2.1.06

Lavabo de caballeros

Su madre, como siempre antes de un viaje de negocios, había seleccionado con esmero su vestuario. Camisa inmaculada abotonada hasta el último botón. Le oprimía una corbata del color del cielo de despedida. Vestía un transparente traje gris. Gafas invisibles. Zapatos opacos y calcetines a juego con la corbata. Su aspecto era el de alguien que pretende pasar desapercibido y lo consigue. Se limitaba a hacerle caso a su sabia madre. Su calvicie caminaba cerca del suelo. El aspecto de su esquelética figura era la de alguien permanentemente cansado.

Se dedicaba a vender mecánicamente pólizas de seguros. Una y otra vez ponía en práctica todo lo que su padre le había enseñado. Repetía constantemente un mismo discurso, a veces con éxito, a veces sin éxito, poco importaba, le pagaban por hacer su trabajo y él lo hacía. Constantemente viajaba de un lugar a otro, lo que le impedía pasar más de dos semanas seguidas con sus adorables progenitores, con los que todavía vivía. Nunca había sido popular ni tampoco nunca le había importado no serlo. Invertía su tiempo libre jugando al ajedrez en el ciberespacio, donde se sentía uno más entre la multitud.

Subió al avión y se dirigió a la fila trece, donde se acomodó, a su derecha, junto a la ventanilla. Siempre se sentaba en una fila impar. Siempre a su derecha. Siempre ventanilla. Dejó su maletín bajo el asiento delanteró, no sin antes extraer de él su PSP. Poco después el avión se encontró en el aire lo que hubiera dibujado una sonrisa en el rostro de Hermann Minkowski. Se colocó sus auriculares y se dispuso a enfrentarse a la inteligencia artificial de PSP Chess v0.31, su entretenimiento favorito.

La primera vez que sus miradas coincidieron él se sintió diminuto. Ella se sabía poderosa. Vestía una camiseta de la pantera rosa y una falda de cuadros escoceses. No le gustaban las mujeres, no las entendía, si bien es cierto que todo lo que sabía de ellas lo había aprendido de los labios de su madre, de un eventual encuentro con las películas pornográficas que su hermano no supo esconder y del icono de la globalización. Nunca había hablado directamente con una mujer. Trataba con clientas a diario, pero nunca indagaba en el ser femenino que escondían. No era homosexual. Un segundo bastó para que se ruborizara. Apartó su mirada de ella y movió uno de sus peones negros 19... a5 20. Qxa5 Ra7 21. Qb6 Rb7 22. Qa5 Ra7. Viéndose ganador abandonó la partida. No podía olvidar el verde de los ojos de la joven que dos filas más adelante susurraba algo al oído de un joven de constitución atlética y aspecto voluntariamente desmejorado. No pudo dejar de observar su preciosa cabellera caoba durante las dos horas y treinta y siete minutos que tardó el avión en recuperar un sólido sustento.

Poco antes de aterrizar habían comenzado los retortijones. Gustaba de mezclar café y avión aun siendo conocedor del resultado. Su rostro era incapaz de disimular su urgencia. Cuando hubo llegado a la terminal se dirigió al lavabo más cercano lamentando no haber podido mantener los cuadros escoceses en su campo de visión algunos minutos más. Una vez dentro, fue echado a patadas por una señora que no entendió su intrusión en el lavabo de doncellas como un simple descuido. Se apresuró a entrar, esta vez sí, en un vacío lavabo de de caballeros y abrió la puerta de una de las tres letrinas y dejó su maleta en el suelo y se quitó la americana de su traje y la colgó en un perchero y se desabrochó el cinturón y se desabrochó el botón del pantalón y se bajó la cremallera y se bajó los pantalones y se bajó los calzoncillos y se agachó y se sentó y...

Tardó. Desde su letrina escuchó como alguien entraba en el lavabo. Un hombre y una mujer a juzgar por el timbre de sus susurros. El ajetreo en la sala fue considerable. No tardó en darse cuenta de lo que allí estaba sucediendo. La pareja se introdujo en una de las letrinas. La joven comenzó a gemir dulce y pausadamente. El joven atentó impertinentemente sobre tan bella harmonía con abruptos gemidos. Sentado en su letrina se ruborizó y algo más. Cerró los ojos en un intento por huir de su realidad, en vano. Incomodidad y placer sonaron en estéreo en su interior.

The Scientist de Coldplay puso fin a la tensión. El joven contestó su teléfono y comenzó a hablar. El tono de su voz fue in crescendo. Acto seguido y mientras había decidido por fin levantarse de su asiento, un portazo precedió al silencio. Se acicaló y abrió la puerta de su letrina. Se lavó las manos y se dispuso a abandonar el lavabo de caballeros con éstas todavía húmedas y sin alzar la vista del suelo. Tenía prisa por salir de allí. Sólo había sido uno el portazo.

Se detuvo un instante.

"¡Tú!", su voz era sumamente sensual. La puerta entreabierta de la letrina le dejó ver su interior. Unos preciosos ojos verdes se abrieron paso a través de una despeinada cabellera caoba para impactar en su ser. Todo orbitaba alrededor del rojo de sus labios. La suavidad de su piel era perceptible en la distancia. Su maleta impactó el suelo, había comenzado a sudar. La camiseta de la pantera rosa se amontonaba bajo sus senos dejando ver un abdomen de curvas suaves. De debajo de su falda de cuadros escoceses brotaban dos piernas eternas. Tenía un anillo en el dedo meñique de su pie izquierdo. Un tanga rosa abrazaba su tobillo derecho.

"¿Vienes?", tímidamente se acercó a ella, que sigilosa y ágilmente se hizo con las riendas. Él se dejó guiar. No dejó de mirarla a los ojos en ningún momento. Por primera vez en su vida se sintió libre, liberado... Hasta que primero una ligera presión en su hombro derecho y segundo los nudillos de un desconocido de aspecto voluntariamente desmejorado impactaron sobre su rostro. Cayó al suelo y la joven evitó que su agresor se ensañara con él. Su argumento fue convincente, rodillazo en la entrepierna. Ella le pidió disculpas a la vez que seguía recriminando su actitud al dolorido joven y ambos abandonaron el lavabo de caballeros. Volvía a estar sólo. Se incorporó y buscó una toalla con la que secar la sangre que no había dejado de emanar de su orificio nasal izquierdo. Toalla de papel blanco, mano derecha. Sangre en su rostro. Pantalones por los tobillos, calzoncillos por las rodillas. Sonrisa vertical. Dos hombres emperifollados entraron en el lavabo de caballeros.

Se detuvo un instante.

Decidió no mirar a su izquierda y salió rápidamente de allí. En la puerta se cruzó con un joven de aspecto voluntariamente desmejorado que guardaba su teléfono móvil en uno de los bolsillos de su pantalón. Continuó andando. "¿Tiene hora?", la joven de cabellera caoba y ojos verdes tenía la voz más dulce que jamás había escuchado...

2 comments:

Anonymous said...

uffffffffff!Geniaaal!!
..només dues coses:

-Als avions no hi ha la fila 13...almenys als que jo he pujat...

-Tell me your secrets, And ask me your questions, Oh, let's go back to the staaaart... Running in circles, Coming up tails, its only science apaaaaart
Questions of science, Science and progress, Do not speak as loud as my heart.

Scientist of melons ;-D

El Chukustako Tiroleiro (¡ajua!) said...

wow. cachonda la tipa eh?

muy buen relato zeke, excelente