21.1.06

Veinte minutos de ventaja

A una panerola

El Sol todavía permanece dormido. Una suave capa de nubes abriga una tímida luna llena. Dos personas, además de él, esperan el autobús en la parada del centro comercial bajo la única farola encendida del recinto. La luz amarilla de la farola se mezcla con la de la luna para dibujar sus rasgos en la penumbra. Hace frío y los tres permanecen sentados en un banco húmedo. Sus gafas están empañadas. A su lado Tracy enciende un cigarrillo con un mechero que guarda cuidadosamente en la bolsa de plástico de la tienda de comestibles en la que guarda la mitad de su vida, la otra mitad la deja siempre en su casa, en el segundo cajón de su mesita de noche. Todos los días lo hace, succiona el cigarrillo con esmero justo en el momento en que ve aparecer el autobús. Dice que así fuma menos. James permanece sentado, escuchando música a través de unos enormes auriculares que lo desconectan del mundo. "Así me ahorro la impertinencia del que se cree que su vida nos importa a todos," le dijo un día. El cable de los auriculares muere en un enorme walkman que carga en su regazo. Luce un peine amarillo enredado en su pelo. Tracy apaga su cigarrillo y se levanta del banco a la vez que regala una sonrisa a sus compañeros. Estos se la devuelven. Viste unos pantalones tejanos azules y una camisa de cuadros rojos y negros debajo de una chaqueta verde. James la sigue y ambos son los primeros en entrar en un autobús todavía vacío. En la puerta se cruzan con el conductor al que saludan amigablemene. Éste baja del vehículo para estirar brevemente las piernas antes de proseguir con su rutina. El mismo trayecto ocho horas al día, siete días de la semana. Siete no, el domingo el transporte público también descansa. Él monta su flamante bicicleta en el portabicicletas y busca algo en su mochila. Se lo muestra al conductor y se introduce en el vehículo. "Un día más, Martin," nunca irán juntos a tomar una cerveza pero son amigos. "Un día más," contesta Martin con una efímera carcajada mientras le sigue y se sienta de nuevo en su trono. Cierra la puerta y se pone en marcha.

Ninguno de sus amigos viaja en autobús. A pesar de la hora, las calles comienzan ya a llenarse de vehículos de dos, cuatro y n ruedas. Todo el mundo conduce en su ciudad. A nadie le gusta coger el autobús. A él, sí. A través de las enormes ventanas del vehículo contempla el despertar de la ciudad. Luces que van, luces que vienen. Un milagro.

Morgan y Sophie suben en la primera parada. Hoy Arnold no les acompaña. "Se habrá quedado dormido," piensa él. Arnold trabaja todas las noches hasta muy tarde. Recicla lo que otros no quieren. Morgan se queda de pie, junto a Martin, que emprende nuevamente la marcha. Morgan viste camisa blanca de manga corta, corbata verde, pantalones de pinza grises, calcetines blancos y zapatillas deportivas. Está enamorado de Tracy. Todo el mundo en el autobús lo sabe. Probablemente ella también lo sepa. Sus ojos sonríen en la distancia mientras la contemplan. Es feliz por poder compartir con ella unos minutos cada día. Sophie, embutida en un viejo vestido marrón, se sienta ocupando dos asientos. Abre su bolso y de su interior saca un par de zapatos negros de tacón. "¡Buenos días, Sophie!" Tracy la saluda con efusividad mientras Sophie, agachada, se cambia de calzado. "¡Buenos días, Tracy!" Devuelve a su bolso las zapatillas con las que ha caminado hasta la parada del autobús. "Por cierto, ¿qué tal tu marido? Alguien me dijo que finalmente había encontrado trabajo," Tracy desea que así sea. "Sí, pero se trataba de algo temporal, un mes de contrato. Desde que cerró la fábrica hacemos lo que podemos con lo poco que gano yo en la biblioteca. A ver si cambia nuestra suerte," Sophie y su marido tienen un hijo pequeño, Billy. La conversación no tarda en girar en dirección a las travesuras de éste.

