Albatros
A mi amiga azul
Me sumergí una vez más en la profundidad de su mirada antes de abrazarla de nuevo y sentir su calor. La besé dulcemente en la mejilla y sentí el latir de su corazón durante un delicioso instante. Nos separamos lentamente y la volví a besar antes de que el brillo de mis ojos delatara mi marcha.
"Nos volveremos a ver"
"Hasta que nos volvamos a necesitar"
A veces me dedico a contemplar la realidad que me rodea. Parece sencillo. No mucha gente lo hace. Me gustan los aeropuertos.
A mi izquierda una pareja de jóvenes desayunaba en silencio. No me habían regalado todavía la posibilidad de disfrutar del timbre de sus voces. Él engullía un bocadillo caliente mientras ella, con mucha menos energía, degustaba un tentempié frío. Dos enormes cafés coronaban la escena. Él miraba hacia el centro de la mesa mientras ella andaba perdida en el infinito hasta que una madre con tres hijos, uno en su regazo, pasó a su lado.
Un niño y una niña revoloteaban alrededor de su madre. La mujer a duras penas podía controlarlos a la vez que ponía la mayor parte de su atención en la preciosa criatura que sostenía entre sus brazos. Por un momento las carcajadas de los dos jovenzuelos inundaron de alegría el lugar sirviendo de perfecto complemento a los villancicos que por megafonía sonaban. La niña golpeó sin querer la mesa de mi derecha mientras el hombre impecablemente vestido que en ella estaba sentado se disponía a beber de su enorme vaso de café. El resultado fué una incómoda mancha en una hasta entonces inmaculada camisa azul celeste.
Un hombre a mi derecha se alzó y recriminó de mala manera la actuación de una de las criaturas más risueñas del local a su sufrida madre. Ésta cogió de la mano a la traviesa y le reprimió de forma ejemplar sin alzar la voz. La niña, acto seguido, se disculpó sinceramente para alejarse después junto a sus hermanos, su madre y su alegría. Mientras se perdían entre la multitud el caballero murmuraba algo que no me esforcé en descifrar. De repente le cambió el semblante y la mancha dejó de importarle. Una sonrisa de oreja a oreja se dibujó en su rostro, algo que muy probablemente tenía que ver con la aparición de una preciosa joven rubia que se había sentado a beber un zumo de frutas en una mesa cercana.
Una joven, de belleza sencilla y singular, se quitó su chaqueta lentamente. De su bolso sacó un libro, una libreta, un bolígrafo y unas gafas y se puso a leer haciendo caso omiso al ajetreo que había ocasionado su allí presencia. Poco después llegó una amiga suya que a falta de una silla en la mesa que la primera había ocupado, se hizo con una en una mesa vecina en la que una pareja de ancianos conversaba vivamente.
Una pareja de edad avanzada no dejaba de intercambiar opiniones de vete a saber qué. Desde donde yo estaba era imposible saber que tema les mantenía inmersos en una conversación, a juzgar por el aspecto de ambos, interesante. Sus rostros delataban felicidad. Reían cómplices. Se levantaron poco después, él la ayudó a ponerse la chaqueta y se dirigieron sin dejar de mirarse a la puerta de salida cogidos de la mano. Se cruzaron con otra pareja en la entrada.
Dos jóvenes sumamente atractivos se sentaron en la mesa que los ancianos habían abandonado segundos antes. Uno era espigado y rubio mientras el otro era moreno y de constitución más fuerte. Ambos muy guapos. Se dieron un beso y mientras uno se acomodaba en una de las sillas el otro se dirigió a la barra en busca de un ansiado desayuno a juzgar por su prisa por alcanzarla. No tardó mucho en regresar junto a su pareja con una bandeja llena de repostería y dos chocolates calientes con nata, virutas de chocolate blanco y barquillos de chocolate. Antes de sentarse besó de nuevo dulcemente a su compañero, hecho que no pasó desapercibido al padre de una familia que acababa de entrar en el recinto.
Un hombre llamó la atención de dos chavales que se abrían paso entre las mesas. Le dijo algo a su mujer y se fueron por donde habían venido. Justo en la puerta un joven vestido de negro le empujó violentamente. Probablemente corría detrás de su avión.
