El hilo
Abrir los ojos y ver que las astas del ventilador siguen girando. Transformar el incesante giro del ventilador en el de la rueda trasera de tu flamante bicicleta. Ser consciente de tu pedaleo. Sufrir de nuevo el martilleante crujir de la cadena.
Darse cuenta de repente de que todo lo que un día fuiste ya no lo eres. Darse cuenta de que lo que eres ahora se debe a todo aquello que un día fuiste.
Todo el mundo está dispuesto a dar lecciones: tus amigos, los que se creen tus amigos, tu jefe, tus subordinados, tus enemigos, tus padres, tus hermanos, tu pareja, los que ansían convertirse en tu pareja, incluso ese desconocido con el que intercambiaste unas palabras esta mañana. Pocos simplemente dispuestos a enseñar. Si algo has aprendido es a ser alumno.
Un pájaro carpintero se posa sobre tu nunca. Hace lo que mejor sabe hacer. Poco tarda en brotar la sangre. El ave parte en busca de mayor atención. Un hilo rojo emerge de forma incesante de la parte trasera de tu cabeza. Te escapas de ti mismo. Demasiadas preocupaciones ahora como para detenerse a curar una herida.
El zumbido de tu ordenador permanece instalado en tu cerebro. No hay silencio. Ya no hay silencio. Y entonces de nuevo el martilleante crujir de la cadena.
Grandes paneles luminosos que te alejan todavía más de tu realidad, del hilo que debería seguir tu vida. Rojo.
De repente alguien te lanza una cuerda y te agarras a ella con todas tus fuerzas. De repente te das cuenta de que eso no era lo que querías, pero es ya demasiado tarde, estás ya en cubierta. De repente ante la mirada incomprensiva de los allí presentes saltas de nuevo a un mar de aguas turbulentas. Tiburones en el mar... Los prefieres a tiburones en la tierra. Mar y cielo. Azul.
Entonces ves la luz y cubres tu ojos, miras hacia otro lado. Proteges tus ojos una vez más antes de volver a mirar y darle de nuevo la espalda, ¿definitivamente?. Empeñarse en nadar contra corriente como el salmón. Seguir haciendo el crucigrama de los domingos. Apagar las luces y seguir sufriendo la condena del silencio de los hercios de tu ordenador antes de que de nuevo irrumpa el martilleante crujir de la cadena.
Amor. Amistad.
Moverse con la marea sin detenerse a disfrutar del paisaje...
Regresó a casa tarde, como cualquier otro día. Cenó, como cualquier otro día. Una ensalada a base de cuanto encontró en la nevera, que no fue mucho. Invirtió, como cualquier otro día, cinco minutos delante de su ordenador antes de decir adiós a otro día cualquiera. Antes de dormirse sonrió. Al fin y al cabo, la solución a su mayor preocupación era tan simple como engrasar la cadena de su bicicleta.
Las astas del ventilador siguen girando, su almohada se tiñe irremediablemente de rojo...
Darse cuenta de repente de que todo lo que un día fuiste ya no lo eres. Darse cuenta de que lo que eres ahora se debe a todo aquello que un día fuiste.
Todo el mundo está dispuesto a dar lecciones: tus amigos, los que se creen tus amigos, tu jefe, tus subordinados, tus enemigos, tus padres, tus hermanos, tu pareja, los que ansían convertirse en tu pareja, incluso ese desconocido con el que intercambiaste unas palabras esta mañana. Pocos simplemente dispuestos a enseñar. Si algo has aprendido es a ser alumno.
Un pájaro carpintero se posa sobre tu nunca. Hace lo que mejor sabe hacer. Poco tarda en brotar la sangre. El ave parte en busca de mayor atención. Un hilo rojo emerge de forma incesante de la parte trasera de tu cabeza. Te escapas de ti mismo. Demasiadas preocupaciones ahora como para detenerse a curar una herida.
El zumbido de tu ordenador permanece instalado en tu cerebro. No hay silencio. Ya no hay silencio. Y entonces de nuevo el martilleante crujir de la cadena.
Grandes paneles luminosos que te alejan todavía más de tu realidad, del hilo que debería seguir tu vida. Rojo.
De repente alguien te lanza una cuerda y te agarras a ella con todas tus fuerzas. De repente te das cuenta de que eso no era lo que querías, pero es ya demasiado tarde, estás ya en cubierta. De repente ante la mirada incomprensiva de los allí presentes saltas de nuevo a un mar de aguas turbulentas. Tiburones en el mar... Los prefieres a tiburones en la tierra. Mar y cielo. Azul.
Entonces ves la luz y cubres tu ojos, miras hacia otro lado. Proteges tus ojos una vez más antes de volver a mirar y darle de nuevo la espalda, ¿definitivamente?. Empeñarse en nadar contra corriente como el salmón. Seguir haciendo el crucigrama de los domingos. Apagar las luces y seguir sufriendo la condena del silencio de los hercios de tu ordenador antes de que de nuevo irrumpa el martilleante crujir de la cadena.
Amor. Amistad.
Moverse con la marea sin detenerse a disfrutar del paisaje...
Regresó a casa tarde, como cualquier otro día. Cenó, como cualquier otro día. Una ensalada a base de cuanto encontró en la nevera, que no fue mucho. Invirtió, como cualquier otro día, cinco minutos delante de su ordenador antes de decir adiós a otro día cualquiera. Antes de dormirse sonrió. Al fin y al cabo, la solución a su mayor preocupación era tan simple como engrasar la cadena de su bicicleta.
Las astas del ventilador siguen girando, su almohada se tiñe irremediablemente de rojo...