El autobús se detiene de nuevo. "¡Maldita sea!" James tiene en su mano izquierda una cinta de cassette. Es la tercera este mes. "¡Cómprate un iPod!" Mia acaba de entrar en el autobús. "¿Me lo compras tú?" James sonríe. "¡Claro cariño, faltaría más!" Él, mientras observa la escena en silencio, piensa que algún día le regalara el suyo, el que carga en su mochila. En su opinión, Mia siempre va muy maquillada y se echa demasiado perfume. "Las mujeres somos muy coquetas y yo soy muy mujer," observó graciosamente un día. El autobús se detiene de repente. "¡Gracias!" Matthew entra en el vehículo e inmediatamente se sienta. Respira con dificultad. Él aún recuerda el día en el que coincidió con Matthew en la parada del mercado, mientras trasteaba con su cámara digital. Matthew no esperaba que tuviera una. "¡Tienes una cámara digital! ¡Tienes una cámara digital! ¡Tienes una cámara digital! ¡Que suerte! Hace mucho tiempo que nadie me hace una foto, ¿me haces una?" Se la hizo y le regaló una copia impresa. "¡Bonita corbata!" Matthew señala con su dedo índice hacia Morgan. Morgan se sonroja a la vez que le obsequia con una mueca de resignación. Matthew se percata de la presencia de James y camina junto a él. Se sienta a su lado. Hablan de baloncesto. Sophie y Tracy siguen hablando de Billy. Mia se retoca las sombras de sus preciosos ojos verdes usando una de las ventanas como espejo. Morgan permanece cabizbajo. Martin conduce. Él sonríe.

En la siguiente parada suben ocho personas. Él sólo conoce a Catherine. Catherine nunca dice nada. Se sienta y se sumerge en el mundo de fantasía de su novela favorita de esta semana. Un hombre de aspecto descuidado pide un dólar para pagar el trayecto. Una joven sonriente se lo ofrece y lo invita a sentarse junto a ella. Ella trabaja en una casa de acogida. Un joven lleno de tatuajes se sienta a su lado. "¡Buenos días!" Mastica un palillo dental. Él le devuelve el saludo moviendo la cabeza de arriba a abajo. Un ángel en el antebrazo derecho. Julia, con una caligrafía excelente, en el brazo izquierdo. Una letra japonesa detrás de la oreja. Una señora y su hija pequeña se sientan en la parte trasera del vehículo. La niña juega con una muñeca mientras la madre la mira con los ojos con los que las madres miran a sus hijas mientras juegan con muñecas. Las dos visten falda verde y blusa blanca. Chaqueta azul la hija, chaqueta negra la madre. Un anciano se sienta en el primer asiento libre que encuetra y entabla conversación con Morgan. Tiene tanto que contar. Morgan se olvida momentáneamente de Tracy y escucha atento a su sabio interlocutor. Dos jóvenes discuten sobre un problema de matemáticas. Él sonríe cuando pasan a su lado en busca de un asiento. "No andan mal encaminados", piensa. El autobús circula nuevamente.

Finalmente su parada, su rincón, su isla. Veinte minutos desde que subió al autobús. Se despide de Martin, "¡Gracias y buenos días!" Se gira y, antes de bajar, dedica una mirada de sincera admiración a sus compañeros de viaje. Algunos sonríen, algunos asienten con la cabeza, otros simplemente no lo ven. Tiene la misma sensación un día tras otro. Ha vuelto a sacarle veinte minutos de ventaja a la vida. Se hace con su bicicleta y comienza a pedalear en dirección a la oficina. Comienza a amanecer y la generosidad de los primeros rayos del sol le dibujan una sonrisa infinita en el rostro. Piensa en ella mientras silba una canción que resuena en su cabeza desde la noche anterior, Cold Water. Piensa en ella, y en el poco tiempo que le queda hasta volver a acariciarla. Cuando llegue a la oficina, lo primero que hará, será guardar en una hucha color rosa con forma de cerdito, se la regaló su hermana, los veinte minutos de ventaja de hoy...

18.1.06

Tres microcuentos

Uno:

Colgó el teléfono.

"Mi mujer acaba de dejarme," silencio.
"Te apetece un cigarrillo?" Una voz átona. "Pero, cuidado con las sábanas."

Su corazón estalló y ensangrentó de lágrimas sus intestinos... de repente.

