21.1.06

Veinte minutos de ventaja

A una panerola

El Sol todavía permanece dormido. Una suave capa de nubes abriga una tímida luna llena. Dos personas, además de él, esperan el autobús en la parada del centro comercial bajo la única farola encendida del recinto. La luz amarilla de la farola se mezcla con la de la luna para dibujar sus rasgos en la penumbra. Hace frío y los tres permanecen sentados en un banco húmedo. Sus gafas están empañadas. A su lado Tracy enciende un cigarrillo con un mechero que guarda cuidadosamente en la bolsa de plástico de la tienda de comestibles en la que guarda la mitad de su vida, la otra mitad la deja siempre en su casa, en el segundo cajón de su mesita de noche. Todos los días lo hace, succiona el cigarrillo con esmero justo en el momento en que ve aparecer el autobús. Dice que así fuma menos. James permanece sentado, escuchando música a través de unos enormes auriculares que lo desconectan del mundo. "Así me ahorro la impertinencia del que se cree que su vida nos importa a todos," le dijo un día. El cable de los auriculares muere en un enorme walkman que carga en su regazo. Luce un peine amarillo enredado en su pelo. Tracy apaga su cigarrillo y se levanta del banco a la vez que regala una sonrisa a sus compañeros. Estos se la devuelven. Viste unos pantalones tejanos azules y una camisa de cuadros rojos y negros debajo de una chaqueta verde. James la sigue y ambos son los primeros en entrar en un autobús todavía vacío. En la puerta se cruzan con el conductor al que saludan amigablemene. Éste baja del vehículo para estirar brevemente las piernas antes de proseguir con su rutina. El mismo trayecto ocho horas al día, siete días de la semana. Siete no, el domingo el transporte público también descansa. Él monta su flamante bicicleta en el portabicicletas y busca algo en su mochila. Se lo muestra al conductor y se introduce en el vehículo. "Un día más, Martin," nunca irán juntos a tomar una cerveza pero son amigos. "Un día más," contesta Martin con una efímera carcajada mientras le sigue y se sienta de nuevo en su trono. Cierra la puerta y se pone en marcha.

Ninguno de sus amigos viaja en autobús. A pesar de la hora, las calles comienzan ya a llenarse de vehículos de dos, cuatro y n ruedas. Todo el mundo conduce en su ciudad. A nadie le gusta coger el autobús. A él, sí. A través de las enormes ventanas del vehículo contempla el despertar de la ciudad. Luces que van, luces que vienen. Un milagro.

Morgan y Sophie suben en la primera parada. Hoy Arnold no les acompaña. "Se habrá quedado dormido," piensa él. Arnold trabaja todas las noches hasta muy tarde. Recicla lo que otros no quieren. Morgan se queda de pie, junto a Martin, que emprende nuevamente la marcha. Morgan viste camisa blanca de manga corta, corbata verde, pantalones de pinza grises, calcetines blancos y zapatillas deportivas. Está enamorado de Tracy. Todo el mundo en el autobús lo sabe. Probablemente ella también lo sepa. Sus ojos sonríen en la distancia mientras la contemplan. Es feliz por poder compartir con ella unos minutos cada día. Sophie, embutida en un viejo vestido marrón, se sienta ocupando dos asientos. Abre su bolso y de su interior saca un par de zapatos negros de tacón. "¡Buenos días, Sophie!" Tracy la saluda con efusividad mientras Sophie, agachada, se cambia de calzado. "¡Buenos días, Tracy!" Devuelve a su bolso las zapatillas con las que ha caminado hasta la parada del autobús. "Por cierto, ¿qué tal tu marido? Alguien me dijo que finalmente había encontrado trabajo," Tracy desea que así sea. "Sí, pero se trataba de algo temporal, un mes de contrato. Desde que cerró la fábrica hacemos lo que podemos con lo poco que gano yo en la biblioteca. A ver si cambia nuestra suerte," Sophie y su marido tienen un hijo pequeño, Billy. La conversación no tarda en girar en dirección a las travesuras de éste.

