22.7.06

Ants

"When are you leaving?" he asked.


"In a couple of hours," B grabbed a book from his desk and put it inside his backpack. " I wish I wouldn't need to get certified."

"Is L leading the class tomorrow?"

"No," silence. "Why don't you do it?"

"Me?" surprised. "I've never done that before. I don't know if I'm..."

"I wouldn't ask you if I thought you weren't able to," B took his backpack, which was already packed, and headed to the door. "Have a nice weekend!"

"Mahalo bra!"

"Respect!"

"Are you gonna do it?" she had been listening in silence to their conversation.

"I will, I will."

He sat there. He felt like the day before an exam. He enjoyed the feeling. He, somehow, missed it.

B had been leading that class every Saturday morning for two years. A gift. The few times he could not make it he would ask a certified instructor or an advanced student to lead the class. He was not a certified instructor and although he had been going to that class every Saturday morning since it started he did not feel himself as an advanced student.

He thought about himself leading the class while going over a book that he borrowed from B. He was not yet comfortable about the idea. Being in front of the class. Being the instructor. Small. Big. All his problems, issues, showed up at once in his mind. Distraction. He prepared the class the best he could before falling sleep on the floor. Next to him, the book, a couple of papers full of drawings and text, a pen.

He woke up early after, like everyday, five hours of sleep. Brief meditation. He had breakfast, his favorite meal of the day. Chocolate milk with cereal, orange juice, fresh fruit with cinnnamon, yogurt. For a second he wished no one would show up. He knew there was not going to be a crowded class. Whenever B was out of town and he mentioned it on his friendly reminder electronic mails most people would just stay at home. Saturday morning in bed. B did not like that. He did not like that either.

He rode ten miles from his place to the park. He did not have a car although he had been told many times that it was impossible to survive without one in Gainesville. He loved the feeling of the morning breeze on his face. Empty streets. Runners. He arrived in the park at seven thirty, thirty minutes before the class was supposed to start. He set up his mat and waited in a crossed-legged position. Butterflies smiling, messing with the cereal. Deepness.

Awareness.

When he opened his eyes again he felt different. The butterflies were not inside him anymore. They were around him, all over the place. Beautiful. Six people showed up. Only then he felt ready. He knew it was moment for him to learn, to share, to enjoy.

"B is out of town, isn't he? Do you know who is gonna lead the class?" N, a certified instructor, asked.

"I am, but..." the words came out of his mouth without even thinking about it. "This is not a class, at least not anymore. B started something that doesn't need him anymore, and that's precisely the beauty of it. Whenever he's around it's great to be leaded by him, but when he's not, it's also great to be leaded by whoever feels to. This is us and we're all the same. This is a group. It'd be great to share the lead with you today and whoever is interested."

N accepted and the class started. He felt comfortable right from the beginning. Deep breathing. He did not even need to follow his notes. Flow. At some point N took the lead. He was happy to see that what he suggested to do was similar to what he had thought the night before. Time going by. He took the lead back. After two hours the sun was higher and the heat became too intense. They dived into the relaxation pose. He had always been one of the people lying on the floor with their eyes closed listening to the birds, the squirrels, the dogs, someone's breathing, B's gentle voice... Not this time. Something caught his eye.

"Namaste!"

"There are a lot of insects, a lot of ants," M said.

"Mmm..." he smiled. "I was actually thinking about that while you were sleeping. Some of you weren't able to fully relax because of that. You would bring your attention once and again to the presence of an insect in your leg, arm, face. So, in the end, you weren't able to relax. It is funny also how the longer the time you would lay, the less times you would bring your attention to that. An ant is just that, an ant, and, think about this, there's nothing the ants around here could do to you while you are trying to relax. Why would you let them distract you? You can go further now and think about problems, issues, in terms of insects. Why would you let them distract you from being relaxed, calm, aware? They are there, you can face them whenever you feel like to, don't let them lead you. You can bring back your attention to those insects and get rid of them, or not, when you finish your relaxation... Anyways, this is only what I think and, as always, I'm probably wrong..."