Dos:

Bailó al compás de la música, cabizbaja, tímida, timorata.
Acompañó la sinceridad de sus movimientos con su mirada en todo momento, embriagado, hipnotizado, seducido.
Se detuvo un instante eterno, se miraron, se vieron, se quisieron.

Tres:

"¡¿No habrás usado ésa?!" El grito brotó de lo más profundo de su ser.
"Sí, lo siento, no aguantaba más, tranquilo, no pasa nada, ya estoy mejor," sus pupilas aún dilatadas.
"¡¡¡No!!!" Rabia incontenida, su secreto comenzó a quemarle por dentro, y ya no sólo a él.

16.1.06

Mañana

Julián, introvertido, no se encontraba bien anímicamente. Se había dado cuenta ya de que no era algo pasajero. Su corazón pedía auxilio a gritos. Antonio, extrovertido, era su mejor amigo. También necesitaba ayuda, pero él, no lo sabía.

"(...) Sólo un par de horas... ¿No? Bueno, sí, supongo que puedo esperar a mañana, pero... Ya, ya, ya sé que andas muy ocupado últimamente y que no tienes tiempo pero... Hace tiempo que no nos vemos... Me apetece verte, contarte, compartir... ¿Una cena? ¿Mañana...? ¿Qué mañana me llamas para confirmármelo? No, no me enfado... Es igual... Hasta mañana, pues... ¡Un abrazo!"

Julián, veinticinco, y Antonio, veintiséis, habían sido amigos desde la infancia.

Aquella noche Antonio mató su tiempo entre las piernas de alguien a quién nunca antes había visto y no volvería a ver jamás.

Aquella noche Julián, mientras regresaba de la filmoteca, solo, fue atropellado mortalmente por un conductor ebrio. Al conductor, su novia lo había abandonado ese mismo día para irse con alguien que a la mañana siguiente habría olvidado su nombre.

Su corazón dejó de pedir auxilio, Julián había visto The Outsiders.

15.1.06

Sombras

A los que no las ven

En una ocasión me pasó un caso. Había estado cenando con un amigo en un restaurante chino del noroeste de la ciudad. Muy bueno, por cierto, el restaurante. Y muy bonito, rodeado por un lago lleno de lagartos a los que no debíamos alimentar. Los dos fuimos en bicicleta. Una vez nuestros enormes estómagos estuvieron satisfechos nos acercamos a Maude's a escuchar Jazz y beber cerveza. El concierto fue mediocre en líneas generales aunque el batería, hijo de un primo de un antiguo amigo de uno de mis compañeros de trabajo, resultó ser extraordinario. Allí nos encontramos con tres amigas que nos entretuvieron más de la cuenta. De vuelta a casa a mi amigo se le pinchó la rueda delantera de su nueva bicicleta. Era ya tarde y no había manera de arreglar lo sucedido. Caminamos un poco y lo dejé a poco menos de un quilómetro de su casa. A partir de ahí él siguió andando y yo seguí pedaleando. Todavía me quedaba más de media hora de ejercicio hasta alcanzar mi destino. En esas, se me pinchó la rueda trasera de la bicleta a mí también. Menuda suerte la nuestra. No tuve más remedio que seguir caminando. Por suerte andaba por la interminable University Avenue en lugar de por la oscuridad de la Veinte. La avenida está llena de farolas cuyo brillo es de un tono parecido al de los semáforos cuando no están ni en rojo ni en verde. Hacía mucho frío y, evidentemente, no había nadie por allí, ¿quién iba a querer pasear a esas horas de la madrugada? Hubiera sido más sencillo meter una de mis zapatillas en una jaula y esperar que cantara. No me gusta frotar los bajos de los pantalones, como tampoco me gusta remangármelos, motivos suficientes para ir siempre en pantalones cortos a pesar del frío. No pasó tampoco ningún coche. Miento, sí pasaron un par, pero a la velocidad a la que lo hicieron dudo mucho que alcanzaran a verme. No había andado ni doscientos metros cuando un cielo opaco me obsequió con un intenso diluvio que duró lo que tirar de la cadena del inodoro y volverse a llenar la cisterna. Empapado, seguí mi camino bajo la ténue luz ámbar de las farolas. Después de un intenso día de trabajo aderezado con una ajetreada agenda social nocturna no era muy optimista en cuanto al tiempo que iba a estar caminando cabizbajo. Aparecío. Y a partir de entonces apareció y desapareció una y otra vez... Y otra... Y otra...