El autobús se detiene de nuevo. "¡Maldita sea!" James tiene en su mano izquierda una cinta de cassette. Es la tercera este mes. "¡Cómprate un iPod!" Mia acaba de entrar en el autobús. "¿Me lo compras tú?" James sonríe. "¡Claro cariño, faltaría más!" Él, mientras observa la escena en silencio, piensa que algún día le regalara el suyo, el que carga en su mochila. En su opinión, Mia siempre va muy maquillada y se echa demasiado perfume. "Las mujeres somos muy coquetas y yo soy muy mujer," observó graciosamente un día. El autobús se detiene de repente. "¡Gracias!" Matthew entra en el vehículo e inmediatamente se sienta. Respira con dificultad. Él aún recuerda el día en el que coincidió con Matthew en la parada del mercado, mientras trasteaba con su cámara digital. Matthew no esperaba que tuviera una. "¡Tienes una cámara digital! ¡Tienes una cámara digital! ¡Tienes una cámara digital! ¡Que suerte! Hace mucho tiempo que nadie me hace una foto, ¿me haces una?" Se la hizo y le regaló una copia impresa. "¡Bonita corbata!" Matthew señala con su dedo índice hacia Morgan. Morgan se sonroja a la vez que le obsequia con una mueca de resignación. Matthew se percata de la presencia de James y camina junto a él. Se sienta a su lado. Hablan de baloncesto. Sophie y Tracy siguen hablando de Billy. Mia se retoca las sombras de sus preciosos ojos verdes usando una de las ventanas como espejo. Morgan permanece cabizbajo. Martin conduce. Él sonríe.

En la siguiente parada suben ocho personas. Él sólo conoce a Catherine. Catherine nunca dice nada. Se sienta y se sumerge en el mundo de fantasía de su novela favorita de esta semana. Un hombre de aspecto descuidado pide un dólar para pagar el trayecto. Una joven sonriente se lo ofrece y lo invita a sentarse junto a ella. Ella trabaja en una casa de acogida. Un joven lleno de tatuajes se sienta a su lado. "¡Buenos días!" Mastica un palillo dental. Él le devuelve el saludo moviendo la cabeza de arriba a abajo. Un ángel en el antebrazo derecho. Julia, con una caligrafía excelente, en el brazo izquierdo. Una letra japonesa detrás de la oreja. Una señora y su hija pequeña se sientan en la parte trasera del vehículo. La niña juega con una muñeca mientras la madre la mira con los ojos con los que las madres miran a sus hijas mientras juegan con muñecas. Las dos visten falda verde y blusa blanca. Chaqueta azul la hija, chaqueta negra la madre. Un anciano se sienta en el primer asiento libre que encuetra y entabla conversación con Morgan. Tiene tanto que contar. Morgan se olvida momentáneamente de Tracy y escucha atento a su sabio interlocutor. Dos jóvenes discuten sobre un problema de matemáticas. Él sonríe cuando pasan a su lado en busca de un asiento. "No andan mal encaminados", piensa. El autobús circula nuevamente.

Finalmente su parada, su rincón, su isla. Veinte minutos desde que subió al autobús. Se despide de Martin, "¡Gracias y buenos días!" Se gira y, antes de bajar, dedica una mirada de sincera admiración a sus compañeros de viaje. Algunos sonríen, algunos asienten con la cabeza, otros simplemente no lo ven. Tiene la misma sensación un día tras otro. Ha vuelto a sacarle veinte minutos de ventaja a la vida. Se hace con su bicicleta y comienza a pedalear en dirección a la oficina. Comienza a amanecer y la generosidad de los primeros rayos del sol le dibujan una sonrisa infinita en el rostro. Piensa en ella mientras silba una canción que resuena en su cabeza desde la noche anterior, Cold Water. Piensa en ella, y en el poco tiempo que le queda hasta volver a acariciarla. Cuando llegue a la oficina, lo primero que hará, será guardar en una hucha color rosa con forma de cerdito, se la regaló su hermana, los veinte minutos de ventaja de hoy...

1 comment:

Anonymous said...

Happy flowers!!

Siempre hay almenos dos formas de ver las cosas. Esta la optimista y la pesimista. Aparte de esas, esta la tuya. Esa en la que viajar en autobus no es una pérdida de tiempo sino que se gana tiempo con ello.

Yo por mi parte si voy perdiendo el tiempo, no todos mis instantes son llenos, no soy consciente de lo que realmente sucede ni aprendo al màximo en cada tropiezo...Digamos que soy bastante humano.

Bueno, eso era para chinchar, ya me conoces, el cuento es muy bonito.

Neus (si fuera mujer).