M and R smiled. People started to leave the park wishing him a great weekend. Life.

He walked away, slowly, carrying his bike and feeling grateful...

Thanks B.

19.7.06

La Cazadora

A los que no las guardan el el armario

La guardó en el armario por última vez. Estaba ligeramente descolorida y deshilachada. No quería deshacerse definitivamente de ella.

Sobre la cama, una flamante cazadora aguardaba el momento de abrazarlo por primera vez.

"Ya iba siendo hora de que te deshicieras de ese arapo," su madre besó la frente de su hijo una vez más el día de su cumpleaños.

"Gracias por el regalo," mientras acompañaba a sus padres a la puerta de su apartamento. "Intentaré pasar por casa el fin de semana que viene."

Resultó sentirse sumamente cómodo embutido en su nueva cazadora. Los días pasaron. Se acostumbró a ella. Sus amigos la aprobaron, la envidiaron, la codiciaron. Siempre que abría la puerta de su armario veía la que un día fue su amiga. Todavía. Rodeada de camisas y pantalones. Colgada de una percha. Descolorida y deshilachada. Recuerdos.

Poco después decidió doblarla y guardarla junto a la ropa vieja que utilizaba sólo cuando tocaba ensuciarse de verdad. Distancia. Tocó ensuciarse.

Decidió deshacerse de ella. Aparcó su coche. Se apeó. Buscó su reflejo en una de las ventanas del vehículo. Lo encontró. Se abrochó su flamante cazadora. Se gustó. Sacó dos bolsas de basura del maletero. Caminó hacia el hospicio. Entró.

Salió sonriente. Paseó en dirección a un parque cercano. Sujetaba su nueva cazadora con su mano izquierda mientras una vieja cazadora, descolorida y deshilachada, lo abrigaba de la fría brisa de un atardecer invernal.

13.7.06

Filomena

A mi abuela Filomena

Es sábado.


Abre los ojos. Castaño. Sonríe. Da las gracias en silencio.

Amanece y los primeros rayos del Sol colorean la ciudad. Amarillos, rojos, azules, blancos, negros, grises... Le gusta imaginar que él sigue a su lado, en la cama, durmiendo. Se levanta y se dirige al lavabo de una casa extraña y vacía donde cambia su pijama por una bata. Lava su ropa interior en el lavamanos y regresa a su habitación. Hace diez años que duerme sola. El rubilín do tesín, así le gustaba recordarlo, la espera pacientemente al otro lado. No tienen prisa por lo inevitable. A veces recuerda también sus ataques de asma y es entonces cuando su corazón sonríe, pues fue su amor por ella el que lo mantuvo a su lado tanto tiempo. Ella lo sabe. Él lo sabe.

Desayuna y para evitar quedarse dormida de nuevo, hace punto. Calcetines. Le ha hecho un par a todos y cada uno de sus hijos, nietos, viznietos. Unos los lucen, otros no. No le tiene miedo a la muerte. Jesús, cuando era niño, gustaba de escuchar historias para no dormir alrededor del fuego, historias relacionadas siempre con el fin. Miedo. La fugaz imagen de Jesús le encoge el corazón. Lamenta la suerte de su hijo mayor. Contempla con ilusión unos diminutos patucos de lana blanca y rosa para su viznieta.

Cuando muere un hijo, algo muere con él en el corazón de su madre. La imagen de un caballo en un televisor encendido al que apenas presta atención le recuerda a la pierna escayolada de Pepe el día de su boda. Fuerza. La ilusión lo mantuvo milagrosamente con vida hasta que no pudo más. Hasta entonces, dichoso y feliz.

El Sol de mediodía calienta el asfalto. Pronto dejará la ciudad por la casa de la playa para pasar allí el verano, junto a María, siempre sonriente, siempre dispuesta a ayudar a los demás, siempre. Parece imposible que se enfade con nadie, parece imposible que nada le moleste, parece. Es imposible.

A todos sus amigos le duelen los huesos. A ella no, a ella no le duelen. Sólo a veces y entonces no puede evitar acordarse de un jovencísimo Paco.