- ¿Qué miras?
- ¿Cómo que qué miro? ¿Quién eres tú y porque me estás hablando?
- ¿Cómo que quién soy? Es evidente, ¿no?
- Esto no puede ser verdad.
- Estoy acostumbrado a que no crean en mí, no te preocupes. Tu indiferencia no hiere mis sentimientos.
- ¿Pero de qué sentimientos me hablas?
- De los míos, pero no te preocupes por ellos. Me ha ido bien hasta ahora y me seguirá igual de bien.
- ¿Y por qué te veo ahora? ¿Acaso no llevas conmigo toda mi vida?
- Sí, pero te has limitado a mirarme. Es lo que ha habido hasta ahora, miradas, pero mirar no se traduce necesariamente en ver.
- ¿Pero qué me estás contando? ¡Debo estar soñando! No, no lo estoy. Si no, no habría notado el pellizco que acabo de hacerme.
- ¿Eso me lo dices a mí o estás hablando solo? Lo he visto, no hace falta que me lo digas.
- A ver, tú no puedes estar ahí hablando conmigo. Otra noche quizás, pero no hoy. Hoy, ni bebí, ni fumé, ni nada. Bueno, una cerveza en Maude's y no más. ¿Me meterían algo?
- Mira, no te molesto si no quieres, llevo toda la vida sin decir nada, no pasa nada, puedo seguir así.
- No te enojes, entiende que esto es algo extraordinario. Además, ¡menuda noche!
- Ya vi, ya, no hace falta que me cuentes. Te acompaño siempre.
- Y, ¿por qué no te has dirigido a mi antes?
- Nunca antes me viste.
- ¿Cómo que no te vi? ¡Sí te vi!
- Lo que tú digas, pero no lo hiciste. Mirarme sí me miras, pero no me ves.
- ¿Cómo estás? ¡Yo qué sé! ¿Que se le pregunta a alguien como tú?
- No preguntes nada sino quieres. Tampoco sé más que tú. Llevo contigo toda la vida.
- Esto no puede estar pasando.
- Deja de negar mi existencia, ¿no? Es evidente que estoy aquí contigo.

(...)

- Ya he, perdón, hemos llegado. Estoy muerto. Creo que renunciaré a mi te nocturno diario y me iré directamente a la cama.
- Me parece bien.
- Ha sido un verdadero placer hablar contigo, aunque todavía no me lo puedo creer.
- Lo mismo digo. Lo mismo en cuanto a hablar contigo quiero decir. Yo no tengo ninguna duda con respecto a mi existencia.
- ¿Nos veremos mañana entonces? Me siento estúpido preguntándote esto, pero me he sentido muy bien junto a ti.
- No, no nos veremos mañana. Quizás me busques, sí, pero mañana volverás a no encontrarme.
- ¡Sí lo haré! Ahora sé que estás ahí.
- ¿Seguro que lo sabes? No te preocupes, no te sientas culpable si no me ves. Llevo aquí toda la vida, queriéndote, y nunca me ha importado que no me hicieras caso. Este paseo es el mejor regalo que me podías hacer. Poco me importará que se acabe. Seguiré aquí y, ¿quién sabe? Quizás si me buscas algún día nos volvamos a encontrar. Incluso si no me buscas podría ocurrir.
- ¡Mañana!
- Me temo que mañana sí que no, pero me alegra que me lo digas. En el peor de los casos podrías haber decidido que no existo. ¡Incluso después de compartir conmigo unos minutos! Mucha gente pensará que estás loco si les explicas esto. Y eso, a veces, afecta a las personas. Eso no me hubiera alegrado, pero, ¡qué le vamos a hacer! La vida, aunque suene a tópico, es así.
- Te voy a echar de menos.
- Hace una hora no sabías que existía. Y aún tienes tus dudas.
- Tienes razón, me siento extraño, pero sé que te voy a echar de menos. Me has caído bien, mucho.

