18.2.05

El Ombligo III

A Mol y a Rob

- Un suizo, por favor, muy caliente.

El camarero vestía unos tejanos muy usados y una camiseta roja con una inscripción en inglés. Su moreno no era natural y el corte de pelo que lucía indicaba un alto grado de coquetería.

Allí estaba yo, en el mejor café-restaurante de la ciudad, sentado en un acogedor rincón mientras esperaba un reconfortante chocolate a la taza con nata. Había pocas mesas, y menos gente. En parte, quizás, por la hora; en parte, porque no todo el mundo puede permitirse el lujo de pagar un zumo de naranja al precio de un combinado con naranja. Un pasillo comunicaba la sala donde yo me encontraba con un original comedor del que hablaré más tarde si me acuerdo.

- Gracias.

Siempre me ha encantado sumergir la nata en el chocolate caliente antes de introducirla en mi boca. Afuera, unos niños jugaban en el inmenso parque que rodeaba completamente el moderno edificio de dos plantas en el que me encontraba. Ni rastro de una ciudad que parecía no existir en el oasis que me acogía. El frío era soportable gracias a un cielo completamente vacío de nubes y un sol radiante.

Por aquel entonces yo ya sabía de mi condición.

Un joven permanecía hipnotizado frente a la pantalla de su ordenador portátil a escasos metros de mí.

- ¡Hola!

- Un segundo por favor...

El joven hizo una llamada telefónica y habló durante treinta segundos y colgó su teléfono móvil y golpeó con destreza el teclado de su ordenador y anotó algo en una libreta de folios cuadriculados con un bolígrafo que seguramente le habían regalado en alguna frutería.

- Disculpe, ¿me decía?

- Discúlpeme usted a mí, simplemente pretendía entablar una conversación, no hay mucha gente por aquí...

- Sí, eso es cierto, por eso se ha convertido éste, en mi lugar de trabajo.

Vestía unos pantalones de pana marrón y una camiseta verde de manga larga. Lucía un corte de pelo que no era tal y barba de unos cuantos días.

- ¿Y eso? ¿A qué se dedica?

- Invierto en bolsa.

- ¿Trabaja usted para alguna firma importante?

- ¡No, no, no! Soy autónomo. Así no tengo que darle explicaciones a nadie.

- ¿Y con eso se basta usted? Quiero decir, conozco gente que invierte algunos ahorros en bolsa, incluso tengo amigos que realmente son aficionados a ella, pero todos ellos tienen además sus respectivos trabajos...

- Supongo que gano mucho más de lo que voy a ser capaz de gastar jamás y, por ello, no necesito buscarme otro trabajo.

El joven hizo una llamada telefónica y habló durante treinta segundos y colgó su teléfono móvil y golpeó con destreza el teclado de su ordenador y anotó algo en una libreta de folios cuadriculados con un bolígrafo que seguramente le habían regalado en alguna frutería.

- Me decía que gana mucho más de lo que necesita...

- Desde que entablé esta conversacion 300 euros.

- ¿Y es así siempre? Me parece mucho. No pensé que fuera tan fácil ganar dinero en el mercado de valores.

- Yo no he dicho que lo fuera... Lo es en mi caso.

- ¿Y qué hace con el dinero que gana?

- Muy sencillo... Lo reinvierto para ganar más.

- Me está usted diciendo que viene aquí todos los días y se dedica única y exclusivamente a ganar dinero con el fin de seguir ganándolo...

- ¿Quiere usted la respuesta larga?

- Por favor...

El joven hizo una llamada telefónica y habló durante treinta segundos y colgó su teléfono móvil y golpeó con destreza el teclado de su ordenador y anotó algo en una libreta de folios cuadriculados con un bolígrafo que seguramente le habían regalado en alguna frutería.

- ¿Qué hago con mi dinero? Bien, como ya le dije antes, reinvierto una parte y el resto... lo dono a diversas organizaciones no gubernamentales con las que tengo trato.

- ¿Se está usted quedando conmigo?

- No, en absoluto... Bien mirado, soy una especie de Robin Hood, podría decirse que robo el dinero de los ricos para dárselo a los pobres.

Una camarera enormemente atractiva se acercó a mi contertulio con una taza blanca de cerámica que posó sobre la mesa. Ojos azules, enorme sonrisa, pelo negro muy corto, figura esbelta. El joven sonrió a la vez que asía la taza y bebió con esmero.

- ¿Y no se cansa?

- No. Me divierto. Disfruto haciendo lo que hago. Además, dos veces al año viajo allá donde mi dinero viajó primero e interactúo con las gentes a las que ayudo. He estado en la India, Nepal, China, Colombia, Argentina, Somalia, Tánger, Bosnia-Herzegovina y un largo etcétera.

- No debe ser entonces tan joven como aparenta...

- Supongo que empecé con esto a una edad temprana, cuando descubrí mi secreto...

- ¿Secreto?

El joven hizo una llamada telefónica y habló durante treinta segundos y colgó su teléfono móvil y golpeó con destreza el teclado de su ordenador y anotó algo en una libreta de folios cuadriculados con un bolígrafo que seguramente le habían regalado en alguna frutería.

- Me decía algo de un secreto...

- No sé si debería decírselo. La verdad es que hace algunos años no se lo hubiera dicho, pero hoy en día he superado ya el temor a compartirlo. De todas formas, nadie me cree...

- Me tiene usted intrigado...

- Yo hago lo que hago, y me resulta tan sencillo, por una razón muy simple. Podría decirse incluso que hago trampas. En fin... Yo soy Dios...

Silencio. Se rompió un vaso en la cocina. La puerta se abrió y se volvió a cerrar. El camarero mandó hacer algo a la camarera. Una carcajada efímera.

- Mmm... Me parece que eso va a ser imposible... Porque, amigo, Dios... soy yo.

Miré a mi alrededor mientras decía esto, verificando que sólo él me había escuchado. Cuando volví a fijar la vista en el joven, éste estaba recogiendo sus bártulos y se disponía a marcharse.

- Las cinco y treinta y cinco. Mi jornada laboral ha terminado. Ha sido un placer hablar con usted. Quizás volvamos a vernos...

- ¿Me va a dejar usted así?

- Por cierto, ¿qué está haciendo usted al respecto de su condición...?

Cuando acabó la pregunta, que no esperaba respuesta, el joven ya había cruzado la puerta. Lo vi alejarse por el parque a través de las vidrieras. Dos niños corrían detras de una niña. Dos jóvenes se besaban en un banco. Dos perros peleaban por un viejo balón sin dueño.

1 comment:

Anonymous said...

Creo que ambos estaban equivocados....Dios es Jimi Hendrix.