Un joven salió volando de la cafetería. En su mano llevaba una mochila negra. Una mochila que me resultaba sumamente familiar... ¡La mía!
Me cargué mi otra mochila a la espalda y me puse mi gorra y comencé a correr tras él dejando atrás la mitad de mi desayuno. Pareció darse cuenta por lo que incrementó su ritmo. Tropecé con unos mochileros y perdí mi gorra pero seguí corriendo tras el ladrón. En aquella mochila había una foto, una foto que no me dejó pensar en que también en ella estaban mi portátil, mi cámara, mi iPod, mis gafas, ... El joven alcanzó unas escaleras mecánicas y las bajó peligrosamente y yo detrás. Antes de llegar abajo volví a caerme. Con peor suerte que antes pues en esta ocasión mi nariz comenzó a sangrar. Me levanté y seguí corriendo. La gente se apartaba y gritaba a nuestro paso. Lo vi cruzar una esquina y sin esperanza hice un último esfuerzo. Lo encontré en compañía de dos agentes de policía.
"¿Sucede algo señor?"
"¿Qué pasa Santiago? ¿No te acuerdas de mí? ¿Qué casualidad encontrarnos aquí? ¿Ibas a perder tu avión?"
Los agentes se preocuparon por mi nariz. Les aseguré que no era nada y nos dejaron allí a los dos. Santiago me devolvió la foto y con ella la mochila y todo lo que contenía. Le invité a tomar algo en la cafetería en la que nos habíamos conocido y en la que ya no quedaba ni rastro del desayuno que había dejado a medias. Antes pasé por el servicio de caballeros a lavarme la cara y cambiarme de camiseta. Se tomó una cerveza, conversamos y, poco después, se fue sintiéndose bien.
Un bebé rompió a llorar y de nuevo me percaté de la música navideña que sonaba a través de la megafonía del local.
Cogí mis cosas y salí de allí y cerré los ojos y pensé en la foto y abrí mis alas y comencé a aletear y, por fin, me alcé y comencé a hacer, de nuevo, lo que mejor sé hacer, volar.
Me sumergí una vez más en la profundidad de su mirada antes de abrazarla de nuevo y sentir su calor. La besé dulcemente en la mejilla y sentí el latir de su corazón durante un delicioso instante. Nos separamos lentamente y la volví a besar antes de que el brillo de mis ojos delatara mi marcha.
"Nos volveremos a ver"
"Hasta que nos volvamos a necesitar"
A veces me dedico a contemplar la realidad que me rodea. Parece sencillo. No mucha gente lo hace. Me gustan los aeropuertos.
A mi izquierda una pareja de jóvenes desayunaba en silencio. No me habían regalado todavía la posibilidad de disfrutar del timbre de sus voces. Él engullía un bocadillo caliente mientras ella, con mucha menos energía, degustaba un tentempié frío. Dos enormes cafés coronaban la escena. Él miraba hacia el centro de la mesa mientras ella andaba perdida en el infinito hasta que una madre con tres hijos, uno en su regazo, pasó a su lado.
Un niño y una niña revoloteaban alrededor de su madre. La mujer a duras penas podía controlarlos a la vez que ponía la mayor parte de su atención en la preciosa criatura que sostenía entre sus brazos. Por un momento las carcajadas de los dos jovenzuelos inundaron de alegría el lugar sirviendo de perfecto complemento a los villancicos que por megafonía sonaban. La niña golpeó sin querer la mesa de mi derecha mientras el hombre impecablemente vestido que en ella estaba sentado se disponía a beber de su enorme vaso de café. El resultado fué una incómoda mancha en una hasta entonces inmaculada camisa azul celeste.
Un hombre a mi derecha se alzó y recriminó de mala manera la actuación de una de las criaturas más risueñas del local a su sufrida madre. Ésta cogió de la mano a la traviesa y le reprimió de forma ejemplar sin alzar la voz. La niña, acto seguido, se disculpó sinceramente para alejarse después junto a sus hermanos, su madre y su alegría. Mientras se perdían entre la multitud el caballero murmuraba algo que no me esforcé en descifrar. De repente le cambió el semblante y la mancha dejó de importarle. Una sonrisa de oreja a oreja se dibujó en su rostro, algo que muy probablemente tenía que ver con la aparición de una preciosa joven rubia que se había sentado a beber un zumo de frutas en una mesa cercana.
