13.2.06

Tres cuentos cortos

Espejos:

Impecablemente vestido. Cerró su puño con fuerza y lo vació sobre la superficie fría de su recién comprado espejo. Mil pedazos. Cerró los ojos, resignado a la sangre que emanaba de sus nudillos. Los abrió de nuevo y se perdió en la caótica telaraña de cristal repleta de diminutos rostros desconocidos en la que se había convertido el espejo. Vio el rostro de un abogado disciplinado. De un hijo ejemplar. De un padre paciente. De un marido atento. De un amigo fiel. Miró y vio, pero no estaba él, seguía sin estar y encima, ahora, no iban a devolverle su dinero...

Cuatro espejos en un mes.

Ilusión:

"Mírame a los ojos," silencio. "De hecho, es imposible mirar a los ojos, siempre acabas mirando sólo a uno..." Los labios de él susurraban algo a tan sólo dos centímetros de los labios de ella. Permanecieron al filo de un delicioso abismo de incertidumbre durante un instante eterno. Disfrutaron de un blanco silencio antes de. Se sumergieron en un mar de golosas dudas antes de. Se sintieron uno antes de.

Se besaron, torpemente. Pero conscientes. Juntaron sus manos, suavemente. Pero firmes. Confiaron el uno en el otro, ciegamente. Ilusión. Cerraron los ojos antes de volverlos a abrir. Se dejaron caer en la oscuridad del abismo...

Luz.

Tentempié:

Le arrancó sus patas una a una. Una. Dos. Tres. Cuatro. Cinco. Seis. Siete. Ocho. Desconocía si aquello la habría terminado. La atravesó con un alfiler y clavó su cuerpo en una pizarra de corcho que le había regalado su padre. El viejo se consumía en la camilla de un hospital mientras su madre lloraba en el hombro de una enfermera que pronto olvidaría su nombre. Sonó su teléfono. Sabía lo que aquello quería decir. Abrió su frigorífico y de su interior sacó una cerveza, pan de molde, queso fresco, lechuga, tomate, cebolla y pavo. Antes de disfrutar de un tentempié, fotografió el cuerpo de la araña con su cámara polaroid y escribió algo en la fotografía y la clavó junto a la original:

nueve y treinta y siete del tres de febrero de dos mil cinco
ni es gato, ni araña...
el fin


Se acomodó en el desorden de su habitación y comió. Había quedado a las once para ir a jugar a billar con unos amigos.

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