Cuando encendí la luz del recibidor desapareció. Dejé las llaves encima de un mueble horroroso que me había regalado una hermana de mi madre y me fui directamente a mi habitación. Me desnudé, la ropa todavía estaba húmeda, y me metí en la cama de matrimonio en la que un día sí y otro también no me hacían compañía más que las sábanas. Mientras me dormía me sorprendí riéndome en un par de ocasiones. No recuerdo haber sido nunca tan feliz. Antes de aquella noche, el día más feliz que recuerdo, es el de la noche de la Séptima y no fui ni la mitad de feliz.

Al día siguiente la busqué a todas horas, pero no la encontré. Eso sí, mi bicicleta seguía con la rueda trasera pinchada y yo con un resfriado de caballo...

¡ACHÚS!

10.1.06

After Baraka


Se tumbó delante de su flamante televisor de cuarenta pulgadas.


PLAY

...

Permaneció inmóvil durante ciento nueve minutos.

Sus ojos regresaron a la superficie tras bucear en un mar cristalino de imágenes.

Sus oídos todavía resonando.

Inspiraba relajadamente por la nariz y expiraba por la boca.

Bello erizado.

Así durante unos segundos, hipnotizado, antes de amanecer.

Se levantó tranquilamente y se dirigió a su dormitorio dejando olvidada su taza vacía de chocolate caliente sobre la moqueta de la sala de estar. Cogió su libreta y un bolígrafo de color verde y comenzó a escribir. Lo hizo durante cuarenta y siete minutos ininterrumpidamente. Cuando hubo acabado se acercó al teléfono y marcó su número. "¿Hola? Hacía mucho tiempo que te quería decir algo..."

Despertó.

Colores que nunca había imaginado.

¿Miedo?

2.1.06

Lavabo de caballeros

Su madre, como siempre antes de un viaje de negocios, había seleccionado con esmero su vestuario. Camisa inmaculada abotonada hasta el último botón. Le oprimía una corbata del color del cielo de despedida. Vestía un transparente traje gris. Gafas invisibles. Zapatos opacos y calcetines a juego con la corbata. Su aspecto era el de alguien que pretende pasar desapercibido y lo consigue. Se limitaba a hacerle caso a su sabia madre. Su calvicie caminaba cerca del suelo. El aspecto de su esquelética figura era la de alguien permanentemente cansado.

Se dedicaba a vender mecánicamente pólizas de seguros. Una y otra vez ponía en práctica todo lo que su padre le había enseñado. Repetía constantemente un mismo discurso, a veces con éxito, a veces sin éxito, poco importaba, le pagaban por hacer su trabajo y él lo hacía. Constantemente viajaba de un lugar a otro, lo que le impedía pasar más de dos semanas seguidas con sus adorables progenitores, con los que todavía vivía. Nunca había sido popular ni tampoco nunca le había importado no serlo. Invertía su tiempo libre jugando al ajedrez en el ciberespacio, donde se sentía uno más entre la multitud.

Subió al avión y se dirigió a la fila trece, donde se acomodó, a su derecha, junto a la ventanilla. Siempre se sentaba en una fila impar. Siempre a su derecha. Siempre ventanilla. Dejó su maletín bajo el asiento delanteró, no sin antes extraer de él su PSP. Poco después el avión se encontró en el aire lo que hubiera dibujado una sonrisa en el rostro de Hermann Minkowski. Se colocó sus auriculares y se dispuso a enfrentarse a la inteligencia artificial de PSP Chess v0.31, su entretenimiento favorito.

La primera vez que sus miradas coincidieron él se sintió diminuto. Ella se sabía poderosa. Vestía una camiseta de la pantera rosa y una falda de cuadros escoceses. No le gustaban las mujeres, no las entendía, si bien es cierto que todo lo que sabía de ellas lo había aprendido de los labios de su madre, de un eventual encuentro con las películas pornográficas que su hermano no supo esconder y del icono de la globalización. Nunca había hablado directamente con una mujer. Trataba con clientas a diario, pero nunca indagaba en el ser femenino que escondían. No era homosexual. Un segundo bastó para que se ruborizara. Apartó su mirada de ella y movió uno de sus peones negros 19... a5 20. Qxa5 Ra7 21. Qb6 Rb7 22. Qa5 Ra7. Viéndose ganador abandonó la partida. No podía olvidar el verde de los ojos de la joven que dos filas más adelante susurraba algo al oído de un joven de constitución atlética y aspecto voluntariamente desmejorado. No pudo dejar de observar su preciosa cabellera caoba durante las dos horas y treinta y siete minutos que tardó el avión en recuperar un sólido sustento.

