La Cazadora
A los que no las guardan el el armario
La guardó en el armario por última vez. Estaba ligeramente descolorida y deshilachada. No quería deshacerse definitivamente de ella.
Sobre la cama, una flamante cazadora aguardaba el momento de abrazarlo por primera vez.
"Ya iba siendo hora de que te deshicieras de ese arapo," su madre besó la frente de su hijo una vez más el día de su cumpleaños.
"Gracias por el regalo," mientras acompañaba a sus padres a la puerta de su apartamento. "Intentaré pasar por casa el fin de semana que viene."
Resultó sentirse sumamente cómodo embutido en su nueva cazadora. Los días pasaron. Se acostumbró a ella. Sus amigos la aprobaron, la envidiaron, la codiciaron. Siempre que abría la puerta de su armario veía la que un día fue su amiga. Todavía. Rodeada de camisas y pantalones. Colgada de una percha. Descolorida y deshilachada. Recuerdos.
Poco después decidió doblarla y guardarla junto a la ropa vieja que utilizaba sólo cuando tocaba ensuciarse de verdad. Distancia. Tocó ensuciarse.
Decidió deshacerse de ella. Aparcó su coche. Se apeó. Buscó su reflejo en una de las ventanas del vehículo. Lo encontró. Se abrochó su flamante cazadora. Se gustó. Sacó dos bolsas de basura del maletero. Caminó hacia el hospicio. Entró.
Salió sonriente. Paseó en dirección a un parque cercano. Sujetaba su nueva cazadora con su mano izquierda mientras una vieja cazadora, descolorida y deshilachada, lo abrigaba de la fría brisa de un atardecer invernal.
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