9.2.06

Después del atardecer

Nadie circulaba por el puente de la comarcal a aquellas horas de la tarde. Allí estaba ella, frente a la baranda de piedra y cemento. A su alrededor silencio. El repentino crujir de un arbusto pisoteado por un jabato, el goloso cantar de un pájaro, la delicadeza de la brisa vespertina que acaricia las escuálidas ramas de un árbol, la incesante y repetitiva melodía de diminutos seres invisibles, su agitada respiración... Pero silencio.

Respiró profundamente antes de ascender, un último peldaño. Allí, de pie, contempló el más bello de los atardeceres. Frente a ella un lienzo en el que azules, rojos, naranjas, amarillos y púrpuras salpicaban desordenadamente un agotado Sol ígneo. Sus ojos se llenaron de lágrimas, una vez más, la última.

Sus derepentes, sus esques. Su descenso.

Miró hacia abajo.

Los dedos de sus pies se encogieron desesperadamente, como queriendo sujetarse con fuerza a la superficie sólida de la baranda. Sus piernas comenzaron a temblar irremediablemente. Sudaba. Se había sentido así antes. En unos segundos el vértigo habría desparecido, parasiempre.

La imagen fugaz de sus pilares, sonrientes, le encogió el corazón. Demasiado tarde ya para echarse atrás.

Saltó. Abrió los ojos con fuerza.

Su primer recuerdo se remontaba a un caluroso día de verano en el supermercado del pueblo donde veraneaba, cuando era tan sólo una niña. Un globo de color verde atrapado en una de las estanterías llamó su atención, pero no la de su madre. Permaneció perdida varias horas. Sus primeros días en la escuela se sintió sola. Sus primeras travesuras, sus primeras reprimendas, era incapaz de no sentirse mal después de ellas. Su primer amor, su mirada, su sonrisa. Su primer beso. Tarde o temprano todo se acaba. Cíclos. Un golpe detrás de otro, también caricias. Sonrisas. ¿Por qué?

El impacto del aire inundó sus ojos y nubló su vista. Frente a ella, sus recuerdos pasaban cada vez a mayor velocidad para amontonarse en la parte posterior de su ser y ejercer una insoportable presión en sentido ascendente. Alfileres. La presión, insufrible. Sintió súbitamente como si le arrancaran con violencia un pedazo de su persona, sangró. Por fin, ligera. Cayó libremente, sin oposición. Atrás quedó ella.

Estiró su brazo izquierdo.

Abrió su mano.

Su rostro, desencajado, dibujó una leve sonrisa.

Tocó el agua con sus dedos antes de que la cuerda la impulsara de nuevo hacia arriba.

Su sonrisa se tornó risa.

En su camino ascendente se encontró de nuevo con ella, aún cayendo. Cerró los ojos y estiró sus brazos, como el que se lanza de cabeza al agua, antes de atravesarla con decisión. Miró hacia atrás y ya no estaba allí, ya no estaba allí. Se frotó la cara con su mano izquierda, todavía húmeda.

Su risa se tornó carcajada, risotada de colores.

...

Mientras caminaba hacia el pueblo pensó de nuevo en el más bello de los atardeceres. Mañana el Sol volvería a salir. Mañana, de nuevo, el más bello de los atardeceres. Se giró con aire firme y desafiante, y la miró. Allí estaba ella, frente a la baranda de piedra y cemento. No pudo evitar llorar de alegría. No pudo evitar volar, ahora que sabía como...

1 comment:

Anonymous said...

Muy bien escrito... extraño suspense. Uno de mis favoritos.