Viento
A un elefante rosa de papel
Él se sintió atraído por ella en el momento en el que sus miradas se cruzaron por primera vez.
Ella nunca se había percatado realmente de su presencia.
La piscina, para él, era un lugar de recreo.
La piscina, para ella, era un lugar de trabajo.
Él era un universitario serio, introvertido, observador. Ojos marrones.
Ella era una universitaria alegre, extrovertida, observadora. Ojos azules.
La piscina abría sus puertas a mediodía y él llegaba poco después. Ella no trabajaba todos los días, cuando lo hacía, él era incapaz de concentrarse en otra cosa, de hecho su rendimiento en el agua disminuía considerablemente. En más de una ocasión se había imaginado a sí mismo reuniendo el coraje suficiente para por fin dirigirse a ella más allá de un tímido saludo educado. Sin embargo, los días pasaban y nada sucedía. Pasó un día, pasó una semana, pasó un mes y nada sucedió.
No fué hasta que coincidieron fuera del agua que hablaron por primera vez. Se encontraron en el supermercado, en la frutería, él estaba pesando unos plátanos mientras ella escogía unos tomates. Él estaba muy nervioso, ella no. Él habló poco. Cuando se despidieron no sabía muy bien como un pequeño trozo de papel cuadriculado con un nombre de mujer y un número de telefono escritos había llegado al bolsillo derecho de su pantalón.
Estuvo contemplando el teléfono durante media hora antes de llamar.
Él no tenía coche, por lo que ella se ofreció a conducir. Llegó puntual a la cita. Fueron a cenar a un restaurante, de moda a juzgar por la cantidad de gente que allí había y el tiempo que aguardaron hasta que les fue asignada una mesa. Hablaron de los trofeos que ella había ganado nadando, de las veces que él se había caído de su bicicleta, de los hermanos de ella, de la abuela de él, de Nicole Kidman, de Brad Pitt, de lo incómodo que se había sentido él en el supermercado, de lo inesperado de la situación para ella, de la comida, de la piscina, del futuro, del coche que él ansiaba, de experiencias psicotrópicas, ... En fin, hablaron de todo... En fin, hablaron de nada...
Se despidieron en el coche de ella. Él se apeó mostrando una sonrisa de oreja a oreja en su cara, satisfecho. Ella se quedó preocupada, no quería hacerle daño...
Ella no contestó su segunda llamada... ni su tercera, ni su cuarta, ni su quinta... No quería hacerle daño.
No le apetecía cruzarse con él. Pese a su esfuerzo, no podía evitar sorprenderse una y otra vez pensando en el porqué de lo sucedido, se había asustado. Se sentía incómoda. ¿Lástima quizás? Había llegado temprano a la piscina, era otoño y algunas hojas flotaban sobre la superficie del agua debido al intenso viento que se había levantado, la mayoría de ellas se concentraban en la calle 8, ella las recogía con una red. Cuando lo vió llegar dejó a medias lo que estaba haciendo y aprovechando que gozaba de media hora de descanso se dirigió hacia el vestuario femenino con la intención de nadar a continuación. Esperó en su interior unos minutos, lo suficiente para que él hubiera llegado al vestuario masculino, entonces salió y se dirigió a la calle 1. Poco después salió él, mirando al suelo para evitar un encuentro casual con ella, dejó sus cosas de cualquier manera sobre una de las tumbonas que había frente a la calle 1 y se dirigió rápidamente hacia la calle 8.
El inspiraba, izquierda, derecha, expiraba, izquierda, inspiraba, derecha, izquierda, expiraba, ...
Ella inspiraba, izquierda, expiraba, derecha, inspiraba, izquierda, expiraba, ...
Ella era más rápida que él y dominaba varios estilos. Él nadaba... y nadaba... y nadaba...
... La cabeza continuó su giro al costado mientras el mentón pareció seguir la marcha del codo a medida que iba hacia atrás. La mano que traccionaba empezó a redondearse y a volver hacia el centro de la línea del cuerpo. La boca se abrió más ampliamente a medida que el aire inhalado se incrementaba. Entonces sucedió. Tragó un poco de agua. La escupió ágilmente e inspiró profundamente con la boca abierta de par en par. Una hoja entró por ella taponando su garganta. Intentó inspirar, pero fue inútil, intentó toser. El pánico se apoderó de él, nunca había soportado el no poder respirar, siempre había sido incapaz de aguantar la respiración. El cansancio acumulado mermó su capacidad de reacción. Pataleó unos segundos. Perdió el conocimiento...
... Él sol lucía en el cénit. Se había levantado un fuerte e intermitente viento. Una ráfaga efímera alzó la enorme toalla de playa que él había dejado sin cuidado alguno sobre una incómoda tumbona de color naranja. No voló mucho, lo suficiente para alcanzar el agua en la calle 1. Algo rozó su mano cuando se disponía a lanzar una nueva brazada. De repente se quedó a oscuras. No acertó a salir de debajo de la toalla. Lo intentó varias veces. Se puso nerviosa. Tragó agua, mucha. Su claustrofobia la paralizó. Perdió el conocimiento...
- ¿¡Tú!?
Una amplia sonrisa de grata resignación se dibujó en los rostros de ambos...
Él se sintió atraído por ella en el momento en el que sus miradas se cruzaron por primera vez.
Ella nunca se había percatado realmente de su presencia.
La piscina, para él, era un lugar de recreo.
La piscina, para ella, era un lugar de trabajo.
Él era un universitario serio, introvertido, observador. Ojos marrones.
