El Ombligo I
A un yogi portugués
En cierta ocasión comencé a ir al gimnasio. No porque realmente lo necesitara, siempre he gozado de un excelente estado físico, sino porque qué mejor lugar que un gimnasio para relacionarse con el mundo. Esto sucedió poco antes de darme cuenta de mi verdadera naturaleza.
Mido un metro y ochenta y cinco centímetros, soy pelirrojo y mis ojos son verdes. No me gusta describirme, piénsenlo, es algo lógico cuando uno se sabe perfecto. Iba al gimnasio todas las mañanas, muy temprano, durante una hora y media más o menos. Apenas interaccionaba con nadie. Nunca he sido una persona muy comunicativa, lo cuál mis conocidos siempre han achacado a mi propia personalidad, aunque yo, por aquel entonces, ya presumía que ese no era el único motivo. Siempre he sido un gran observador, sobre todo de lo ajeno. Conocía las caras de todos y cada uno de los que compartían conmigo su sesión matutina de ejercicio físico. Conocía sus rutinas, sus horarios, sus límites, ... Bastaba con observar.
Una de ellas medía aproximadamente un metro setenta, la otra cerca de metro ochenta. La una era castaña, la otra rubia; la una tenía los ojos verdes, la otra azules; la una se parecía a Nicole Kidman, la otra a Sharon Stone. Nunca hablé con ellas, nunca las sorprendí mirándome, nunca supe de ellas más allá de cuanto deducía. Día tras día ansiaba despertar de mi sueño nocturno para compartir mi espacio con ellas, para ser partícipe de sus vidas durante una escasa hora y media, mientras sudaba, antes de ducharme y afrontar un nuevo día alejado del oasis en el que se había convertido el gimnasio. Siempre pensé que mi presencia allí pasó totalmente desapercibida.
Nicole Kidman, australiana aunque nacida en Honolulu, es mi actriz favorita. He visto casi todas sus películas. La primera que vi fue, si no recuerdo malamente, y no acostumbro a hacerlo, Far and Away, segunda película junto a Tom Cruise, quién sería su esposo durante 11 años, después de Days of Thunder. De esta primera etapa en Hollywood sus mejores obras son Dead Calm, con la que debutó en el cine americano después de haberse hecho a sí misma como actriz en el cine australiano, y Malice en la que bajo las órdenes de Gus Van Sant me sedujo definitivamente. Fue en 2001 cuando, tras separarse, amigablemente, del padre de sus dos hijos adoptivos, Isabella y Conner, y dejar de ser Mrs. Cruise, explotó. Espectacular en Moulin Rouge, inquietante en The Others, sobria en The Hours, humana en Dogville. Seguramente deben estarse preguntando qué tiene que ver esto con la historia que les estaba contando, mas allá del parecido razonable de una de las jóvenes con la actriz. Pues nada, de momento, pero como estas son mis memorias, me permito el lujo de aderezarlas con todo aquello que a mí me resulte oportuno. ¿Por dónde iba? Mi película favorita de Nicole Kidman es, a pesar de la presencia de su ex, Eyes Wide Shut. Lo siento, soy un admirador confeso de la obra de Stanley Kubrick.
De Sharon Stone no tengo mucha información. Recuerdo que aparecía en Basic Instinct aunque me consta que las mejores escenas de esa película fueron rodadas por una doble de cuerpo de la actriz americana. Su papel en Casino es convincente, pero son tantos sus desprópositos, véanse Sliver o The Specialist, que uno no va a perder el tiempo hablando de ella.
Mi vida discurrió sin mayor novedad hasta que un día me percaté de la falta de Nicole, perdón, Alice. ¿Habría enfermado, quizás? Un par de semanas después mi primera hipótesis ya no sería tan convincente. ¿Se habría ido de la ciudad, quizás? Lo habría notado, se habría despedido de alguien el último día. Quizás...
Hoy, por fin, sé, con toda seguridad, lo que sucedió. Hoy, por fin, he sido capaz de unir todas las piezas del rompecabezas. Hoy, por fin, lo veo todo de forma diferente, bastaba con hacer caso a lo que mi todopoderosa mente me decía...
