Caminaba tranquilamente, sonriente.
Ain't that the way, en su
iPod. Él, en su cabeza, y en en el bolsillo derecho de su gastada chaqueta de pana marrón. Golpe seco. Oscuridad. Ajetreo. Nada.
El tacto del pasto húmedo bajo sus pies descalzos. Se detuvo un instante bajo un cielo intensamente iluminado por dos relucientes lunas ceniza. Corrió hacia una laguna de agua cristalina. Se sumergió en su propio reflejo. Sus ojos esperanza, sus labios pasión. Gotas de sudor resbalaban por sus violáceas mejillas. Sangre púrpura brotaba de la base de uno de sus cuernos. Decidió olvidar como había llegado hasta allí. Cerró los ojos con fuerza y resignación queriendo deshacerse del incesante e intermitente zumbido, como una brisa, que la acompañaba dentro, muy dentro.
Un crujido la rescató de su inconsciencia, una rama quebrada. Buscó nerviosa donde esconderse. Corrió veloz y dejó que la negrura del bosque la engullera. Trepó ágil a un árbol y desde allí, sigilosamente, observó a sus perseguidores, quizás sus presas. Cinco. Espigados, recios, toscos, peludos, atabiados con oscuras armaduras sobre su renegrida piel, a lomos de cinco fornidas criaturas de piel bruna y aspecto inmundo. Él, yacía boca abajo, inconsciente y maniatado, sobre el espinazo de una de las fieras. Se detuvieron a la orilla de la laguna. Mientras las bestias mataban su sed, uno de ellos se dispuso a recoger leña de los alrededores para alimentar un fuego. Otro, buscó víveres en un zurrón mientras otros dos hablaban alterados a la vez que no dejaban de señalar hacia donde ella se encontraba. Entretanto, el que a juzgar por su atuendo parecía a cargo, se había tumbado a descansar.
Desde lo alto de un árbol pensó que no la pretenderían eternamente, que abdicarían tarde o temprano, que debía volver junto a su familia. Probablemente ya no existía para ellos. Pensó en él, frío, inerte, muerto...
Corrió veloz hacia su casa en llamas mientras sus vecinos se apresuraban alborotados en sentido contrario. Su imagen la hipnotizó, joven, desconocida, precipitándose hacia ella. La abordó. Se reconoció perpleja en ella. Su cabello, sus ojos, sus labios. La abrazó, sus músculos se tensaron violentamente antes de desplomarse sobre ella. No pudo soportar su peso y cedió. Tumbada boca arriba, inmóvil bajo una extraña, se dio cuenta de que en su espalda una flecha incrustada expiraba su salvia. Permaneció en el suelo con los ojos cerrados en un intento desesperado por pasar desapercibida y salvar su vida.
"Dile que lo quiero... dile que soy él... dile que él es yo..." Susurrando, moribunda. "Luna."
Cuando volvió a abrir los ojos, destrucción. A su alrededor cadáveres y ruinas. Nadie. Una figura.
"Hola," a un joven que se acercaba nervioso, agitado.
"¡Malditos sean!" Comenzó a voltear los cadáveres, uno detrás de otro.
"¿Qué haces?"
"¡Malditos sean!" Lloró de rabia.
Cinco de ellos regresaron al poblado. Ella los vio, él no.
"¡Corre!" Gritó ella.
"¡No!" Gritó el. "Quiero que me devuelvan lo que más quiero."
Se agachó y recogió una espada ensangrentada del suelo. Erguido, con lágrimas en los ojos.
"Si no es con ella, no quiero vivir."
Sintió envidia de su sinceridad, amor. Duda. Corrió hacia él y le obligó a correr con ella. No tardaron en atraparlos. Uno de ellos se lanzó sobre él y los dos cayeron. Desde el suelo consiguió zancadillear a un segundo, dándole tiempo a ella de vacilar.
"Corre, no te preocupes por mí, corre."
Y corrió...
Se detuvo súbitamente. El zumbido cesó. Alzó su mirada hacia el cielo. Infinito. Sólo entonces se encontraron, sólo entonces se vio reflejada en sus ojos verdes. Dejó de escribir súbitamente. Escondió la fotografía, la libreta roja y el bolígrafo bajo el estropeado colchón en el que dormía. La única puerta de la habitación se abrió lentamente. Miedo. Sus ojos castaños se llenaron de hirientes lágrimas ante la amenazante imagen de un hombre que ocultaba su rostro bajo un pasamontañas. Se acercó a ella lentamente. Permaneció inmóvil, queriendo gritar, impotente. Le acarició su castaña cabellera primero, su pálida mejilla después, un gélido escalofrío recorrío su cuerpo. La abofeteó. Rió.
"Hora de comer," cerró la puerta tras de sí.
Miró a su alrededor. Dos inseguras y rumorosas bombillas iluminaban las cuatro paredes de una habitación sin ventanas, un estropeado colchón, una cochambrosa letrina, una bandeja con escasa comida. Rompió a llorar. Ahogo. Angustia.
Tres de ellos dormían mientras los otros dos hacían guardia. La noche había caído ya. Se sintió segura, ya no perseguida. No la esperaban. Se movió ágil, sigilosa, veloz. Llegó hasta donde él se encontraba sin ser descubierta. Le desató las manos, lo ayudó a incorporarse y lo invitó a caminar con ella en silencio. Mareado, nauseabundo. Caminaron con dificultad. Tropezaron, él perdió el equilibrió y besó el suelo. Una de las bestias despertó. Trajín. Consiguieron localizarlos antes de que alcanzaran el abrigo del bosque.
Corrieron y corrieron. Tropezaron. Cayeron. Corrieron. Les pisaban los talones. Él seguía mareado y corría con dificultad. Intentaron perderlos en vano. Siguieron corriendo. Cansancio. Abismo. Un barranco frenó su huída. Frente a ellos dos lunas llenas, un cielo salpicado de estrellas, un valle, un río. Azul oscuro. Belleza paradójica.
No tardaron en llegar y rodearlos. Él pareció no inmutarse. Todavía no había recuperado el aliento. Sólo entonces lo miró con cuidado y se percató de su ceguera. Habían abrasado sus ojos.
"¿Luna? ¿Eres tú, Luna?" Triste, alegre.
Ella no dijo nada. Sorpresa.
"¿Luna?"
Sus ojos brillaron como nunca antes habían brillado. En aquel instante se enamoró de su amor por Luna. Se enamoró de él. Se enamoró. Buscó tímidamente su mano con su mano. Buscó torpemente sus labios con sus labios. Se detuvo. Eternidad. Se sintieron respirar. Amor. Se besaron. Saltaron. Vacío. Libertad. El zumbido cesó, para siempre.
La puerta se abrió ocasionando un gran estruendo. Gritó en silencio. La libreta y el bolígrafo cayeron al suelo a la vez que se levantaba pero no hicieron ruido alguno. Dos hombres cubiertos con pasamontañas entraron en la habitación atufando a alcohol. Ella, bajó la mirada y buscó pero no encontró lo que buscaba y entonces sonrió y apretó contra su pecho su foto y se lanzó de cabeza contra una de las paredes de la habitación. Nada.
Abrió los ojos, confusa. Un dolor de cabeza insoportable. Él, a su lado, dormido. Lo besó en los labios, dulcemente.