13.7.06

Filomena

A mi abuela Filomena

Es sábado.


Abre los ojos. Castaño. Sonríe. Da las gracias en silencio.

Amanece y los primeros rayos del Sol colorean la ciudad. Amarillos, rojos, azules, blancos, negros, grises... Le gusta imaginar que él sigue a su lado, en la cama, durmiendo. Se levanta y se dirige al lavabo de una casa extraña y vacía donde cambia su pijama por una bata. Lava su ropa interior en el lavamanos y regresa a su habitación. Hace diez años que duerme sola. El rubilín do tesín, así le gustaba recordarlo, la espera pacientemente al otro lado. No tienen prisa por lo inevitable. A veces recuerda también sus ataques de asma y es entonces cuando su corazón sonríe, pues fue su amor por ella el que lo mantuvo a su lado tanto tiempo. Ella lo sabe. Él lo sabe.

Desayuna y para evitar quedarse dormida de nuevo, hace punto. Calcetines. Le ha hecho un par a todos y cada uno de sus hijos, nietos, viznietos. Unos los lucen, otros no. No le tiene miedo a la muerte. Jesús, cuando era niño, gustaba de escuchar historias para no dormir alrededor del fuego, historias relacionadas siempre con el fin. Miedo. La fugaz imagen de Jesús le encoge el corazón. Lamenta la suerte de su hijo mayor. Contempla con ilusión unos diminutos patucos de lana blanca y rosa para su viznieta.

Cuando muere un hijo, algo muere con él en el corazón de su madre. La imagen de un caballo en un televisor encendido al que apenas presta atención le recuerda a la pierna escayolada de Pepe el día de su boda. Fuerza. La ilusión lo mantuvo milagrosamente con vida hasta que no pudo más. Hasta entonces, dichoso y feliz.

El Sol de mediodía calienta el asfalto. Pronto dejará la ciudad por la casa de la playa para pasar allí el verano, junto a María, siempre sonriente, siempre dispuesta a ayudar a los demás, siempre. Parece imposible que se enfade con nadie, parece imposible que nada le moleste, parece. Es imposible.

A todos sus amigos le duelen los huesos. A ella no, a ella no le duelen. Sólo a veces y entonces no puede evitar acordarse de un jovencísimo Paco.

Se prepara una manzanilla mientras espera pacientemente la llegada de su hija y su yerno. No le gusta comer sola. En ocasiones le duele la barriga. Nada comparable a las fiebres de Malta que la acompañaron durante el embarazo de Silvano. Nació pequeño. Corazón enorme.

Por fin llega Inés. Viven en un primer piso con ascensor. Ha pasado mucho tiempo desde que saltó al vacío desde el corredor de la casa del pueblo. Juntas cocinan y hablan de cualquier cosa.

Le gusta echar la siesta después de comer. Le gusta dormir aunque prefiere no abusar de ello. No quiere quedarse dormida. No, todavía. A Aurelio sí le gusta dormir (y comer). Aún recuerda un día en el que su hijo se retiró a descansar antes de la fiesta mayor de un pueblo vecino y, cuando se despertó, allí sólo quedaba silencio. Ella no quiere perderse la fiesta.

Sueña con Trinidad, la más traviesa. Disfrutaba saltando al zarzal desde el caballo, cayéndose a la presa mientras buscaba nidos, participando en carreras clandestinas...

Lee para no quedarse de nuevo dormida mientras espera a sus invitados. Un libro sobre la Guerra Civil Española. Es incapaz de recordar lo que lee, pero disfruta de ello mientras lo hace. Piensa en la bala, jamás disparada, que hirió a Manolita. Juegos de niños.

Se acicala justo antes de las cinco y se dirige al salón donde pacientemente espera la llegada de sus invitados.

El zumbido del timbre del portero automático le arranca un suspiro. Se levanta y se dirige a la puerta a recibir a su primer invitado. Sorpresa cuando resulta ser un completo desconocido. Viste traje gris sobre camisa blanca y zapatos marrones. Es irresistiblemente bello.

"¿Filomena García?" Su voz es profunda y seductora.

"Sí, esa soy yo, ¿quién es usted?" Intrigada.

"Eso poco importa," hace una pausa. "Vengo a buscarla."

"Si no me dice quien es, mucho me temo que se va a tener que ir solo."

"Soy yo."

"Entiendo," respira profundamente. "Lo siento, pero hoy no voy a poder acompañarle. Hoy es sábado y, como todos los sábados, tengo intención de reunirme con mis hijos. No puedo irme y faltar a mi cita con ellos. Es usted encantador pero todavía no estoy preparada..."

El zumbido del timbre del portero automático le arranca un suspiro. Se levanta y se dirige a la puerta a recibir a su primer invitado. Son Paco, Fina y Emilia. Poco después llegan Manolita y Felipe. Inés prepara café para todos y Antonio ofrece aguardiente. Llega Mercedes. Aurelio no tarda en llegar, lo acompaña María. Después llegan Silvano y Teresa. Tino y Trinidad son los últimos en llegar.

Hoy, como cada sábado, Filomena es feliz. Mañana, como cada domingo, Filomena será feliz mientras espera hasta el siguiente sábado.

3 comments:

safdina said...

amazing... es delicoso y lo mejor... que es ella.

dr. plim said...

excellent
like they say here: "2 thumbs up"

Anonymous said...

hola primo,
esta poesia dedicada a nuestra abuela no tiene comentarios porque es simplemente lo mas bonito que he leido ultimamente ... estuvismos con Filomena y mi madre por Vilanova este mes y cada vez que la Yaya leia tu carta pues le saltaba una lagrimilla ... para mi que no se cansa de leerla y de enseñarla a cada nuevo visitante y no para de elogiar lo que escribistes ... en cuanto a nosostros los del Norte pues vamos bien (a ver si mandais una sonda giratoria al sol para que nos mande mas rayos, porque estamos mas que asqueados de esta agua que no para de mojarnos los huesos) de vez en cuanto voy a visitar tu blog bilingue me gusto mucho tu biografia familiar ... hasta la proxima Primo . Marina