Ginger se enamoró perdidamente de mí el primer día que me vio. Algo parecido me sucedió a mi con Alice. En un principio ambas dos cautivaron mi atención, pero poco a poco e inconscientemente fui decantándome por Alice. Aun así, nunca le dije nada a ninguna de las dos. Ginger fue poco a poco, a medida que su atracción por mí aumentaba, alimentando su rechazo hacia Alice, pues ella no había pasado por alto mi creciente interés por la joven de ojos verdes. El placer de compartir conmigo, aunque en la distancia, las mañanas fue transformándose paulatinamente en el sufrimiento de tener que ver como era otra la que captaba mi atención. Su ira fue in crescendo hasta convertirse en odio.
Era miércoles. Era todavía muy temprano y no había mucha gente fuera de sus casas. Alice se disponía a cruzar la calle. Cuando su pie se posó sobre el asfalto, Ginger pisó a fondo el acelerador. Alice se sorprendió del estruendo originado por los neumáticos derrapando sobre el piso, se volteó y pudo ver por un segundo los ojos de su verdugo antes de ser envestida. Su cuerpo salió disparado. Ginger detuvo el coche y salio de éste y pidió auxilio sin ánimo de encontrarlo y recogió el cuerpo con vida pero inconsciente de Alice y la acomodó en el asiento trasero del coche y le dijo a un testigo que la llevaría a un hospital y se sentó nuevamente en el asiento del conductor y puso el coche en marcha...
Alice estuvo encerrada en una oscura y sucia habitación en el sótano de la casa de Ginger durante dos meses. Para aquel entonces su presencia allí había comenzado a ser molesta por lo que Ginger acabo con su vida.
Poco después Ginger se fue de la ciudad por motivos profesionales, nadie la ha relacionado nunca con la desaparición de Alice. Nunca conseguiría olvidarme aunque la eliminación de Alice en ningún momento favoreció nuestro acercamiento.
En una ocasión un buen amigo me dijo haber visto a Alice por el campus, en la piscina. Eso, evidentemente, era imposible...
En cierta ocasión comencé a ir al gimnasio. No porque realmente lo necesitara, siempre he gozado de un excelente estado físico, sino porque qué mejor lugar que un gimnasio para relacionarse con el mundo. Esto sucedió poco antes de darme cuenta de mi verdadera naturaleza.
Mido un metro y ochenta y cinco centímetros, soy pelirrojo y mis ojos son verdes. No me gusta describirme, piénsenlo, es algo lógico cuando uno se sabe perfecto. Iba al gimnasio todas las mañanas, muy temprano, durante una hora y media más o menos. Apenas interaccionaba con nadie. Nunca he sido una persona muy comunicativa, lo cuál mis conocidos siempre han achacado a mi propia personalidad, aunque yo, por aquel entonces, ya presumía que ese no era el único motivo. Siempre he sido un gran observador, sobre todo de lo ajeno. Conocía las caras de todos y cada uno de los que compartían conmigo su sesión matutina de ejercicio físico. Conocía sus rutinas, sus horarios, sus límites, ... Bastaba con observar.
Una de ellas medía aproximadamente un metro setenta, la otra cerca de metro ochenta. La una era castaña, la otra rubia; la una tenía los ojos verdes, la otra azules; la una se parecía a Nicole Kidman, la otra a Sharon Stone. Nunca hablé con ellas, nunca las sorprendí mirándome, nunca supe de ellas más allá de cuanto deducía. Día tras día ansiaba despertar de mi sueño nocturno para compartir mi espacio con ellas, para ser partícipe de sus vidas durante una escasa hora y media, mientras sudaba, antes de ducharme y afrontar un nuevo día alejado del oasis en el que se había convertido el gimnasio. Siempre pensé que mi presencia allí pasó totalmente desapercibida.