Una joven, de belleza sencilla y singular, se quitó su chaqueta lentamente. De su bolso sacó un libro, una libreta, un bolígrafo y unas gafas y se puso a leer haciendo caso omiso al ajetreo que había ocasionado su allí presencia. Poco después llegó una amiga suya que a falta de una silla en la mesa que la primera había ocupado, se hizo con una en una mesa vecina en la que una pareja de ancianos conversaba vivamente.
Una pareja de edad avanzada no dejaba de intercambiar opiniones de vete a saber qué. Desde donde yo estaba era imposible saber que tema les mantenía inmersos en una conversación, a juzgar por el aspecto de ambos, interesante. Sus rostros delataban felicidad. Reían cómplices. Se levantaron poco después, él la ayudó a ponerse la chaqueta y se dirigieron sin dejar de mirarse a la puerta de salida cogidos de la mano. Se cruzaron con otra pareja en la entrada.
Dos jóvenes sumamente atractivos se sentaron en la mesa que los ancianos habían abandonado segundos antes. Uno era espigado y rubio mientras el otro era moreno y de constitución más fuerte. Ambos muy guapos. Se dieron un beso y mientras uno se acomodaba en una de las sillas el otro se dirigió a la barra en busca de un ansiado desayuno a juzgar por su prisa por alcanzarla. No tardó mucho en regresar junto a su pareja con una bandeja llena de repostería y dos chocolates calientes con nata, virutas de chocolate blanco y barquillos de chocolate. Antes de sentarse besó de nuevo dulcemente a su compañero, hecho que no pasó desapercibido al padre de una familia que acababa de entrar en el recinto.
Un hombre llamó la atención de dos chavales que se abrían paso entre las mesas. Le dijo algo a su mujer y se fueron por donde habían venido. Justo en la puerta un joven vestido de negro le empujó violentamente. Probablemente corría detrás de su avión.
Un joven salió volando de la cafetería. En su mano llevaba una mochila negra. Una mochila que me resultaba sumamente familiar... ¡La mía!
Me cargué mi otra mochila a la espalda y me puse mi gorra y comencé a correr tras él dejando atrás la mitad de mi desayuno. Pareció darse cuenta por lo que incrementó su ritmo. Tropecé con unos mochileros y perdí mi gorra pero seguí corriendo tras el ladrón. En aquella mochila había una foto, una foto que no me dejó pensar en que también en ella estaban mi portátil, mi cámara, mi iPod, mis gafas, ... El joven alcanzó unas escaleras mecánicas y las bajó peligrosamente y yo detrás. Antes de llegar abajo volví a caerme. Con peor suerte que antes pues en esta ocasión mi nariz comenzó a sangrar. Me levanté y seguí corriendo. La gente se apartaba y gritaba a nuestro paso. Lo vi cruzar una esquina y sin esperanza hice un último esfuerzo. Lo encontré en compañía de dos agentes de policía.
"¿Sucede algo señor?"
"¿Qué pasa Santiago? ¿No te acuerdas de mí? ¿Qué casualidad encontrarnos aquí? ¿Ibas a perder tu avión?"
Los agentes se preocuparon por mi nariz. Les aseguré que no era nada y nos dejaron allí a los dos. Santiago me devolvió la foto y con ella la mochila y todo lo que contenía. Le invité a tomar algo en la cafetería en la que nos habíamos conocido y en la que ya no quedaba ni rastro del desayuno que había dejado a medias. Antes pasé por el servicio de caballeros a lavarme la cara y cambiarme de camiseta. Se tomó una cerveza, conversamos y, poco después, se fue sintiéndose bien.
Un bebé rompió a llorar y de nuevo me percaté de la música navideña que sonaba a través de la megafonía del local.
Cogí mis cosas y salí de allí y cerré los ojos y pensé en la foto y abrí mis alas y comencé a aletear y, por fin, me alcé y comencé a hacer, de nuevo, lo que mejor sé hacer, volar.
2 comments:
Peter Pan no solo sabia volar, si no también enseño a mi y a mis hermanos a hacerlo. Esto es lo mejor: tener el "privilegio" de saber hacer cosas que poca gente sabe, y compartirla...
Baci ;) Wendy
No sabes cuánto me ha entristecido leerte.
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