Poco antes de aterrizar habían comenzado los retortijones. Gustaba de mezclar café y avión aun siendo conocedor del resultado. Su rostro era incapaz de disimular su urgencia. Cuando hubo llegado a la terminal se dirigió al lavabo más cercano lamentando no haber podido mantener los cuadros escoceses en su campo de visión algunos minutos más. Una vez dentro, fue echado a patadas por una señora que no entendió su intrusión en el lavabo de doncellas como un simple descuido. Se apresuró a entrar, esta vez sí, en un vacío lavabo de de caballeros y abrió la puerta de una de las tres letrinas y dejó su maleta en el suelo y se quitó la americana de su traje y la colgó en un perchero y se desabrochó el cinturón y se desabrochó el botón del pantalón y se bajó la cremallera y se bajó los pantalones y se bajó los calzoncillos y se agachó y se sentó y...

Tardó. Desde su letrina escuchó como alguien entraba en el lavabo. Un hombre y una mujer a juzgar por el timbre de sus susurros. El ajetreo en la sala fue considerable. No tardó en darse cuenta de lo que allí estaba sucediendo. La pareja se introdujo en una de las letrinas. La joven comenzó a gemir dulce y pausadamente. El joven atentó impertinentemente sobre tan bella harmonía con abruptos gemidos. Sentado en su letrina se ruborizó y algo más. Cerró los ojos en un intento por huir de su realidad, en vano. Incomodidad y placer sonaron en estéreo en su interior.

The Scientist de Coldplay puso fin a la tensión. El joven contestó su teléfono y comenzó a hablar. El tono de su voz fue in crescendo. Acto seguido y mientras había decidido por fin levantarse de su asiento, un portazo precedió al silencio. Se acicaló y abrió la puerta de su letrina. Se lavó las manos y se dispuso a abandonar el lavabo de caballeros con éstas todavía húmedas y sin alzar la vista del suelo. Tenía prisa por salir de allí. Sólo había sido uno el portazo.

Se detuvo un instante.

"¡Tú!", su voz era sumamente sensual. La puerta entreabierta de la letrina le dejó ver su interior. Unos preciosos ojos verdes se abrieron paso a través de una despeinada cabellera caoba para impactar en su ser. Todo orbitaba alrededor del rojo de sus labios. La suavidad de su piel era perceptible en la distancia. Su maleta impactó el suelo, había comenzado a sudar. La camiseta de la pantera rosa se amontonaba bajo sus senos dejando ver un abdomen de curvas suaves. De debajo de su falda de cuadros escoceses brotaban dos piernas eternas. Tenía un anillo en el dedo meñique de su pie izquierdo. Un tanga rosa abrazaba su tobillo derecho.

"¿Vienes?", tímidamente se acercó a ella, que sigilosa y ágilmente se hizo con las riendas. Él se dejó guiar. No dejó de mirarla a los ojos en ningún momento. Por primera vez en su vida se sintió libre, liberado... Hasta que primero una ligera presión en su hombro derecho y segundo los nudillos de un desconocido de aspecto voluntariamente desmejorado impactaron sobre su rostro. Cayó al suelo y la joven evitó que su agresor se ensañara con él. Su argumento fue convincente, rodillazo en la entrepierna. Ella le pidió disculpas a la vez que seguía recriminando su actitud al dolorido joven y ambos abandonaron el lavabo de caballeros. Volvía a estar sólo. Se incorporó y buscó una toalla con la que secar la sangre que no había dejado de emanar de su orificio nasal izquierdo. Toalla de papel blanco, mano derecha. Sangre en su rostro. Pantalones por los tobillos, calzoncillos por las rodillas. Sonrisa vertical. Dos hombres emperifollados entraron en el lavabo de caballeros.

Se detuvo un instante.

Decidió no mirar a su izquierda y salió rápidamente de allí. En la puerta se cruzó con un joven de aspecto voluntariamente desmejorado que guardaba su teléfono móvil en uno de los bolsillos de su pantalón. Continuó andando. "¿Tiene hora?", la joven de cabellera caoba y ojos verdes tenía la voz más dulce que jamás había escuchado...