Ella era una universitaria alegre, extrovertida, observadora. Ojos azules.
La piscina abría sus puertas a mediodía y él llegaba poco después. Ella no trabajaba todos los días, cuando lo hacía, él era incapaz de concentrarse en otra cosa, de hecho su rendimiento en el agua disminuía considerablemente. En más de una ocasión se había imaginado a sí mismo reuniendo el coraje suficiente para por fin dirigirse a ella más allá de un tímido saludo educado. Sin embargo, los días pasaban y nada sucedía. Pasó un día, pasó una semana, pasó un mes y nada sucedió.
No fué hasta que coincidieron fuera del agua que hablaron por primera vez. Se encontraron en el supermercado, en la frutería, él estaba pesando unos plátanos mientras ella escogía unos tomates. Él estaba muy nervioso, ella no. Él habló poco. Cuando se despidieron no sabía muy bien como un pequeño trozo de papel cuadriculado con un nombre de mujer y un número de telefono escritos había llegado al bolsillo derecho de su pantalón.
Estuvo contemplando el teléfono durante media hora antes de llamar.
Él no tenía coche, por lo que ella se ofreció a conducir. Llegó puntual a la cita. Fueron a cenar a un restaurante, de moda a juzgar por la cantidad de gente que allí había y el tiempo que aguardaron hasta que les fue asignada una mesa. Hablaron de los trofeos que ella había ganado nadando, de las veces que él se había caído de su bicicleta, de los hermanos de ella, de la abuela de él, de Nicole Kidman, de Brad Pitt, de lo incómodo que se había sentido él en el supermercado, de lo inesperado de la situación para ella, de la comida, de la piscina, del futuro, del coche que él ansiaba, de experiencias psicotrópicas, ... En fin, hablaron de todo... En fin, hablaron de nada...
Se despidieron en el coche de ella. Él se apeó mostrando una sonrisa de oreja a oreja en su cara, satisfecho. Ella se quedó preocupada, no quería hacerle daño...
Ella no contestó su segunda llamada... ni su tercera, ni su cuarta, ni su quinta... No quería hacerle daño.
No le apetecía cruzarse con él. Pese a su esfuerzo, no podía evitar sorprenderse una y otra vez pensando en el porqué de lo sucedido, se había asustado. Se sentía incómoda. ¿Lástima quizás? Había llegado temprano a la piscina, era otoño y algunas hojas flotaban sobre la superficie del agua debido al intenso viento que se había levantado, la mayoría de ellas se concentraban en la calle 8, ella las recogía con una red. Cuando lo vió llegar dejó a medias lo que estaba haciendo y aprovechando que gozaba de media hora de descanso se dirigió hacia el vestuario femenino con la intención de nadar a continuación. Esperó en su interior unos minutos, lo suficiente para que él hubiera llegado al vestuario masculino, entonces salió y se dirigió a la calle 1. Poco después salió él, mirando al suelo para evitar un encuentro casual con ella, dejó sus cosas de cualquier manera sobre una de las tumbonas que había frente a la calle 1 y se dirigió rápidamente hacia la calle 8.
El inspiraba, izquierda, derecha, expiraba, izquierda, inspiraba, derecha, izquierda, expiraba, ...
Ella inspiraba, izquierda, expiraba, derecha, inspiraba, izquierda, expiraba, ...
Ella era más rápida que él y dominaba varios estilos. Él nadaba... y nadaba... y nadaba...
... La cabeza continuó su giro al costado mientras el mentón pareció seguir la marcha del codo a medida que iba hacia atrás. La mano que traccionaba empezó a redondearse y a volver hacia el centro de la línea del cuerpo. La boca se abrió más ampliamente a medida que el aire inhalado se incrementaba. Entonces sucedió. Tragó un poco de agua. La escupió ágilmente e inspiró profundamente con la boca abierta de par en par. Una hoja entró por ella taponando su garganta. Intentó inspirar, pero fue inútil, intentó toser. El pánico se apoderó de él, nunca había soportado el no poder respirar, siempre había sido incapaz de aguantar la respiración. El cansancio acumulado mermó su capacidad de reacción. Pataleó unos segundos. Perdió el conocimiento...
... Él sol lucía en el cénit. Se había levantado un fuerte e intermitente viento. Una ráfaga efímera alzó la enorme toalla de playa que él había dejado sin cuidado alguno sobre una incómoda tumbona de color naranja. No voló mucho, lo suficiente para alcanzar el agua en la calle 1. Algo rozó su mano cuando se disponía a lanzar una nueva brazada. De repente se quedó a oscuras. No acertó a salir de debajo de la toalla. Lo intentó varias veces. Se puso nerviosa. Tragó agua, mucha. Su claustrofobia la paralizó. Perdió el conocimiento...
* * *
El respaldo del asiento 19B del vuelo de Delta, con destino a Barcelona, procedente de Atlanta, se negaba a ceder pese a la insistencia de su ocupante. Harto de intentarlo en vano, activó la señal luminosa con el objetivo de conseguir la ayuda de alguna de las azafatas. Cuando ésta llegó a su altura, sus miradas se cruzaron... de nuevo.- ¿¡Tú!?
Una amplia sonrisa de grata resignación se dibujó en los rostros de ambos...
1 comment:
hey Jorge, que lindo es nadar, es una de las cosas mas lindas del universo. Enhorabuena!. Si te interesa tengo algunas sugerencias en algunas frases.
Escribeme si quieres discutirlas.
Fabiola.
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