Se prepara una manzanilla mientras espera pacientemente la llegada de su hija y su yerno. No le gusta comer sola. En ocasiones le duele la barriga. Nada comparable a las fiebres de Malta que la acompañaron durante el embarazo de Silvano. Nació pequeño. Corazón enorme.

Por fin llega Inés. Viven en un primer piso con ascensor. Ha pasado mucho tiempo desde que saltó al vacío desde el corredor de la casa del pueblo. Juntas cocinan y hablan de cualquier cosa.

Le gusta echar la siesta después de comer. Le gusta dormir aunque prefiere no abusar de ello. No quiere quedarse dormida. No, todavía. A Aurelio sí le gusta dormir (y comer). Aún recuerda un día en el que su hijo se retiró a descansar antes de la fiesta mayor de un pueblo vecino y, cuando se despertó, allí sólo quedaba silencio. Ella no quiere perderse la fiesta.

Sueña con Trinidad, la más traviesa. Disfrutaba saltando al zarzal desde el caballo, cayéndose a la presa mientras buscaba nidos, participando en carreras clandestinas...

Lee para no quedarse de nuevo dormida mientras espera a sus invitados. Un libro sobre la Guerra Civil Española. Es incapaz de recordar lo que lee, pero disfruta de ello mientras lo hace. Piensa en la bala, jamás disparada, que hirió a Manolita. Juegos de niños.

Se acicala justo antes de las cinco y se dirige al salón donde pacientemente espera la llegada de sus invitados.

El zumbido del timbre del portero automático le arranca un suspiro. Se levanta y se dirige a la puerta a recibir a su primer invitado. Sorpresa cuando resulta ser un completo desconocido. Viste traje gris sobre camisa blanca y zapatos marrones. Es irresistiblemente bello.

"¿Filomena García?" Su voz es profunda y seductora.

"Sí, esa soy yo, ¿quién es usted?" Intrigada.

"Eso poco importa," hace una pausa. "Vengo a buscarla."

"Si no me dice quien es, mucho me temo que se va a tener que ir solo."

"Soy yo."

"Entiendo," respira profundamente. "Lo siento, pero hoy no voy a poder acompañarle. Hoy es sábado y, como todos los sábados, tengo intención de reunirme con mis hijos. No puedo irme y faltar a mi cita con ellos. Es usted encantador pero todavía no estoy preparada..."

El zumbido del timbre del portero automático le arranca un suspiro. Se levanta y se dirige a la puerta a recibir a su primer invitado. Son Paco, Fina y Emilia. Poco después llegan Manolita y Felipe. Inés prepara café para todos y Antonio ofrece aguardiente. Llega Mercedes. Aurelio no tarda en llegar, lo acompaña María. Después llegan Silvano y Teresa. Tino y Trinidad son los últimos en llegar.

Hoy, como cada sábado, Filomena es feliz. Mañana, como cada domingo, Filomena será feliz mientras espera hasta el siguiente sábado.

7.7.06

Fresas con nata

No pensar es algo que se cura con los años

Cabello oscuro, corto, alborotado. Se vistió lentamente, sin prisa. Mientras, ella, desnuda, sobre la cama, contempló una vez más su cuerpo. Sus ojos castaños recorrieron gentilmente su rostro, su cuello, su espalda, su abdomen, sus manos...

Mientras él abandonaba la habitación para, quizás, nunca regresar a su apartamento, ella recordó la primera vez que su mirada había coincidido con la de un joven desconocido, tres días antes. Él le había dedicado una sonrisa inocente. Ella le había saludado educadamente.

Pensó que era un niño. Pensó que era atractivo, gracioso, simpático, apasionado, osado...

Pensó que sería interesante.

Lo fue.

Él nunca pensó.

Cuando llegó a casa de sus padres abrió la puerta de la nevera. Fresas. Nata. Cortó las fresas con esmero y las mezcló con la nata en un bol de Hong Kong Phooey. Aquellas fresas, aquella nata, nada tenían que ver con las que había comido hasta entonces, con las que comería a partir de entonces. No pensó, y las disfrutó como si de la primera vez se tratara.