Nicole Kidman, australiana aunque nacida en Honolulu, es mi actriz favorita. He visto casi todas sus películas. La primera que vi fue, si no recuerdo malamente, y no acostumbro a hacerlo, Far and Away, segunda película junto a Tom Cruise, quién sería su esposo durante 11 años, después de Days of Thunder. De esta primera etapa en Hollywood sus mejores obras son Dead Calm, con la que debutó en el cine americano después de haberse hecho a sí misma como actriz en el cine australiano, y Malice en la que bajo las órdenes de Gus Van Sant me sedujo definitivamente. Fue en 2001 cuando, tras separarse, amigablemente, del padre de sus dos hijos adoptivos, Isabella y Conner, y dejar de ser Mrs. Cruise, explotó. Espectacular en Moulin Rouge, inquietante en The Others, sobria en The Hours, humana en Dogville. Seguramente deben estarse preguntando qué tiene que ver esto con la historia que les estaba contando, mas allá del parecido razonable de una de las jóvenes con la actriz. Pues nada, de momento, pero como estas son mis memorias, me permito el lujo de aderezarlas con todo aquello que a mí me resulte oportuno. ¿Por dónde iba? Mi película favorita de Nicole Kidman es, a pesar de la presencia de su ex, Eyes Wide Shut. Lo siento, soy un admirador confeso de la obra de Stanley Kubrick.
De Sharon Stone no tengo mucha información. Recuerdo que aparecía en Basic Instinct aunque me consta que las mejores escenas de esa película fueron rodadas por una doble de cuerpo de la actriz americana. Su papel en Casino es convincente, pero son tantos sus desprópositos, véanse Sliver o The Specialist, que uno no va a perder el tiempo hablando de ella.
Mi vida discurrió sin mayor novedad hasta que un día me percaté de la falta de Nicole, perdón, Alice. ¿Habría enfermado, quizás? Un par de semanas después mi primera hipótesis ya no sería tan convincente. ¿Se habría ido de la ciudad, quizás? Lo habría notado, se habría despedido de alguien el último día. Quizás...
Hoy, por fin, sé, con toda seguridad, lo que sucedió. Hoy, por fin, he sido capaz de unir todas las piezas del rompecabezas. Hoy, por fin, lo veo todo de forma diferente, bastaba con hacer caso a lo que mi todopoderosa mente me decía...
Ginger se enamoró perdidamente de mí el primer día que me vio. Algo parecido me sucedió a mi con Alice. En un principio ambas dos cautivaron mi atención, pero poco a poco e inconscientemente fui decantándome por Alice. Aun así, nunca le dije nada a ninguna de las dos. Ginger fue poco a poco, a medida que su atracción por mí aumentaba, alimentando su rechazo hacia Alice, pues ella no había pasado por alto mi creciente interés por la joven de ojos verdes. El placer de compartir conmigo, aunque en la distancia, las mañanas fue transformándose paulatinamente en el sufrimiento de tener que ver como era otra la que captaba mi atención. Su ira fue in crescendo hasta convertirse en odio.
Era miércoles. Era todavía muy temprano y no había mucha gente fuera de sus casas. Alice se disponía a cruzar la calle. Cuando su pie se posó sobre el asfalto, Ginger pisó a fondo el acelerador. Alice se sorprendió del estruendo originado por los neumáticos derrapando sobre el piso, se volteó y pudo ver por un segundo los ojos de su verdugo antes de ser envestida. Su cuerpo salió disparado. Ginger detuvo el coche y salio de éste y pidió auxilio sin ánimo de encontrarlo y recogió el cuerpo con vida pero inconsciente de Alice y la acomodó en el asiento trasero del coche y le dijo a un testigo que la llevaría a un hospital y se sentó nuevamente en el asiento del conductor y puso el coche en marcha...
Alice estuvo encerrada en una oscura y sucia habitación en el sótano de la casa de Ginger durante dos meses. Para aquel entonces su presencia allí había comenzado a ser molesta por lo que Ginger acabo con su vida.
Poco después Ginger se fue de la ciudad por motivos profesionales, nadie la ha relacionado nunca con la desaparición de Alice. Nunca conseguiría olvidarme aunque la eliminación de Alice en ningún momento favoreció nuestro acercamiento.
En una ocasión un buen amigo me dijo haber visto a Alice por el campus, en la piscina. Eso, evidentemente, era imposible...
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