La cerilla en 11 minutos y 58 segundos

"Un segundo, ahora voy, déjame que acabe una cosa, que estoy trabajando"


[19:10:58] Gerjo dice:
tú te has encendido alguna vez una cerilla con la barba?
[19:11:18] cheboe dice:
sí, con el mentón
[19:11:28] Gerjo dice:
cómo con el mentón?
[19:11:55] cheboe dice:
te lo pones en la punta del mentón y haces el recorrido de los labios
[19:12:08] Gerjo dice:
el recorrido de los labios?
[19:12:07] cheboe dice:
del extremo izquierdo al extremo derecho
[19:12:16] Gerjo dice:
ah, ok
[19:12:26] Gerjo dice:
es que llevo intentándolo toda la tarde y no hay manera
[19:12:38] Gerjo dice:
y tengo el moflete izquierdo rojo de narices
[19:12:28] cheboe dice:
sabes dónde tengo mi cicatriz?
[19:12:50] Gerjo dice:
ya, pero yo no tengo ninguna cicatriz
[19:12:53] cheboe dice:
pues de ahí hasta el otro lado de la boca
[19:13:07] Gerjo dice:
sin cicatriz también vale?
[19:13:08] cheboe dice:
ya pero tienes que hacerlo en la barbilla
[19:13:20] Gerjo dice:
en la barbilla o en la cicatriz?
[19:13:40] cheboe dice:
empezando en la cicatriz arrastrando por toda la barbilla
[19:13:58] Gerjo dice:
pero la cicatriz no la tienes en el labio?
[19:14:04] Gerjo dice:
espera un segundo que pruebo
[19:14:15] cheboe dice:
abajo, en la parte mas dura, sale
[19:14:53] Gerjo dice:
tío, no hay manera
[19:15:07] Gerjo dice:
ahora tengo rojos la mejilla y el mentón
[19:15:07] cheboe dice:
prueba en el culo
[19:15:17] Gerjo dice:
tío, pero yo el culo no me lo depilo
[19:15:45] cheboe dice:
pa qué quieres encender una cerilla con la cara?
[19:15:54] cheboe dice:
te aburres?
[19:15:56] Gerjo dice:
no sé, mola no?
[19:16:01] Gerjo dice:
no lo he hecho nunca
[19:16:08] Gerjo dice:
por qué lo hiciste tú?
[19:16:14] cheboe dice:
nu se, supongo que me aburría
[19:16:21] Gerjo dice:
pues yo por lo mismo
[19:18:13] Gerjo dice:
bueno, seguiré intentándolo
[19:18:53] cheboe dice:
prueba desde abajo de la oreja hasta el mentón
[19:19:09] Gerjo dice:
mmm, esa técnica es diferente
[19:19:15] Gerjo dice:
si al final vas a ser un experto
[19:19:53] cheboe dice:
yo cuando me aburro siempre escucho la radio
[19:20:12] cheboe dice:
es como si alguien leyera por mí
[19:20:22] cheboe dice:
es como si fuera rico
[19:20:32] Gerjo dice:
ya, pero si escucho la radio seguiré sin haber encendido una cerilla con la cara
[19:21:05] cheboe dice:
pero gracias a manolete sabrás los ultimos cotilleos del mundo del fútbol
[19:21:16] cheboe dice:
y lo de la cerilla, pregúntaselo a algún profesor de la universidad
[19:21:37] Gerjo dice:
eso haré
[19:21:40] cheboe dice:
supongo que ellos lo sabrán hacer
[19:21:47] Gerjo dice:
a alguno con barba
[19:21:58] cheboe dice:
y si no envíale una carta al presidente de esa gran nación
[19:22:08] cheboe dice:
que él seguro que lo sabe hacer
[19:22:17] Gerjo dice:
a ver si se va a pensar que quiero la cerilla para encender la dinamita
[19:22:25] Gerjo dice:
bueno, al'taleguito amigo y gracias por tu ayuda
[19:22:56] cheboe dice:
a servir, ciao

"Ya voy, ya voy... Estaba acabando algo, que me tienen hasta arriba de trabajo"