida.

Nicole Kidman, australiana aunque nacida en Honolulu, es mi actriz favorita. He visto casi todas sus películas. La primera que vi fue, si no recuerdo malamente, y no acostumbro a hacerlo, Far and Away, segunda película junto a Tom Cruise, quién sería su esposo durante 11 años, después de Days of Thunder. De esta primera etapa en Hollywood sus mejores obras son Dead Calm, con la que debutó en el cine americano después de haberse hecho a sí misma como actriz en el cine australiano, y Malice en la que bajo las órdenes de Gus Van Sant me sedujo definitivamente. Fue en 2001 cuando, tras separarse, amigablemente, del padre de sus dos hijos adoptivos, Isabella y Conner, y dejar de ser Mrs. Cruise, explotó. Espectacular en Moulin Rouge, inquietante en The Others, sobria en The Hours, humana en Dogville. Seguramente deben estarse preguntando qué tiene que ver esto con la historia que les estaba contando, mas allá del parecido razonable de una de las jóvenes con la actriz. Pues nada, de momento, pero como estas son mis memorias, me permito el lujo de aderezarlas con todo aquello que a mí me resulte oportuno. ¿Por dónde iba? Mi película favorita de Nicole Kidman es, a pesar de la presencia de su ex, Eyes Wide Shut. Lo siento, soy un admirador confeso de la obra de Stanley Kubrick.

De Sharon Stone no tengo mucha información. Recuerdo que aparecía en Basic Instinct aunque me consta que las mejores escenas de esa película fueron rodadas por una doble de cuerpo de la actriz americana. Su papel en Casino es convincente, pero son tantos sus desprópositos, véanse Sliver o The Specialist, que uno no va a perder el tiempo hablando de ella.

Mi vida discurrió sin mayor novedad hasta que un día me percaté de la falta de Nicole, perdón, Alice. ¿Habría enfermado, quizás? Un par de semanas después mi primera hipótesis ya no sería tan convincente. ¿Se habría ido de la ciudad, quizás? Lo habría notado, se habría despedido de alguien el último día. Quizás...

Hoy, por fin, sé, con toda seguridad, lo que sucedió. Hoy, por fin, he sido capaz de unir todas las piezas del rompecabezas. Hoy, por fin, lo veo todo de forma diferente, bastaba con hacer caso a lo que mi todopoderosa mente me decía...

Ginger se enamoró perdidamente de mí el primer día que me vio. Algo parecido me sucedió a mi con Alice. En un principio ambas dos cautivaron mi atención, pero poco a poco e inconscientemente fui decantándome por Alice. Aun así, nunca le dije nada a ninguna de las dos. Ginger fue poco a poco, a medida que su atracción por mí aumentaba, alimentando su rechazo hacia Alice, pues ella no había pasado por alto mi creciente interés por la joven de ojos verdes. El placer de compartir conmigo, aunque en la distancia, las mañanas fue transformándose paulatinamente en el sufrimiento de tener que ver como era otra la que captaba mi atención. Su ira fue in crescendo hasta convertirse en odio.

Era miércoles. Era todavía muy temprano y no había mucha gente fuera de sus casas. Alice se disponía a cruzar la calle. Cuando su pie se posó sobre el asfalto, Ginger pisó a fondo el acelerador. Alice se sorprendió del estruendo originado por los neumáticos derrapando sobre el piso, se volteó y pudo ver por un segundo los ojos de su verdugo antes de ser envestida. Su cuerpo salió disparado. Ginger detuvo el coche y salio de éste y pidió auxilio sin ánimo de encontrarlo y recogió el cuerpo con vida pero inconsciente de Alice y la acomodó en el asiento trasero del coche y le dijo a un testigo que la llevaría a un hospital y se sentó nuevamente en el asiento del conductor y puso el coche en marcha...

Alice estuvo encerrada en una oscura y sucia habitación en el sótano de la casa de Ginger durante dos meses. Para aquel entonces su presencia allí había comenzado a ser molesta por lo que Ginger acabo con su vida.

Poco después Ginger se fue de la ciudad por motivos profesionales, nadie la ha relacionado nunca con la desaparición de Alice. Nunca conseguiría olvidarme aunque la eliminación de Alice en ningún momento favoreció nuestro acercamiento.

En una ocasión un buen amigo me dijo haber visto a Alice por el campus, en la piscina. Eso, evidentemente, era imposible...

1.1.05

En Futuro

De aquí a treinta años, una tarde cualquiera, como todos los días, iré a tomar un chocolate caliente con nata a uno de esos cafés abarrotados de sillones del centro de la ciudad. La mejor manera de poner punto y final a una larga y dura jornada de trabajo en la universidad aderezada con las súplicas de mis alumnos y las presiones de mis colegas. Seguiré sin beber café y cumpliendo con mi tradicional ingesta diaria de cacao. Me sentaré en uno de esos sillones y proseguiré la lectura de un libro. A mi lado, un joven al que doblaré en edad hará lo mismo durante unos minutos, antes de concluir la lectura del libro que le ocupará.

- Perdone - me dirá.

- ¿Sí?

- ¿Le importaría hacerme un favor?

- Por supuesto, si está dentro de mis posibilidades... - observaré.

- Me gustaría que se quedara con este libro... no sé... es lo que se supone quedebo hacer... así llegó a mis manos...

Asentiré amablemente y aceptaré su presente, un libro de bolsillo muy gastado por el paso de los años. Una vez en mis manos ojearé el libro y descubriré haberlo leído ya de joven. Después lo abriré por la primera página para darme cuenta de que no sólo lo habré leído, sino que será aquella la copia que de joven leí. Un sinfín de nombres bajo el mío. Levantaré la vista pero el joven ya no estará allí. Aquel será el primero de los libros que condené a errar por el mundo y habrá sido el primero en volver a mí. El primero que alguien me ofrecerá. Asiré mi taza y daré un buen trago de un delicioso y espeso chocolate caliente y cuando habré posado de nuevo la taza sobre la mesa sonreiré. Volveré a leer el libro y volveré a deshacerme de él.

Pensaré que igual no debería...