16.2.05

La Bicicleta

Jaime tenía cinco años. Hacía dos que iba a la escuela. Todos los días, camino de ésta, pasaba por delante de un escaparate en el que reinaba una flamante bicicleta roja. Él tenía que conformarse con su vieja bicicleta de cuatro ruedas pero soñaba con poder, algún día, recorrer las calles de su barrio subido en el vehículo que tanto ansiaba. Tal era el deseo de alcanzar su sueño, que empezó a ahorrar cuanto dinero llegaba a sus manos para así poder comprarse la bicicleta. Además, todos los días, bajo la atenta mirada de su padre, intentaba aprender a deshacerse de la ayuda de las dos ruedas extras de la que ya tenía. Pronto todos sus pantalones se llenaron de remiendos mal que le pesara a su madre.

Los abuelos de Jaime vivían en el pueblo. Su abuelo, había sido ciclista, había sido compañero de Federico Martín Bahamontes, el mejor escalador español de todos los tiempos. Un buen día, Manuel, así se llamaba, encontro una vieja bicicleta oxidada entre un montón de trastos que su mujer, Antonia, guardaba en el trastero. Aquella había sido su primera bicicleta. Manuel no pudo evitar soltar una lágrima, pero tan pronto se deshizo de ella, decidió ponerse manos a la obra y restaurar aquel cacharro para convertirlo en lo que sin duda sería el mejor regalo que podía hacerle a su nieto de siete años. Al fin y al cabo, se lo debía, pues él era el responsable de la pasión del niño por tan bello deporte. La tendría acabada en verano.

Dos días antes de ir a pasar junto a los abuelos las vacaciones de verano en el pueblo, con siete años a sus espaldas, Jaime se sintió satisfecho. Se había hartado a hacer favores a todos los vecinos del barrio y así, poco a poco, había conseguido juntar lo suficiente. Le pidió a su madre que le acompañara a la tienda a comprar la bicicleta. Ésta no pudo oponerse ante la diligencia de su hijo. Para aquel entonces el joven ya era un experto ciclista, se había estado preparando duramente para el gran momento. Cuando por fin cabalgó sobre ella, se sintió la persona más feliz del mundo.

Cuando llegaron a casa de los abuelos, Jaime bajó del coche a toda prisa, montó en su bicicleta roja que viajaba en el remolque y pedaleó en busca de su ídolo. Cuando lo vio, quedó perplejo ante la imagen de su abuelo erguido junto a una reluciente bicicleta negra en cuyo cuadro se podía leer en amarillo, Jaime. Su abuelo había restaurado su vieja bicicleta para él y ahora parecía una obra de arte. Jaime, montado en la bicicleta roja que tanto esfuerzo le había costado conseguir, no esperaba aquello.

Bajó de su bicicleta roja y anduvo hacia su bicicleta negra. Cuando estuvo a mitad de camino, miró rojo y miró negro y echó a llorar de alegría...

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